Por Marino J. González R.
En cuestión de semanas
varios países de América Latina han entrado en crisis de gobernabilidad. Se
pueden identificar los sucesos que las han ocasionado. Más complicado es precisar
los modos en que cesen esas crisis. Ni hablar de las fechas en que finalizarán.
Para una región que ya veía con preocupación el término de esta década y el
inicio de la próxima, los acontecimientos de los últimos tiempos aumentan las
interrogantes.
En la medida que las
dificultades políticas se manifiesten con mayor énfasis, el atractivo para las
inversiones se hace menor. En un escenario global caracterizado por el
desplazamiento de inversiones a los países de Asia, los tiempos de
enfrentamiento político no contribuirán a revertir esa tendencia. Especialmente
porque estas crisis de gobernabilidad son expresiones de las restricciones de
nuestras sociedades para contar con vías institucionales que promuevan acuerdos
por la democracia y el bienestar. Si las actuales crisis no favorecen que se
fortalezcan esos mecanismos, es bastante probable que las restricciones
aumenten. Lo cual es más riesgoso en una región que crecerá en 100 millones de
habitantes para 2030, con la consiguiente demanda en servicios para la
población joven, pero también con los beneficios requeridos para los grupos en
edad de jubilación.
Una perspectiva, bastante
simplista por lo demás, asume que, ante estas dificultades en el ámbito
político, se debe mantener la inversión en áreas sociales, por ejemplo, en
educación, y que, con la apuesta a la recuperación económica, entonces la
región tendrá mejores perspectivas. Tal enfoque no toma en cuenta, en primer
lugar, el pobre desempeño de la región para crear valor con aceptación en los mercados
internacionales. Y también pasa de lado la notoria realidad de que sin
estabilidad política no son posibles los acuerdos para alcanzar la
sostenibilidad del desarrollo.
Se constata con frecuencia
que liderazgos políticos insisten hasta el cansancio, como un estribillo sin
esencia, que la solución para el desarrollo es la educación. Que, si se hacen
los esfuerzos para educar a los que no están en la escuela, entonces, casi por
arte de magia, los países progresarán. Se asume que esas personas tendrán las
competencias para desempeñarse en el mercado de trabajo, y de esta forma
obtener los recursos para sus familias. Así de simple.
Esa creencia no toma en
cuenta, ese “pequeño detalle”, que esas personas requieren sitios en los cuales
puedan utilizar esas competencias. Es decir, se requiere que existan empresas
con planes de expansión, en el marco de economías ordenadas y en crecimiento
para crear valor. Y también se requieren las condiciones de flexibilidad para
crear nuevas empresas, muchas de ellas fomentadas por esas personas que egresan
de instituciones de formación. Sin esos espacios para que las personas
trabajen, la educación terminará formando más migrantes para otros contextos.
Todo lo anterior es de mayor
significación cuando se examina la disponibilidad de recursos humanos para
crear conocimientos que promuevan innovaciones. Es decir, aquellos que podrían
diseñar las alternativas productivas o de servicios compatibles con las
tendencias de generación de conocimientos en la tercera década del siglo XXI.
Si comparamos la disponibilidad de esos recursos humanos, según el Banco
Mundial, en el año 2000 Japón contaba con poco más de 5.077 investigadores por
cada millón de personas, la cifra más alta en el mundo. En el año 2010,
Finlandia alcanzó el primer lugar en este indicador, con 7.720 investigadores
por millón de habitantes. En 2016, Dinamarca ocupó el primer lugar con 7.845
investigadores por millón de habitantes. Puede notarse que en apenas 16 años el
número máximo de este indicador aumentó más de 50%. La demanda de estos
recursos humanos especializados debe ser una de las altas en el mundo.
Mientras esto sucede en los
países de mayor inversión en ciencia y tecnología, la diferencia con los países
de América Latina es inmensa, al menos para 2016 (últimas cifras disponibles en
muchos de ellos). Argentina, por ejemplo, tiene 6 veces menos investigadores
por millón de habitantes que los tres países señalados anteriormente. Brasil
tiene 11 veces menos, Chile 15, México 23, Venezuela 27, Colombia 88. Con una
desproporción de esta magnitud, es obvio que las posibilidades de acortar la
distancia son muy bajas.
La situación anterior era
previa a las crisis de gobernabilidad de los últimos meses. No es muy difícil
imaginar que las perspectivas para enfrentar estos grandes retos se han venido
a menos. Como en tantas áreas de la vida, lo primero para solucionar un
problema es reconocerlo. A diferencia del ajedrez, en el cual es buena
práctica anunciar al contrario la jugada de “jaque”, esta situación pasará
desapercibida en la agenda de los países. Lo inmediato se sobrepondrá al
mediano y largo plazo.
Es verdad que el futuro de
nuestros países está en jaque, pero también es cierto que están en jaque
especialmente los liderazgos políticos de la región que siguen pasando de lejos
a los temas del futuro. Es muy probable que no se hayan dado cuenta del jaque,
y en consecuencia agravan la situación comprometida para los cientos de
millones de habitantes en nuestra región.
El jaque es bastante serio y
profundo. Y, lamentablemente, puede ser más severo. El reto de la región es
enfrentarlo con estrategia. Mientras más temprano, mejor.
27-11-19
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