Julio Castillo Sagarzazu 19 de agosto de 2022
“Las
alianzas y los acuerdos son indispensables en la política, sobre todo cuando
una fuerza no tiene hegemonía política”.
El
Partido Obrero Socialdemócrata Ruso (El POSR) estaba compartimentado en dos
grupos: Los Bolcheviques y los Mencheviques. En ruso, ambas expresiones pueden
traducirse como mayoritarios y minoritarios o maximalistas y minimalistas.
La verdadera gran diferencia entre ambos en su estrategia de sustituir el régimen zarista (algo que finalmente lograron) es que los bolcheviques decían que había que luchar directamente por la dictadura del proletariado (que es la primera etapa, seguida del socialismo, en el camino hacia el comunismo), mientras que los mencheviques sostenían que toda dictadura era un régimen opresor y que en la vía hacia las conquistas que se proponían había que construir alianzas con sectores distintos al proletariado.
Estas
ideas y estrategias contrapuestas estuvieron en el origen de la gran división
de las fuerzas revolucionarias de inspiración marxista. Kautsky, combatido y
estigmatizado por Lenin como “renegado”, fue la figura visible de las
posiciones identificadas como mencheviques. La escena estaba servida para la
división de la llamada Segunda Internacional y la creación de la Tercera. La
segunda, aún viva, es la que se conoce como la Internacional Socialista, y la
Tercera comenzó a reunir a los partidos comunistas.
La
gran paradoja de todo esto es que quienes en realidad manejaron magistralmente
el tema de las alianzas, las etapas y la convivencia con fuerzas distintas
(llamados compañeros de ruta) fueron realmente los bolcheviques.
Efectivamente,
desde 1905 los bolcheviques acompañaron las manifestaciones -dirigidas por el
pope Gapon, un agente del zarismo- que culminaron con la espantosa represión
del Domingo Sangriento, hasta su conquista del poder en octubre de 1917, ellos,
los bolcheviques con Lenin a la cabeza, supieron manejar magistralmente los
acuerdos con otras fuerzas y, “pasar agachados” cuando aún no se consideraban
con la fuerza suficiente para controlar el poder.
Estuvieron
con el príncipe Liov y apoyaron al gobierno provisional de Kerensky hasta que
llegó Lenin del exilio -en un tren fletado por los alemanes- y lanzó la
consigna “todo el poder a los soviets”
¿Por
qué decimos en el título de esta nota que “toda la política es menchevique”?
Pues porque es cierto. En realidad, el verdadero liderazgo político debe
entender que para lograr una aspiración si no se tiene la fuerza suficiente, es
necesario acordarse con otros. Con otros que son distintos y que no
necesariamente comparten la totalidad de las ideas propias o la misma
estrategia central.
La
estrategia del “todo o nada” o “nosotros solos podemos” suele no ser la más
exitosa. Decía Robespierre que la revolución tiene derecho a avanzar
enmascarada. Esa sentencia, está dicha en el lenguaje del villano que fue
Robespierre, un sátrapa inmisericorde, pero esconde una realidad ineludible.
En
Venezuela las fuerzas democráticas han pecado, en ocasiones, de un voluntarismo
estéril. De esta guisa, muchos líderes han considerado que tenían la fuerza
para determinar el curso de los acontecimientos cuando en realidad no la
tenían.
Los
experimentos exitosos han tenido lugar cuando se han producido acuerdos que
tienen como sustrato que todas las fuerzas se necesitan aun cuando no sean
iguales.
Las
líneas rojas, que deben existir, porque política sin principios tampoco es una
buena política, se han sobredimensionado y comunican al conjunto de la gente y
al opositor promedio que hay una desunión imposible de resolver y ello ha
terminado convirtiéndose en el principal factor de desmoralización de quienes
adversan a Maduro y al chavismo.
Esas
líneas rojas, no hay que llamarse a engaño, deberían estar claras. Los únicos
que deberían ser apartados de una estrategia común son aquellos que
abiertamente (de manera pública, notoria y comunicacional, como dicen ahora) se
han prestado para hacer de correa de transmisión de los intereses del chavismo
y que han recibido por ello la compensación correspondiente.
Pareciera
que vamos hacia unas eventuales elecciones. Si no hay un acuerdo consensual,
pareciera igualmente que deberemos concurrir a unas primarias para determinar
candidatos. También, al interior de este proceso, habrá que lograr
reagrupamientos en entre los más afines.
No
sería del todo descabellado que al público opositor venezolano, se le
presentaran alianzas y acuerdos para escoger candidaturas. Los elegidos
deberían tener, de entrada, además del compromiso de que los perdedores
apoyaran a los ganadores, una sólida alianza de base que sea su plataforma
inicial de lanzamiento.
Sería
una experiencia interesante.
Julio
Castillo Sagarzazu
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