Ángel R. Lombardi Boscán 16 de agosto de 2020
Los españoles, estoy generalizando, la inmensa
mayoría, desconoce la Historia de América; y nosotros, desde América, ignoramos
lo esencial de la Historia de España. Vivimos de estereotipos compartidos. De
distorsiones librescas y mediáticas. Hace falta puntos de encuentro. La
herencia hispánica es el centro de la nacionalidad venezolana. Resistirnos a lo
evidente nos ha lanzado al territorio de la improvisación y al olvido sin
olvido desde un rencor alimentado por una ideología capciosa y dañina
de espinas nacionalistas.
Las murallas historiográficas son inmensas: Líneas
Maginot que el inmenso y soberbio Océano Atlántico se encargan de resguardar
materialmente aunque son en realidad las jaulas ideológicas y los campos de
concentración mentales los que han impedido que hispanoamericanos y españoles
procuren aceptar que comparten una misma historia.
Para la España de Franco, atrapada en sueños
imperiales trasnochados, América quedó reducida al “Descubrimiento” y Cristóbal
Colón del año 1492. El Día de la Raza española estuvo asociado a la traída de
una civilización que los pueblos indígenas, algunos tan civilizados como los
ibéricos, digirieron desde la más grande derrota y humillación.
La civilización Inca quedó hecha trizas; y la Azteca,
también. Cosmovisiones guerreras enfrentadas: una vencedora, la otra mutilada.
Haciendo del proceso de una España en América un nacimiento traumático desde el
cuchillo y violencia. Esto no es ninguna novedad porque la historia de todas
las civilizaciones va en esta misma dirección.
Trescientos años estuvo España en América y se instaló
en ella por las malas y por las buenas. Los territorios americanos fueron
colonias de extracción de metales preciosos y recursos naturales aunque también
nos asumieron como reinos asociados a la Monarquía. Ya hay una crisis dinástica
en el año 1700, cuando los Austrias ceden a los Borbones y hacen de Francia, en
primer lugar, un intruso bienvenido, en las realidades ibéricas.
Todo esto repercutió en la manera de entender a la
América, orgullo y sostén del poderío hispánico, el más grande del mundo por
ciento cincuenta años entre los siglos XVI y XVII. No es lo mismo la filosofía
de gestión de los Austrias con Carlos V y Felipe II a la cabeza que un Carlos
III o Fernando VII de la dinastía de los borbones. Todas estas cosas las
ignoramos los venezolanos. Porque asumimos la historia como un velo negro en
realidad.
Para el venezolano, que habla, escribe y se entiende
en español y profesa un culto mariano y católico y cuyas ciudades principales
nacieron de la cuadrícula hispánica y cuyas instituciones son básicamente de
origen ibérico estas verdades hoy le sorprenden.
El lavado cerebral en torno a una España maldita y
cuya leyenda negra nos hemos encargado de repetir un millón de veces impiden
aceptar y reconocer esto. Y no podemos dejar de lado el aporte canario.
Sólo en el año 1810 había 200.000 canarios de una
población de 800.000 habitantes. Y el 90% de los mismos ya eran
criollos, es decir, habían nacido en el país que les dio acogida. Un
triángulo perfecto y fecundo entre: América, Europa y África.
Pensar que Bolívar vino de la nada, y que toda su
gesta fue para librarnos de la “mala España” fue un acto de desprendimiento
justiciero en favor de la libertad, es algo hoy un tanto idiota. Bolívar proviene
de la aristocracia criolla más rancia: los llamados primeros conquistadores
quienes asumieron el control del suelo y esclavos.
Directos aliados del aparato imperial de la monarquía
nunca repudiaron sus orígenes y prosapia, por el contrario, eran ellos quienes
mandan en los tres siglos llamados coloniales. Bolívar se educó en Madrid de la
mano de un tutor de apellido Uztáris que ostentó el título de marqués y que le
permitió entrar en tratos con quien fuera su futura esposa: María Teresa del
Toro. Se casó en Madrid en una iglesia de la Gran Vía y sus planes no eran
otros que regresar hasta Caracas y administrar sus fincas.
El odio español de Bolívar, puesto de manifiesto
particularmente en el año 1813 con su Decreto de Guerra a Muerte, es toda una
hipótesis de trabajo para los nuevos historiadores y sobretodo Bolívar se hace
enemigo de España por un asunto de búsqueda de gloria histórica.
Las circunstancias le marcaron su destino como se lo
marcan a todo hombre, y tomó partido por la causa revolucionaria asumiéndose en
el principal líder de la misma dentro de un movimiento continental atizado por
las transformaciones en la cuenca atlántica: Revolución Industrial (1750);
Revolución Inglesa (1688); Independencia de los Estados Unidos (1776) y
Revolución Francesa (1789). Los españoles, en su mayoría, ignoran todo esto.
Bolívar en todo caso es un traidor o un adalid de la libertad liberal.
Recordemos que en España los liberales y monárquicos no se han dejado de matar
por un solo minuto salvo algunos episódicos intervalos de paz.
Y a la visión internacional y geopolítica de la
transición de colonia a república (1750-1830) hay que agregar la más importante
de todas: la guerra civil dentro de un escenario endógeno y endogámico sembrado
por semillas de odios entre los distintos sectores sociales separados
verticalmente y heridos de vergüenza la gran mayoría.
Para entender a cabalidad el ser nacional venezolano
tenemos que comprender la Historia de España. Y no hay una sola materia en la
escolaridad venezolana que haga esto. Y en las universidades nuestras, cuando
existían, España es reducida a una invisibilidad o en todo caso a señalar sus
errores y pecados como la causante de la maldad en una Historia de Venezuela
hecha República.
España desde entonces la hemos asumido como el comodín
perfecto para excusar todos nuestros tropiezos hasta el día de hoy.
Ángel
R. Lombardi Boscán
Director del Centro de Estudios Históricos de la
Universidad del Zulia
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