Libia Brenda, 24 08 2022
El escritor Neil Gaiman es uno de los mayores referentes
de la cultura pop derivada de la literatura fantástica. Es una figura muy
mediática, sí, pero no hay que olvidar que también es un imaginador de primera
línea, un excelente narrador. Sabe adaptar mitos antiguos con naturalidad
porque los conoce profundamente. The Sandman, en su versión para streaming, es la adaptación más reciente del cómic del mismo título.
¿Qué tan exitosa es esta versión?, ¿qué virtudes y defectos tiene?, ¿cómo se
compara con la adaptación de otras obras?
Los sueños
son historias. A veces parece que no tienen sentido o que son “muy locos”,
poblados de seres imposibles, incomprensibles bajo la lógica de la vigilia;
otras, tienen una trama coherente y quisiéramos poder atraparla o reflejarla en
diarios oníricos, en narraciones o anécdotas. En la primera secuencia de The Sandman, de Neil Gaiman,
la voz del protagonista nos da la bienvenida a ese, su reino, el reino de los
sueños y, por ende, al reino de las historias.
Esta versión de The Sandman es una
adaptación en diez episodios de los dos primeros tomos del formato trade de la novela
gráfica, Preludes &
Nocturnes y The
Doll’s House, además de un episodio doble que adapta dos cuentos
(digamos) independientes que se sitúan en el mismo universo: A Dream of a Thousand Cats y
Calliope. Los
primeros seis episodios y el onceavo son los más afortunados. Del uno al seis,
el hilo de la trama, centrado en el protagonista, es muy claro: Dream debe
recuperar sus tres herramientas, símbolos que le confieren poder y contienen
parte de su esencia; en el episodio siete hay un cambio no solo de foco (nos
centramos en Rose, una chica que busca a su hermanito perdido), sino de ritmo y
el tratamiento de los personajes es un poco más flojo. El episodio once, que se
incorporó al streaming dos semanas
después, empieza con un trabajo impecable de animación y refleja mucho mejor la
capacidad de Morpheus de adoptar distintas formas, de acuerdo con cada ser que
lo interpela. Pero vale la pena ver todos los capítulos para abarcar la idea de
que esta es, en realidad, una serie de historias enlazadas.
El episodio cinco es una muestra
del terror más inquietante: un humano entra en posesión de la joya que
materializa los sueños y decide que lo único “verdadero” son los impulsos más
abyectos de la gente; para no arruinarle el efecto a quien no conozca la
referencia, es mejor no decir mucho más, sólo habría que alertar al público, a
ese episodio hay que entrar con mucho estómago. Y el seis, al que se llega un
poco sin aliento, es un bálsamo, una representación muy hermosa de uno de los
conceptos humanos más difíciles de conciliar, el de la muerte; esta
personificación de Death, en manos de Kirby Howell-Baptiste, es de lo más bello
que tiene esta serie. En este episodio se combina con una entrañable historia
de amistad.
Neil Gaiman, el guionista de la novela gráfica que sirve como material de base
para la serie (de la que también es productor ejecutivo), es una rareza de
escritor: demasiado cool
desde su época de rockero-darketo, demasiado gentil para ser un escritor-hombre-blanco-privilegiado,
y ahora demasiado famoso para seguir siendo de culto (desde hace al menos diez
años); es un autor muy querido por la gente que lo lee y se ha ganado ese
cariño con sus obras, en primer lugar, pero también por cómo ha interactuado
desde siempre con el público desde su blog y su cuenta de Twitter,
por ejemplo. En el fondo, creo que nos ha engañado, porque en realidad es un nerd en toda regla. Lector
voracísimo e imaginador de primera línea, Neil Gaiman se ha convertido en uno
de los referentes más importantes de la cultura pop del siglo XXI, derivada de
lo fantástico y lo literario.
The Sandman es un cómic cuyo
personaje principal había quedado medio olvidado en el universo de DC desde los
años setenta. En 1988 un Neil Gaiman que estaba cumpliendo veintiocho años
retomó al personaje, reinventó su universo de ficción y empezó a escribir los
guiones por encargo de la editora Karen Berger (que tendría, acaso, unos
treinta), la primera directora de Vertigo Comics (una rama de DC Comics que ya
desapareció, pero que fue casa de Alan Moore, por ejemplo). Esta época de los
cómics se publicó entre 1989 y 1996. El protagonista es Dream o Morpheus, rey
de Dreaming (el Reino del Sueño), cuya función es controlar los sueños; forma
parte de la familia de The Endless, siete hermanos que son (en orden del mayor
a la menor): Destiny, Death, Dream, Destruction, Desire, Despair y Delirium
(que primero fue Delight); esta es una familia formada por entidades
metafísicas más antiguas que los dioses.
