Humberto García Larralde 11 de junio de 2024
El chavo-madurismo ha mostrado reiteradamente que no concibe la lucha política sino en términos de guerra. Fundamental en ello es alimentar la polarización con sus adversarios, convirtiéndolos, obligatoriamente, en enemigos. Con ellos no debe llegarse a acuerdos sino someterlos. Se resume en una visión maniquea de su misión: redimir a los buenos –nosotros, el Pueblo, los “revolucionarios”—derrotando a los malos. Éstos son retratados como enemigos del Pueblo, atribuyéndoles acciones y/o calificativos denigrantes: traidores a la patria, agentes del imperialismo, corruptos. Como Pueblo (con mayúsculas) se entiende, obviamente, sólo a los partidarios del régimen, fieles al Eterno líder y a su vicario en Miraflores. La lucha reviste posturas moralinas que buscan motivar al Pueblo a combatir, como “un solo hombre”, por el triunfo del bien. Asumida la supremacía moral, los “revolucionarios” se indignan ante cualquier crítica o reclamo de incumplimiento por parte de opositores. Amparados en tal postura, fueron desmantelando las instituciones de la democracia liberal, para hacer “avanzar los intereses Históricos del Pueblo”: no con el aumento del producto, con el consecuente mayor empleo, salario y bienestar social, sino con su reparto. El Estado de derecho convertido en Estado de Expoliación.
El
antagonismo maniqueo que han edificado no lo pueden dejar morir. Una vez
arruinada la actividad económica y sustituidos los “derechos de pataleo” por la
represión pura y dura, no hay cómo legitimarse ante sus bases de apoyo, cada
vez más reducidas, que invocando conspiraciones y amenazas enemigas detrás de
cada revés. La imaginación de Tarek William Saab ha mostrado ser muy aventajada
en estos menesteres, inventando todo tipo de excusas para perseguir y apresar
líderes civiles y partidistas, como a cualquiera que insista en protestar y/o
denunciar atropellos. Llevan presos el defensor de derechos humanos, Javier
Tarazona, casi tres años; Rocío San Miguel, cuatro meses. Hay unos 280 presos
en razón de criterios políticos, muchos sin juicio. Con su falta de ética y
honestidad, este Torquemada moderno (Saab) ha logrado escalar al círculo
central del fascismo dominante.
Después
de 25 años, este proceder, al principio muy eficaz para consolidar y ampliar el
poder chavista, ha devenido en una especie de reflejo condicionado que desata
respuestas de cliché ante cada desafío. Ha desplazado el análisis racional. De
ahí que al chavo-madurismo le resulte muy cuesta arriba actuar de otra forma,
respetando la palabra comprometida y las reglas de juego acordadas. No está en
su naturaleza. El problema es que tal conducta tiende a reproducirse, también,
en sectores opositores.
La
polarización se retroalimenta de la contraposición de posturas, aparente o
realmente, irreconciliables. Razones hay, desde este lado de la contienda, para
desconfiar de las declaraciones y posturas del círculo fascista que controla
las palancas del Estado: Nicolás Maduro, los hermanos Rodríguez, Vladimir
Padrino, Diosdado Cabello, Hernández Dalá y sus esbirros. Y, dada su
prepotencia, se tiende a pensar que representa, cual bloque monolítico, a todo
aquel que muestra simpatías por el ideario chavista. Nuestro polo opuesto.
Conforme a esta óptica, desaparecen los espacios o posibilidades para llegar a
acuerdos confiables sobre la transición democrática. Tales posturas extremas
sirven muy bien al chavo-madurismo, pues le da el argumento para atraer de
nuevo a aquellos chavistas, no maduristas, que se fueron distanciando de forma
cada vez más crítica de la gestión de Maduro. El enemigo acecha.
En declaraciones
recientes, Félix Seijas, director de la encuestadora Delphos, argumentaba que
la estrategia electoral de Maduro, más allá de las intimidaciones y atropellos
que buscan evitar, como sea, que se exprese la voluntad mayoritaria por el
cambio, es intentar colmar su propio “techo” de votación, en torno al 27% del
electorado efectivo, según él. El madurismo duro no llegaría ni al 15%, por lo
que habría que “enamorar” a los simpatizantes chavistas idos si se quiere copar
ese “techo”.
Lo
anterior se conecta con una entrevista, también reciente, a Andrés Izarra,
quien fuera ministro de Comunicación e Información bajo Chávez, con la
periodista Luz Mely Reyes. Luego de una breve gestión como ministro de Turismo
con el gobierno de Maduro, renunció en 2015. Hoy es crítico abierto del régimen
y tiene en su contra una orden de captura librada por Torquemada Saab, por
traición a la patria. Al final de la entrevista, Izarra reitera su lealtad con
el proyecto de Chávez, traicionado, en sus palabras, por Maduro, y expresa su
preocupación de que sea víctima de un espíritu de revancha, como pudieran ser
otros en igual posición, de ocurrir el cambio político esperado.
Es
difícil precisar el valor de las apreciaciones anteriores para la consolidación
de una poderosa fuerza que asegure las posibilidades de cambio. Es obvio, desde
luego, que les interesa a las fuerzas democráticas evitar posturas sectarias
que pudiesen alimentar las filas maduristas. Y en esto hay que reconocer el
gran acierto con que se han venido proyectando ante la próxima contienda
electoral. En particular, es menester aplaudir la conducta de María Corina de
Machado, sin cuya postura irreductible a favor del cambio político no se
hubiese galvanizado el sentimiento mayoritario existente entorno a la salida de
Maduro –convencido de que, ahora sí se puede–, pero que supo también mostrar la
flexibilidad, habilidad política y dotes de liderazgo, para abrir su prédica a
quienes no se identificaban con ella en el pasado. En ese espíritu necesario de
amplitud política, ha sido una bendición la candidatura presidencial de Edmundo
González, figura emblemática, en estos momentos, para materializar, desde
posiciones claras y principistas, la negociación de una transición democrática
que se haga viable.
Salvo
que Maduro y sus acólitos decidan darle un palo a la lámpara, los
acontecimientos hacen cada vez más evidente la necesidad de avanzar en las
propuestas de una eventual justicia transicional que ofrezca las seguridades
que afiancen, hasta donde se pueda, las posibilidades de una transición en paz,
capaz de curar las heridas para construir esa Venezuela de libertades, próspera
y justa, en la que reine la convivencia y el respeto. Por no ser experto en el
tema, no me animo a intentar mayores precisiones. No obstante, me atrevo a
opinar que la idea de una de ley de amnistía, una especie de borrón y cuenta
nueva, que pretenda sepultar los crímenes y desmanes cometidos, sería una
pésima solución. Si bien es menester evitar afanes revanchistas, ello no debe
traducirse en el abandono de consideraciones fundamentales de justicia y de
reparo. De otra forma, ¿cómo esperar que sanen las heridas y puedan prosperar
la convivencia pacífica, el respeto mutuo y los cimientos de una democracia
social?
No
obstante, siendo un asunto tan espinoso, los elementos de la justicia
transicional deberán procesarse con sumo cuidado. Quizás un punto de partida
sea la constitución de una Comisión (paritaria) de Verdad, como se hizo en Sud
África, Argentina y Chile, para precisar la realidad de numerosos hechos, de
forma que contribuya a consensuar criterios básicos para orientar la aplicación
de esta justicia. Sobre todo, respecto al tratamiento de crímenes de lesa
humanidad y por violación de derechos humanos en general. Son crímenes
imprescriptibles que, de ninguna manera, pueden simplemente barrerse bajo la
alfombra.
Humberto
García Larralde
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