Opus Dei 12 de diciembre de 2020
@OpusDeiVE
Hace
más de 35 años Evelyn conoció la Obra en Maracaibo. Junto a su marido marcharon
a una ciudad fronteriza de Venezuela para trabajar como médicos. Allí
descubrieron la gran necesidad de catequistas, tanto de primera Comunión como
para preparar a los novios para el matrimonio.
Apure es
un estado de los llanos venezolanos dedicado a la agricultura y ganadería. Sin
embargo, muchos factores hacen que sea uno de los más pobres, inseguros y
desatendidos del país. Se encuentra en la frontera con Colombia y a más de 400
kilómetros de Caracas.
Neudo, mi esposo, y yo somos médicos. En octubre de
1989, vinimos a hacer el internado rural a la población de Guasimal, una
comunidad del estado llanero. El pueblo tiene una plaza enmarcada por la
medicatura rural, un colegio y una construcción techada que sirve como capilla.
Apenas cuenta con una carretera pavimentada.
Tres años sin primeras comuniones por falta de
catequistas
Aunque nos emocionó pensar que tendríamos el Santísimo
cerca y escucharíamos misa con frecuencia, la realidad era que el sacerdote
asistía apenas tres días al año para las fiestas de la Virgen del Carmen,
cuando impartía los sacramentos. Nos dijeron que hacía más de tres años que no
había primeras comuniones por falta de catequistas.
Nos entregaron las llaves de la capilla por si
queríamos rezar, pero lo primero que hicimos fue limpiarla. Una imagen de la
Virgen y las campanas facilitaban la convocatoria. Al terminar las jornadas de
trabajo en el ambulatorio, nos íbamos a rezar el rosario. Primero nos
acompañaron las dos enfermeras, y a los tres días ya asistían siete señoras de
la comunidad.
Nuestra primera misa en San Fernando, la capital de
Apure, fue un poco accidentada porque nos quedaba lejos y el transporte público
era deficiente. Llegamos tarde a la catedral, y nos sugirieron ir a otra
iglesia. Caminamos 20 minutos y allí estaba un sacerdote de unos 60 años de
edad. Se trataba del obispo de la diócesis, quien nos confesó y nos dio el
encargo de llevar la hoja dominical a quienes acudieran al rosario en Guasimal.
Nos ofrecimos para preparar a los niños de la escuela para la primera Comunión.
Preparamos a 27 niños. Dos maestras nos ayudaban con
el rosario de las tardes y nos acompañaban a la misa los domingos. Antes de la
primera Comunión, nos trasladaron a otra población y no pudimos asistir a la
ceremonia, pero logramos el objetivo.
Estuvimos en varias poblaciones del estado y se notaba
la ausencia de formación por la falta de sacerdotes y la penetración de otras
creencias. Fuimos a Caracas un breve tiempo para la especialización en
Dermatología de mi esposo. Pero en enero de 1991, regresamos a San Fernando de
Apure, ya con nuestro primer hijo en camino.
Mi historia con don Álvaro del Portillo
Seguiré contando nuestro intenso apostolado, pero este
inciso es necesario. Una supernumeraria joven,
con poco más de dos años de formación, médico, en tierra de misión y sin centro
de la Obra cercano podría parecer una historia poco prometedora. Por aquel
entonces la comunicación no era tan rápida como es ahora y menos en este estado
fronterizo. No podía acudir a los medios
de formación y atesoraba el “acopio” que hice durante mi corta estadía
en Caracas y Maracaibo. Entonces decidí escribirle todos los meses cartas
a don Álvaro, entonces prelado
del Opus Dei, contándole cómo estaba. Las escribía y las guardaba.