El argumento de cada entrega
explora el mundo de la vigilia y el onírico y sus límites, también parte del
principio de que los sueños no son simplemente residuos de la realidad en un
rincón de nuestra mente, sino un universo en sí mismo. El cómic está lleno de referencias
literarias, mitológicas y, básicamente, lo que se considera referencias de
“alta cultura”, pero Neil Gaiman, igual que en el resto de su obra, las
incorpora con la naturalidad de alguien que conoce bien el material que está
usando y que forma parte de su imaginario. En algún momento de los noventa, Sandman superó en ventas a Batman y a Superman; no reproducía los
tropos más usuales de los superhéroes y quizá gracias a eso se ganó un lugar
muy importante en la vida de la gente lectora. Entre muchas otras cosas, se
convirtió en el punto de intersección entre quienes consumían cómics y quienes
leían literatura, en un momento en que esos dos artes se suponían apartados
entre sí.
Esta no es la primera adaptación de
Sandman que llega
a buen término: en 2020 una empresa muy famosa que reparte cosas, vende libros
y hace audiolibros hizo una con James McAvoy
en el papel de Morpheus y el propio Gaiman como narrador. Yo intento no
comprarle nada a esa empresota (cuyos trabajadores acaban de lograr un
sindicato), pero me da muchísima curiosidad cómo habrán adaptado esta obra a un
medio absolutamente privado de imágenes, solo con sonidos.
Esta serie que ahora nos ocupa es,
sin embargo, la más ambiciosa y la única que ha dejado contento a su autor,
después de varios intentos por hacer películas en las que el resultado sería,
si acaso, muy pobre. El cómic de Sandman
es, hasta ahora, el trabajo más importante de Neil Gaiman, no solo porque lleva
algunas décadas ganando más y más fans, sino porque es una obra monumental en
muchos sentidos. Él mismo dice que le sorprende todo lo que sabía su yo de
treinta y pocos y que esta novela gráfica ha envejecido casi mejor de lo que merecía.
Se ha discutido mucho (como parece
ser la norma en estos días) la adaptación a serie de televisión, si es que esto
sigue siendo “televisión”. Al parecer, la opinión tiende a dividirse en dos
(como parece también ser la norma): quienes la aman porque les parece muy fiel
y adecuada y quienes la detestan porque no es idéntica al material original.
También hay una facción que dice que es demasiado fiel a su fuente, lo cual me
desconcierta al grado de que prefiero ignorar esa opinión.
En 2022 esta serie tiene un elenco
en el que abundan las personas que no son blancas y las que no son
heteronormadas. Pero desde 1989 varios de los personajes más importantes ya
eran no heteronormados; y que no toda la gente sea blanca (en especial desde el
punto de vista anglosajón, sea gringo o inglés) es una consecuencia natural de
cómo trabaja Neil Gaiman. Por ejemplo, en The Dreaming hay una inmensa
biblioteca que contiene todos los libros que se han escrito o se escribirán y
la bibliotecaria en jefe, Lucienne, de ser un señor blanco pasó a representarse
como una mujer negra; Gaiman dijo en 2014 que gracias a Ursula K. Le Guin
aprendió a hacerse una pregunta fundamental: “¿hay alguna razón de peso por la
que este personaje sea forzosamente hombre?, si no, entonces puede no serlo”.
Además, en entrevistas recientes declaró que si se hubieran limitado a buscar
solo señores blancos y altos para este personaje, habrían restringido muchísimo
el espectro de personas que podrían encarnarlo, y Vivienne Acheampong hace un
papel memorable. John Constantine (que tiene su propia película con Rachel
Weisz, Keanu Reeves y Tilda Swinton) es en esta serie Johanna Constantine
(interpretada por Jenna Coleman), pero no es un cambio arbitrario, continúa una
línea que ya está en el material original, desde hace más de veinte años. Los
directores y productores de la serie no están haciendo eso que ahora llaman
“ser políticamente correcto” ni están aplacando el posible escrutinio de las
mentes (supuestamente) biempensantes, están adaptándose también al presente.
