Carolina Gómez-Ávila 16 de agosto de 2020
Dice la gente de mar que la calma chicha es
desesperante. No todos explican por qué. Parece que no se trata solamente de la
súbita ausencia de viento, que imposibilita navegar sin motor; sino que el
fenómeno viene con un clima sofocante.
La cosa tiene que ver con la baja en la presión
atmosférica que hace que el calor, a nivel del mar, dificulte la respiración.
Por otra parte, la calma chicha también puede presagiar tempestades, pero ese
es un tema que sólo dominan los meteorólogos y algunos políticos. No todos.
Esto se los cuento por los pasmados movimientos
políticos que estamos presenciando. Me refiero a cosas tan inanes como recoger
firmas que no tienen valor legal alguno para apoyar el reclamo de quienes
estarían muy orondos si hubieran logrado sentarse en el esperpento de rectoría,
que era lo que de verdad pretendían, pero les salió el tiro por la culata.
Incluyo las obviedades dichas por eminencias sobre la
insuficiencia de la abstención para producir un cambio político. Y la propuesta
rocambolesca de quienes no terminan de saltar públicamente la talanquera y
proponen un proceso cuasi plebiscitario, prácticamente imposible de realizar,
para que se reforme el Estatuto de la Transición que la Asamblea Nacional
promulgó el 5 de febrero de 2019 para ver si así retoman el control de la
oposición. Si, el calor es tan abrumador como la estulticia.
Así no vamos para ninguna parte. Por lo que infiero
que eso es, precisamente, lo que todos ellos pretenden; que nos quedemos en
esta «ninguna-parte» en la que hace meses transcurre nuestra vida.
A fin de cuentas, sólo así merece llamarse el lugar
donde sobreviene una pandemia y, quienes tienen el poder, hacen como si
hicieran, pero no hacen nada y quienes pueden sumarse a la mayoría se dedican a
canibalizarla. El statu quo encontró la manera de perpetuarse.
Ya quisiera yo creer en Mario Benedetti; siempre bueno
para inspirar y malísimo para ver la realidad, como en su poema «Calma
chicha»: «Pueblo, estás quieto / cómo no sabes / cómo no sabes, todavía
/ que eres el viento, la marca / que eres la lluvia, el terremoto». Pero
no, no es verdad.
No habrá movimientos populares espontáneos –jamás los
hubo–, imagino que la curva de contagios seguirá en ascenso y cualquiera con
dos dedos de frente no se expondrá en actos de masas, que aquí es lo mismo que
decir revueltas. La comedia electoral se llevará a cabo o se suspenderá, da
igual. Los opositores que lideran la opinión de los países democráticos,
seguirán liderándola; el pueblo, enfermando o no en el camino, seguirá luchando
por su supervivencia y las opciones de regresar a un sistema de Gobierno
republicano, alejándose sin dolientes verdaderos.
Estamos en alta mar, sentados en el filo de un pico,
en aquel calor asfixiante, con el viento en huelga y sin saber si se aproxima
una tormenta. Todos esperando que algo haga que vayamos de cero a doce en la
escala de Beaufort.
Lo barato sería gritar a todos por igual «¡Pónganse de
acuerdo!» Lo inteligente sería señalar sólo a estos espontáneos de pacotilla y
exigirles que recojan sus bártulos y se pongan a la orden de la coalición
democrática que es la única que nos puede llevar a algún puerto. Porque tal
parece que creen que tienen el control del viento o están tan fuera de la
realidad, que juran que ellos sí pueden navegar en calma chicha.
Carolina
Gómez-Ávila
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