Ismael Pérez Vigil 27 de agosto de 2022
@Ismael_Perez
La
desesperanza ronda por el país, según algunos; en foros, artículos de prensa y
encuentros entre ciudadanos; ronda como mal, como política, como motivo de
preocupación de analistas diversos y de la propia población. Imposible,
entonces, no sucumbir a la necesidad de tratar el tema, pero al menos no caeré
en la tentación de comentarlo como un tratado psicológico, baste con verlo en
su connotación política.
En algunas ocasiones la palabra aparece sola −o alguno de sus seudónimos, como indefensión−, sin mayores calificativos, pero otras veces se escucha tras de ella el vocablo: “inducida” o “aprendida”, para crear así una frase terrible, que muchos asimilan a la acción del gobierno, a la estrategia que desarrolla el gobierno bien tejida –en un “juego crónico … de sembrar desesperanza”, como viene diciendo Ángel Oropeza hace varios meses y reitera la semana pasada en: Aprendiendo cómo se derrota al gobierno, (El nacional, agosto 18, 2022); y se asimila a la reacción pasiva o autodestructiva, del pueblo, de la oposición, frente a esa acción del gobierno.
Algunos
simplemente la dan por sentado, como si se tratara de una condición del “alma
venezolana”, del “modo” de ser venezolano, o instalada como una fatalidad que
solo desaparecerá cuando desparezca el régimen, todo él, por arte de magia, por
“arte de un birlibirloque”, pues por lo general −salvo afirmar la enfermedad−
los que así piensan, nada proponen para aliviarla.
El
gobierno, permanentemente, ha desarrollado una estrategia de intimidación, para
eternizarse en el poder; el mensaje es: “nada vayas a hacer, porque es inútil,
somos demasiado poderosos… y si haces algo, sufrirás consecuencias: violencia,
persecución, cárcel, exilio… o muerte”; y sobran los ejemplos para demostrar
que eso es así. Al igual que la intimidación, la de exacerbar la “desesperanza”
es también una deliberada estrategia del gobierno. El mensaje, al final,
siempre es el mismo: “no vale la pena hacer nada… no se puede contra el
régimen… vinieron a quedarse para siempre… no perdamos el tiempo”.
Fue
así desde el principio del régimen −desde los albores del siglo XXI, con los
prolegómenos de la “Lista Tascón”−, cuando Hugo Chávez Frías arremetía
fieramente contra los procesos electorales y desprestigiaba el voto: “Nosotros
sabemos cómo votas… no importa por quien votes, de todas maneras, nosotros
vamos a ganar…Además, todos los políticos opositores son unos corruptos y sus
partidos también”. De allí pasaron a organizar elecciones fraudulentas,
abusando del poder, utilizando los recursos del Estado, cambiando circuitos
electorales, modificando fechas de elecciones, inhabilitando candidatos y
partidos, alterando el registro electoral, impidiendo el voto a los venezolanos
en el exterior, desconociendo resultados. Al gobierno, que controla con mano de
hierro a un porcentaje de los votantes, hoy no menor al 15%, que cuenta con
recursos para movilizarlos y desarrollar el clientelismo, siempre le ha
convenido que la oposición se abstenga. Todo abona contra el voto y a favor de
la “desesperanza”.
