Trino Márquez 12 de agosto de 2020
@trinomarquezc
En
el más reciente comunicado de la Conferencia Episcopal Venezolana (CEV), que
trata el tema de las venideras elecciones parlamentarias de diciembre, percibo
en sus elaboradas líneas lo difícil que debe de haber sido para los obispos que
integran la institución, redactar ese documento, que parece mecerse en una soga
de equilibrista. La CEV -al igual que la mayoría de las agrupaciones sociales-
se encuentra cruzada por las diferencias y contradicciones entre sus
integrantes. En el texto no se abordan cuestiones relacionadas con la fe, donde
la palabra del Papa dirime cualquier controversia. Se trata un asunto muy
terrenal, mundano y espinoso: participar o no en las elecciones parlamentarias
convocadas por Nicolás Maduro para el venidero diciembre. Digo convocadas por
Maduro, porque las pautadas en la Constitución y en la Ley del Sufragio son muy
distintas a las concebidas por el mandatario.
En
el documento de la CEV, se lee: “Somos conscientes de las irregularidades que
se han cometido hasta ahora en el proceso de convocatoria y preparación de este
evento electoral: desde la designación de los directivos del Consejo Nacional
Electoral, la confiscación de algunos partidos políticos, inhabilitación de
candidatos, amenazas, persecuciones y encarcelamiento de algunos dirigentes
políticos, el cambio del número de diputados y de circunscripciones
electorales”. Estos argumentos parecieran apoyar a las organizaciones que
decidieron abstenerse de concurrir con candidatos propios a esos comicios,
debido a que no se cumplen las condiciones democráticas mínimas que garanticen
unas elecciones transparentes y confiables.
Sin
embargo, pocas líneas más abajo el mismo materia apunta que la “decisión de
abstenerse priva a los ciudadanos venezolanos del instrumento válido para
defender sus derechos en la Asamblea Nacional. No participar en las elecciones
parlamentarias y el llamado a la abstención lleva a la inmovilización, al
abandono de la acción política y a renunciar a mostrar las propias fuerzas.
Algo semejante pasó en diciembre de 2005, y no tuvo ningún resultado positivo”.
Estas tesis se alinean con las microscópicas células reunidas en la Mesa de
Diálogo Nacional, que sostienen la conveniencia de ir a la cita aunque sea de
rodillas.
El
carácter salomónico del comunicado -que expresa sin duda las tensiones entre
abstencionistas y participacionistas dentro de la asamblea de obispos- muestra
la enorme complejidad del reto frente al cual se encuentran los venezolanos.
Nudo nada fácil desatar. El régimen se propuso desde sus inicios hace dos
décadas destruir las instituciones arbitrales –como el Consejo Nacional
Electoral- y la eficacia del voto en cuanto instrumento de cambio democrático,
y lo ha logrado. La experiencia de diciembre de 2015 -cuando millones de
venezolanos militantes de la salida pacífica y electoral a la crisis nacional,
les dieron la victoria a los partidos opositores, y esta fue convertida en
harapos solo unos días después por el régimen autoritario de Maduro- representa
una prueba categórica de los logros de ese plan. Por eso es no resulta tan
sencillo unificar a la dirección opositora en torno a la idea de concurrir a la
cita decembrina, ni convencer al electorado de las bondades de sufragar.
La
alta jerarquía de la Iglesia católica tiene razón de exigirle a los partidos
que anunciaron que no participarán en los comicios legislativos “asumir la
responsabilidad de buscar salidas y generar propuestas para el pueblo que
durante años han creído en ellos, pues la sola abstención hará crecer la
fractura político-social en el país y la desesperanza ante el futuro”.
La
abstención, y también la participación -si ocurriese el milagro de que tal fenómeno
se diera de forma unitaria- deberían formar parte de una estrategia política
global, en la cual los movimientos claves que dé la oposición, se encuentren
alineados con una visión integral de la lucha por recuperar la democracia. En
esta dirección, una de las primeras medidas que la oposición debería adoptar es
galvanizarse en torno de cuatro o cinco grandes corrientes políticas y
organizaciones, que progresivamente se conviertan en partidos dotados de una
plataforma ideológica, programática y organizativa común, que a su vez dé lugar
a una coordinadora parecida a lo que fue la MUD, tan exitosa en su momento.
Ver
en este cuadro de debilidad tan doloroso que vive la oposición, que 27 mini
agrupaciones firman el documento en el cual se llama a la abstención, no causa
sino frustración y desgano. ¿Cómo es posible que tantos partidos –la mayoría de
ellos unicelulares- llamen a la unidad nacional y a luchar contra un enemigo
tan poderoso como el régimen madurista -sostenido por los militares, el aparato
represivo informal y algunos de los países más autoritarios de la Tierra-, si
ellos son incapaces de reunirse en corrientes políticas e ideológicas
homogéneas? El actual grado de dispersión nada tiene que ver con la democracia
y la libertad de pensamiento, sino con la necedad. Cuando se recupere la
democracia podrán crearse de nuevo las ‘cabezas de ratón’ que los aspirantes a
líderes nacionales quieran. Por ahora, se requiere con urgencia unas pocas
colas atadas a una gran cabeza de león.
Sin
unos grandes partidos nacionales será imposible satisfacer las aspiraciones de
la CEV y de los venezolanos demócratas.
Trino
Márquez
@trinomarquezc
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