Julio Castillo Sagarzazu 25 de agosto de 2022
Muchos
recordaran la maravillosa película de Wolfgang Becker: Una mujer militante del
Partido Comunista de la Alemania del Este, sufre un colapso cuando ve a su hijo
participando en una manifestación contra el gobierno de Honecker. Esta mujer
entra en coma y despierta ocho meses después, cuando ya ha caído el Muro de
Berlín.
Temeroso
de que le repita el ataque, el hijo, en complicidad con varios amigos, monta
una parodia para hacerle creer que Alemania oriental aún era comunista.
Ese sentimiento peculiar de irreflexión fue una de las características del temperamento del militante comunista promedio. Una escena de «Chernóbil», otra gran película, nos lo confirma: Un científico, junto con los bomberos, intenta convencer a una comunidad que deben evacuar el lugar. La líder del partido se opone diciendo que no había ningún peligro. Ante la pregunta del bombero y el científico de por qué, hacia esa afirmación, responde. «porque lo ha asegurado el partido».
Cuando
tal fenómeno se aposenta en las mentes, es demasiado difícil que se acepten
verdades; que impere el sentido común y aún más difícil, salir del pozo
profundo de que los fanatismos suelen cavar, para enterrar en él a sus
seguidores.
Es
posible que haya una franja de personas que se afilió a esta delirante
conducta, por debilidad intelectual, pero muchos otros, (grandes sectores de la
intelectualidad, en todo el mundo, abrazaron estas ideas) La verdad sea dicha,
la batalla cultural gramsciana fue ganada por las fuerzas marxistas. Así fue
que quienes soñamos con la libertad, la equidad, la erradicación de las
injusticias, pensamos que el socialismo era el santo grial de redención humana.
Una
impresionante operación de marketing, nos hizo comprar aquella idea. El éxito
de la venta no solo abarcó a quienes descendían del tronco común del marxismo,
sino también a quienes vimos a la luz en la política en las ideas de la
democracia cristiana, como quien esto escribe. La Izquierda Cristiana, los
Cristianos Revolucionarios, fueron una expresión de esa realidad, no tan
lejana.
Pero
llegó el momento de la verdad. Los bolcheviques toman el poder y comienza una
guerra civil en Rusia y, con ella, una hambruna pavorosa. Lenin es el primero
en abrir los ojos y darse cuenta del desastre al que llevaban el país y lanza
la llamada Nueva Política Económica (LA NEP) con la consigna:
«Kulaks enriqueceos». Se levantan tímidamente las regulaciones para convencer a
los terratenientes de volver a sembrar porque no había trigo en los graneros,
pero ocurre su muerte en 1924.
Lo
sucede Stalin y comienzan las grandes purgas para mantener el poder. En 2 años,
ni uno solo de los «originarios» está en el buró político. Han sido presos,
muertos o deportados. Llega la II guerra mundial y con ella, la gran
justificación de las atrocidades de Stalin. «Lucha contra el fascismo» dicen
sus acólitos. «Está a la cabeza del gran Ejército Rojo». Bodrios de esta
naturaleza se expanden al punto que no solo el ejército rojo comienza a ser
objeto de culto. Hasta un poeta de renombre como Aragón le canta odas ramplonas
a la GPU; Neruda escribe poemas de amor y canciones desesperadas a Stalin a
quien llama «el más humano de los hombres». Las masacres del «padre de todos
los pueblos» se camuflan detrás del mito de la lucha por el socialismo. Muy
pocos se conmueven ante esa espantosa realidad.
Viene
el 56 y con él, el primer aplastamiento de un levantamiento popular en Hungría.
No era Stalin el único sátrapa, ya este había partido a su cita con el diablo.
Luego
el 68, Ian Palach se inmola en la Plaza San Wenceslao de Praga enfrentando los
tanques del Pacto de Varsovia. Marcuse sacude el pensamiento marxista y declara
que ya el proletariado no es una clase revolucionaria y vuelve su mirada hacia
las minorías activas y oprimidas.
Roger
Garaudy, en Francia, se harta de tanto embuste y proclama «Ya no es posible
callar», abjura del PCF y se acerca al cristianismo.
Mao,
aporta a las macabras cifras del comunismo, sus más de 10 millones de muertos
en su «Revolución Cultural».
Por
estos lares, Teodoro, siempre Teodoro, se hace acreedor a una mención de
revisionista y contrarrevolucionario en el Congreso del Partido Comunista
Soviético, por su libro “Checoeslovaquia, el socialismo como problema”.
En
Cuba, Camilo Cienfuegos muere misteriosamente, Huber Matos, amanece de golpe
contrarrevolucionario. Las libertades se estrechan y se entroniza la dictadura.
En
cada uno de estos episodios se fueron quedando ensartados, como en un alambre
púas, jirones de carne e ilusiones de miles de jóvenes en el mundo que
militamos en esa causa.
Sin
embargo, la ilusión, las querencias, los mitos y las supersticiones sobre el
socialismo no son fáciles de superar. Muchos se fabrican sueños y esperanzas de
que todo ha sido un error de los dirigentes; que el verdadero socialismo está
por llegar y cada vez que aparece un Chávez, un Boric y ahora un Petro, renacen
las ilusiones de que ese verdadero socialismo finalmente vea la luz y, como lo
dice La Internacional, el himno por antonomasia de la revolución mundial,
«legue el fin de la opresión».
No
importa cuantas realidades pasen frente a nuestros ojos. No importa que hayamos
visto desmanes y fracasos, una fuerza interior remachada por siglos de
supercherías e ideologías, hacen a muchos, mantener esa ilusión.
Es
quizás eso lo que está aconteciendo hacia Petro. Muchas le hacen esa apuesta al
«verdadero socialismo», con la ilusión puesta en que «el dado en la noche
linda, les devuelva los corotos» y los sueños y las esperanzas perdidas.
No
obstante, pareciera que lo prudente, por el bien de Colombia, es que el
presidente Petro se desprenda de todos los prejuicios ideológicos; que gobierne
con sentido común; que no caiga en la tentación de hacerse rico; que aleje las
malas influencias y que respete la democracia y los derechos humanos. Eso sería
suficiente.
Esperemos,
hagamos votos porque la prudencia y la honradez presidan sus pasos. No lancemos
ningún sobrero al aire prematuramente porque el que vive de ilusiones muere de
desengaños (refranero popular dixit)
Julio
Castillo Sagarzazu
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