Pero
ahora, tras la pandemia, todos estamos más familiarizados con los virus y
entonces podemos decir que la propagación de la “desesperanza” por el gobierno
es como la propagación de un virus, que va cambiando, mutando, que se hace
resistente. Aparecen nuevas modalidades, sin haber desaparecido las anteriores;
así hoy estamos bajo los ataques y efectos de una nueva “cepa”, la cepa del
“país que se arregló… del país que está cambiando…” y nos alientan a “estar
atentos a los cambios que lleva adelante el gobierno…”; en efecto hay cambios y
todo nos lo presentan como novedades y avances: unos bodegones por aquí, unos
edificios lujosos por allá, costosos espectáculos públicos, dólares circulando,
estanterías más llenas de productos, cambios en legislación, más tráfico en las
vías, más gente en la calle, restaurantes y en los automercados, algunos de los
migrantes que regresan y −ante una economía prácticamente muerta− hay un
pequeño crecimiento que se ventila a los cuatro vientos. Cómo no alegrarse de
cualquier pequeña mejoría, como no celebrarla, hay que hacerlo, todo lo que
mejore alguna condición de vida de los venezolanos, pero denunciando que no es
suficiente que unos pocos, muy pocos, tengan acceso a ella, la situación del
país sigue más o menos igual para el 80% o más de los venezolanos y no me
perderé en describir que persisten los males que todos conocemos. Lo que
queremos es que todos los venezolanos tengan la oportunidad de mejorar y eso
solo es posible con un cambio político a fondo, con un cambio de sistema,
saliendo de este régimen de oprobio. Si no es así, si eso no ocurre, abonamos a
su estrategia, al mensaje que apunta al mismo resultado final, solo que ahora
es más sutil, más sofisticado −en el original sentido de la palabra−, falso; el
mensaje ha variado muy poco: “para que hacer nada, es inútil… además, el país
ya está cambiando… hay que adaptarse al cambio”
A éste
se nos suma otro mal y es que −con las consecuencias de la pandemia que no
cede, la guerra en Ucrania, una posible recesión mundial, las amenazas de China
a Taiwán, el tormento ambiental y del clima que siguen, y muchas preocupaciones
más−, al mundo parece que tampoco le importa ya tanto la tragedia venezolana,
al menos no como hace dos o tres años; los países nos dicen: tenemos otros
problemas graves que atender.
En el
pasado los mensajes mudaban, pero en esencia eran: “Fíjate como cambiamos las
fechas de votación, las condiciones y los circuitos”, “Y cuando no ganamos,
como en el Edo, Bolívar en 2017, cambiamos los resultados”, “Recuerda la AN de
2015, si perdemos, la anulamos”, “A los diputados, les allanamos su inmunidad”,
“A los opositores, personas o partidos, los inhabilitamos, como a la MUD, o se
los entregamos a opositores dóciles”, “A quien se nos oponga irreductiblemente,
lo metemos preso o lo forzamos al exilio”. Esos mensajes junto con la
persecución a periodistas, líderes estudiantiles y políticos opositores, dieron
su resultado: temor y contribuyeron a lo que llamamos “desesperanza”. La del
país que se “arregló”, un tanto más sutil, es la nueva forma de inducir
“desesperanza”, que viene a hacer compañía a las anteriores, cuyos mensajes no
desaparecen, se complementan con los del “arreglo” del país.
Pero
hay una cara más de la moneda, en la que no voy a abundar, apenas una
referencia, y es que la “desesperanza” no solo se estimula desde el gobierno;
un importante sector de la sociedad civil y algunos partidos lo hacen desde la
oposición, con posiciones como, por ejemplo: “Para qué votar, si van a hacer
trampa y siempre van a ganar ellos… y para qué negociar nada, además, no se
negocia con bandidos…” A la abstención de los indiferentes, que son legión
desde 1998, sobrepasando el 30%, se le suma la de los abstencionistas
ocasionales o estacionales, que salvo dejar de votar, no hacen nada, no
emprenden ninguna acción, excepto insultar y recriminar a quienes votan o
hablan de negociación, lanzando mensajes, algunos de estos voceros, estimulando
supuestas invasiones, a las que nadie está dispuesto −ahora menos que nunca− o
alentando rebeliones, estimuladas desde la seguridad que da estar a miles de
kilómetros del país, que cuando se dan, parcialmente, son crudamente
reprimidas.
No
vale la pena comentar más al respecto o darles palestra a ideas que no lo
merecen. Muy bien lo explica el ya citado Ángel Oropeza, cuando en otro
artículo nos habló y describió a: “la generación tóxica de desesperanza
que desde el gobierno y de otros sectores se siembra todos los días entre los
venezolanos” (De vuelta a los principios, El Nacional, abril 28, 2022) Dejemos
para otra ocasión como combatir la “desesperanza”, baste hoy con denunciarla,
para estar conscientes de ella y no seguir estimulándola.
Ismael
Pérez Vigil
@Ismael_Perez
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