Por Froilán Barrios
La próxima semana,
concretamente el 19 de agosto, marca un ciclo para el bolívar, nuestra moneda
nacional durante 141 años, que ha sufrido su peor destino en el siglo XXI.
Durante más de una centuria fue de oro, también de plata, fue tal su arrogancia
que doblegó a todas las monedas del planeta, incluido el dólar; era tal su
valor que cautivó a millones de seres humanos de los 5 continentes, para
terminar su periplo en 2020 devaluado en una caricatura de moneda, esparcida en
basureros o como adorno de arbolitos de Navidad.
Desde 1983 inició su
debacle para conocer en la primera década del presente siglo su conversión en
polvo cósmico, hasta su destrucción como valor de cambio para adquirir el más
insignificante producto de la dieta diaria de todo ser humano. La faena la
inició el fallecido presidente Hugo Chávez, al anunciar en 2007 una reforma
monetaria aplicada a partir de 2008, para reforzar el bolívar y combatir la inflación
que alcanzó 17%, la tasa más alta de América Latina ese año. “Vamos a quitarle
tres ceros a la unidad monetaria”, declaró Chávez en su programa
televisado Aló, presidente. El plan de marras resultó en fracaso al
acumularse luego de la aplicación de la reconversión monetaria una tasa
inflacionaria desde enero de 2008 hasta mayo de 2013 de 380,7%, es
decir, que los productos que se obtenían en enero de 2008 con 100 bolívares, se
adquirían con 380,7. Lo que nadie imaginaba es que estos datos eran los tráilers
de la tragedia que hoy sufre todo un país.
El desarrollo del
apocalipsis de la economía nacional se expande al gestarse vertiginosamente
desde 2014 hasta 2017 la hiperinflación conocida como la peor de la historia
americana, cuya nefasta respuesta fue el publicitado “Programa de recuperación
de la estabilidad monetaria, fiscal, de la estabilidad del sistema de precios,
de la senda de la producción y del crecimiento sostenido, sustentable de las
fuerzas productivas, con el que se recuperaría el poder adquisitivo”, impuesto
por Nicolás Maduro el 19 de agosto de 2018.
En su peculiar estilo
prometió la adecuación equilibrada y justa de la economía con base en los
precios internacionales, reafirmando que la inflación sería controlada, de
acuerdo con su fórmula mágica de “cero mata cero”, escrita con delirios
rocambolescos de reescribir la historia económica universal, mediante una nueva
teoría de desarrollo, que nos transportaría en 2018 a la economía más robusta
del mundo con la teoría del cero mata cero… Pues bien, ni una cosa ni la otra,
los disparates e improvisaciones han registrado lapidariamente en 2020 un país
en ruinas con una pobreza general de 96,3% de la población.
En otra dirección, el
mandatario nacional no perdió tiempo y profundizó desde 2013 la faena de
destrucción del mundo del trabajo, intensificada el 19 de agosto de 2018 con la
reconversión monetaria del pulverizado bolívar fuerte al bolívar soberano,
estableciendo un salario mínimo de 1.800 bolívares anclado al valor del petro.
Vendió una vez más
espejismos a los trabajadores al anunciar que el salario mínimo equivaldría a
medio petro, es decir 30 dólares, lo que evolucionaría acorde a las condiciones
del mercado y la rentabilidad petrolera. En las primeras de cambio, en
septiembre de 2018, generó ilusiones a algunos que luego fueron trastocadas con
la realidad del mercado al reconvertir las prestaciones sociales en polvo
sideral, al trocarse 25 y 30 años de trabajo en cantidades irrisorias sin
ningún poder adquisitivo con el nuevo bolívar soberano.
Peor suerte corrieron
los contratos colectivos de empresas del Estado y de la administración pública
nacional y descentralizada, pues el cambio al nuevo cono monetario aplanó todas
las escalas salariales. Colocó el salario mínimo de 1.800 bolívares como
referencia del mercado al establecer los topes entre el nivel mínimo y el
máximo de la escala, de 1 a 4 salarios mínimos, y empuñó la estocada final con
el Memorando 2792 en octubre de 2018 al suspender indefinidamente las
convenciones colectivas en el sector público. De esta razzia se protegieron
parcialmente los trabajadores del sector privado que lograron convenios
colectivos y políticas del patrono de superar sustancialmente el
salario mínimo nacional.
Del resto se encargó la
inflación de 7 dígitos. A lo largo de estos dos años el programa económico de
Maduro resultó un fiasco y un rotundo fracaso, ya que ni estabilizó el sistema
de precios ni aumentó la producción, ni estableció un equilibrio fiscal; por el
contrario, pulverizó el salario, degeneró in extremis las condiciones
de vida de la población ante la caída brutal de los servicios públicos e
incentivó la estampida de millones de venezolanos. Es tal la saña del
mandatario proletario que agregó a la miseria popular el aumento del IVA a los
alimentos del 12% al 16%.
En resumen, los datos
son reveladores. Hoy el salario mínimo -de mantenerse su equivalencia a medio
petro (30 dólares) debería ser 8.700.000 bolívares, el resultado de
multiplicarlo por la cotización actual del dólar paralelo, y no la risible
cantidad de 400.000 bolívares, incapaz de adquirir la cesta alimentaria de
87.000.000 de bolívares, siendo una ironía que desde agosto de 2018 hasta
agosto de 2020, el salario mínimo involucionara de 30 dólares a 1,30 dólares
mensuales.
A esta situación
calamitosa que raya en el genocidio de una otrora nación próspera, se sufre la
pandemia más espantosa que haya afectado a la humanidad en los últimos tiempos,
en nuestro caso afecta a un país con precaria infraestructura hospitalaria, lo
que confronta la angustia diaria de cada venezolano, ante la incapacidad y
negligencia de un régimen, de promover políticas que brinden esperanza de vida
a la población, solo miserables ingresos denominados bonos de la patria que
prolongan la agonía de un pueblo inerme y la dependencia a un Estado
criminal.
12-08-20
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