Tenía una vecina amiga, de la Legión de María, y luego supe que su comadre ayudaba a la
residencia Resolana a buscar jóvenes en el llano que estuvieran interesadas en
las becas que ofrecía en Caracas el colegio Los Samanes, obra corporativa. Una
noche mi vecina me toca la puerta y me dice: “Mire, la está buscando una gente
suya de Caracas”. Mi sorpresa fue que eran una numeraria y una agregada que
estaban haciendo la promoción de las becas, pero no sabían que había una
supernumeraria viviendo en Apure. Coincidimos luego en la Misa y les entregué
las cartas que eran para don Álvaro. Ellas se quedaron conmovidas, pues se iban
al día siguiente. Me regalaron la estampa del recién beatificado Josemaría
Escrivá.
Don Álvaro tuvo la gentileza de enviarme unas líneas
de vuelta a mis múltiples cartas recordándome que en la Obra nunca estamos
solos y alentándome a la fidelidad. Continué escribiéndole siempre muchas cartas,
pero especialmente por cada hijo que venía. Cuando nació mi hijo Álvaro, recibí
una cuartilla de su parte para que supiera que encomendaba en misa a “todos los Álvaros hijos
de sus hijas”.
Cursos de formación para matrimonios
El espíritu de servicio para atender almas y cuerpos
nos llevaba a emprender y Dios se aprovechaba de ello. Un día coincidimos con
un sacerdote dominico que nos invitó a colaborar con los esposos Irimar y Juan
Gómez en los cursos prematrimoniales. Al comienzo dábamos la charla de los
métodos naturales de planificación familiar y luego de moral cristiana. En
1992, se realizaban de tres a cinco cursos al año y en 1994 se formaliza la
Pastoral Familiar.
El vicario de la diócesis nos contactó para
encargarnos la dirección de cursos prematrimoniales. Así se incrementaron estos
encuentros mensuales con promedio de 15 a 20 parejas en cada uno.
Varios de esos matrimonios se integraban luego a
nuestro equipo de formadores. El abogado, que colaboraba en aspectos legales
del matrimonio, al casarse sumó a su esposa para dictar talleres de economía
del hogar. Pero además hicimos familia: de sus tres hijos, dos son nuestros
ahijados de confirmación.
Otro matrimonio –ella, abogado, y él, electricista–
también se incorporaron al equipo. De sus tres hijos, uno es nuestro ahijado de
bautismo. Otra pareja de abogados que hizo el curso con nosotros en 2001
también nos pidió apadrinar a su hijo. Y así varios matrimonios jóvenes se han
sumado. Algunos se han ido del país, pero formamos una gran familia en pro de
la formación matrimonial.
Y su marido volvió...
Paralelamente, cerca de mi casa hice un grupo con
señoras para estudiar la doctrina católica, el cual mantuvimos cerca de cinco
años. Una de ellas perdió a su única hija en un accidente de tránsito y se
alejó de Dios, su marido se abandonó al alcohol y se habían alejado. Una noche
estuvo en mi casa y me increpaba sobre la fe, la esperanza y el abandono en Dios.
Estaba muy negada a aceptar la voluntad de Dios y fue toda una noche de
preguntas y respuestas. Un diálogo interesante en el que yo también estaba a
prueba. Después de eso yo la llamaba, le escribía hasta que volvió a la
formación.
En las clases les explicaba que la oración movía
montañas y si era persistente, hacía cambiar lo que parecía imposible. Ella
empezó a rezar y su esposo no solo volvió, sino que hasta ayudaba al sacerdote
en la misa. Hoy día es una gran amiga y aunque no está en Venezuela, ella y las
otras señoras conformamos un grupo por WhatsApp, en el que seguimos estudiando
doctrina e incorporando gente. La pandemia nos ha impedido reunirnos, pero por
esta vía seguimos en contacto con las que ya no viven aquí.
*****
En nuestros 31 años en Apure ha habido muchos frutos:
hemos visto crecer a nuestros ocho hijos (uno de ellos ya en el cielo), hemos
dado salud con nuestro trabajo profesional y hemos formado matrimonios en esta
tierra de misión. Esto nos sigue fortaleciendo en la esperanza, en la lucha
cotidiana y en el deseo de acercar almas a Dios.
Tomado de: https://opusdei.org/es-ve/article/catequesis-parroquia-venezuela/
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico