Marta de la Vega 30 de agosto de 2022
En Un
prefacio a la Teoría de la Democracia (1956), en el
capítulo tres, «Poliarquía», Robert Dahl identifica esta palabra con democracia
y se refiere a la igualdad política como uno de sus rasgos básicos, así como a
dos elementos centrales constitutivos de la democracia, los niveles y derechos
de participación y oposición, destacados en su posterior libro Poliarquía (1971).
En ese sentido, elegir es una condición decisiva de democracia.
Como las democracias no existen en estado puro, nunca encontramos en la realidad un tipo ideal en el sentido de Max Weber, sino procesos de democratización o de transición desde regímenes autoritarios o hegemónicos hacia sistemas políticos más o menos poliárquicos, es decir, con mayor o menor pluralismo, que es otro componente clave de las democracias.
Como
condición indispensable de esta pluralidad competitiva, o diversidad respetada,
inherente a todo proceso democrático, el voto es eje del poder poliárquico y
fuente de legitimidad de los regímenes democráticos. Es necesario, no solo que
el voto elija, sino que la victoria electoral asegure el ejercicio pleno del
poder obtenido mediante el sufragio, que es producto de la expresión de la
preferencia de los individuos en el proceso de decisión.
El
voto debe cumplir, al menos, tres condiciones básicas, según Dahl. Cada
ciudadano debe escoger entre las alternativas previstas la expresión de su
preferencia en el acto electoral. Al contabilizar las votaciones, el peso
asignado a la elección de cada individuo es idéntico. La alternativa con mayor
número de votos se proclama elección ganadora.
Lamentablemente,
como destaca Dahl, un plebiscito totalitario también podría cumplir estas tres
condiciones. El meollo del problema está en precisar qué significa una
expresión de preferencia individual. En una dictadura, apoyar al autócrata o
no, puede marcar la diferencia entre vivir sin sobresaltos o ser perseguido o
apresado.
En un
régimen populista de gobierno, la corrupción de las maquinarias políticas puede
definir si el individuo obtiene beneficios o prebendas por plegarse a la
estructura clientelar o si, al contrario, queda fuera del juego político porque
no aceptó ser sobornado mediante un puñado de dinero o compra de votos. Si no
distinguimos entre las opciones, la primera de la segunda, no habría diferencia
entre sistemas autocráticos o personalistas y sistemas democráticos.
Hay
una cuarta condición limitadora para asegurar la democracia, que debe cumplirse
en el período previo a la votación. Si un individuo percibe dentro de un
conjunto de opciones una alternativa preferible a las demás, puede agregar su
alternativa preferida entre las seleccionadas para votar. Pero si uno de los
individuos posee información privilegiada e induce a los otros a escoger
determinada opción, la escogencia no es libre y así tampoco se da una verdadera
expresión de la preferencia personal. No puede haber un control monopólico de
la información. Por eso, Dahl precisa una quinta condición: todos los
individuos tienen idéntica información sobre las alternativas. Esto impide que
la elección sea manipulada por un individuo o grupo determinado que haya
controlado la información.
Puede
ocurrir, sin embargo, como destaca Dahl que, aunque se cumpliese plenamente la
quinta condición, los votantes podrían elegir una alternativa que habrían
rechazado de haber tenido más información. Por eso agrega: «podría pensarse que
estas cinco condiciones son suficientes para garantizar la aplicación de la
regla; pero sería posible, al menos en principio, que un régimen permitiese que
se diesen esas condiciones durante el período previo a la votación y durante el
período de la votación y luego se limitase a ignorar los resultados#. No hay
democracia verdadera en este caso, pese a que se realice lo que podríamos
llamar una farsa electoral.
Así,
Dahl propone dos condiciones más, posteriores a la votación. La sexta: «Las
alternativas (políticas o dirigentes) con mayor número de votos desplazan a
todas las alternativas (políticas o dirigentes) con menos votos». Y la séptima:
«Las órdenes de los cargos electos se cumplen». En último término, para
asegurar la maximización de la igualdad política y de la soberanía popular, en
la etapa interelectoral, las decisiones deben estar subordinadas a las
establecidas durante la etapa de elección o ser aplicación de estas, incluso si
cambian los marcos institucionales.
Es la
utopía realizada de la democracia como poliarquía. Pero en la realidad no se
cumplen totalmente estos requisitos. Debemos estar alertas y en lucha constante
con las distopías que en toda organización humana generan las distorsiones o
corrupción de las prácticas políticas.
Hoy
estamos en La era del capitalismo de la vigilancia (2019). Una
distopía que en los regímenes autoritarios o totalitarios es parte esencial y
normalizada de sus sistemas de dominación, donde no se elige, se está
convirtiendo en una amenaza grave a las democracias en las sociedades abiertas.
En una
entrevista reciente de Moisés Naím Shoshana Zuboff lo analiza a partir de su
último libro. Se trata del fenómeno que llama «distopía accidental» y sus
consecuencias en la revolución digital y en el desarrollo humano, que se ha
convertido en la base de un nuevo orden económico mundial, por el control total
sobre la gente, con todos los datos que, por razones de poder económico y
financiero, las empresas tecnológicas (Facebook, hoy Meta; Google, Spotify,
Netflix) acumulan de sus usuarios. Es la «comercialización del comportamiento
humano» que nunca antes había sido posible.
Todos
los servicios electrónicos deberían enriquecernos como individuos, familias,
naciones, como un derecho «epistémico» en la civilización global planetaria.
Pero no es lo que está pasando. Diseñados para permanecer escondidos de las
personas, estos datos procesados por inteligencia artificial son usados para
predecir los comportamientos de la gente y ser manipulada, para obtener más
ganancias. Es una usurpación a los derechos de privacidad y debilita las
instituciones democráticas por ilícita. Nuestros legisladores deben conocer
estos procesos para diseñar políticas que puedan prohibirlos.
También
es nuestra responsabilidad aprender sobre lo que está ocurriendo. El
comportamiento colectivo, como sociedad, también es manipulado. No es que dejen
de existir estos servicios tecnológicos maravillosos, sino que todos los datos
nos pertenezcan y también a las instituciones que deben regular este ámbito
digital, «para vivir una vida libre, individual y moderna».
Si no,
la distopía accidental se convertirá en la realidad dominante que destruya la
democracia por el capitalismo de la vigilancia. No podremos elegir cómo se
gobierna, con qué valores e ideales, con qué aspiraciones y derechos y bajo qué
leyes. Un pequeño grupo de compañías nos están arrebatando el derecho al
conocimiento, a los principios democráticos y a comunicarnos libremente.
Marta
de la Vega
@martadelavegav
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