En este sentido, Sandman no estuvo adelantado
a su tiempo como obra literaria, sino que era parte de su tiempo y reflejaba lo
que Neil Gaiman, pero también los dibujantes y demás colaboradores, veían en el
mundo y a su alrededor; esto, más allá de lo que se suponía que tenía que
reflejar un cómic de superhéroes. En esa misma línea, la adaptación en streaming no está más atrás
ni más adelante en el tiempo: está en este momento, lo refleja con las
herramientas que tiene y, me parece, de la mejor manera que puede. Por lo
tanto, hay más mujeres, hay más personas que no son blancas, hay más personas que no son hombres-blancos-privilegiados,
y hay más personas no heteronormadas que en el común de las adaptaciones de
superhéroes a la pantalla; eso puede ser una virtud, pero es, sobre todo, una
muestra de fidelidad a uno de los principios que mueven el arte: el de mostrar
lo que somos los seres humanos, cómo somos, el de ir más allá del simple
aspiracionismo comercial. Quizá lo que ha hecho Sandman no
es haberse adelantado, sino permanecer vigente a lo largo de tres décadas y, en
la actualidad, muestra esa vigencia por medio de cambios que están de acuerdo a
cómo se ven las cosas hoy en día a través de los ojos del autor.
Estamos en una saturación mediática
de adaptaciones de “universos”, el de Marvel, el de Star Wars, el de DC (al
parecer, el menos exitoso a nivel comercial, hasta ahora, en sus películas), el
universo en el que todas las películas y muchas de las series repiten hasta el
hartazgo las fórmulas que han probado ser buenas para hacer dinero rápido y en
el que todo depende de cuánto se recaba en
una semana o un mes. Unas semanas para decidir si algo tiene éxito o fracasa,
entendido con “éxito” un mínimo de dinero recaudado. Pero Sandman siempre estuvo en su
propio universo, el de narrar, el de hacer cajas chinas y de encontrar
conexiones entre personajes y tramas, el de contar, como en tantas otras obras,
lo que a su autor le interesa y reflejar lo que le parece importante. Y solo
por eso esta serie es un acierto.
Neil Gaiman está ya muy habituado a
que sus obras fluyan entre un medio y otro, de la película de Coraline —noveleta que,
según desde qué ángulo se mire, es superterrorífica— a la serie de Good Omens—novela que
escribió a cuatro manos con el genial Terry Pratchett (RIP)—, de la
dramatización en radio de Neverwhere
—que fue primero una serie de tele y luego una novela— a la adaptación teatral
de The Ocean at the End of the
Lane, una novela breve que es muy superior a muchísimas de las
otras obras de Neil Gaiman, para mí, incluso mejor que American Gods, una novela
demasiado larga y una serie muy olvidable; él mismo ha participado en muchos de
esos trasvases. De Good Omens,
por ejemplo, están haciendo la segunda parte de la serie, con base en las
conversaciones que mantuvieron Gaiman y Pratchett hace muchos años, con la idea
de hacer una secuela que no lograron escribir, pero sí imaginaron; Gaiman
estuvo muy involucrado en la primera adaptación porque el propio Terry se lo
pidió, era una deuda con su amigo muerto. Es posible que Good Omens, la serie, haya
servido para facilitar (además de adaptaciones como Game of Thrones, claro) que ahora pudiéramos
ver en pantalla cómo atrapan a Morpheus en una esfera de cristal. Esto, en
parte, es lo que ha hecho de Neil Gaiman una figura mediática más que un
escritor, pero no hay que olvidar que eso es lo que es, ante todo, un contador
de historias.
En Norse Mythology, por ejemplo, da cuenta de la
mitología nórdica (diríamos vikinga, coloquialmente), en un estilo
comprensible, entretenido y entrañable, lo que hace que sea una obra accesible;
pero no hay que engañarse, esa aparente facilidad no proviene de diluir los
temas ni de recortar tramos difíciles, viene de hacer del arte de contar una
forma muy acabada. Las varias historias que habitan Sandman son las que le dan sentido a las tres
mil páginas de material que ahora empezamos a ver en la pantalla. Una de las
características de la obra original, y que podríamos llegar a ver con más
fidelidad si hacen más temporadas, es que mezcla y entreteje varios arcos
narrativos que se intersectan en mayor o menor medida con Dream, el señor de
los sueños y las pesadillas; el planteamiento central es que Morpheus es
atrapado por un mago principiante y su cautiverio dura más de cien años, esto
tiene muchas consecuencias en el plano de la realidad, en tanto que está
conectado con el plano de los sueños; también tiene consecuencias en el propio
Dream: no solo encuentra su palacio medio derruido, porque no estuvo allí para
mantenerlo, sino que aprende que debe cambiar para permanecer, y varios
personajes lo ayudan en este cambio, voluntariamente o no.
Dream es quien crea los sueños y
las pesadillas, por lo tanto, si una pesadilla, por ejemplo, quiere
independizarse, una de sus tareas es regresarla a su lugar. Dream o Morpheus o
Sueño u Oniros, o cualquiera de sus otros nombres, adopta distintas formas de
acuerdo con quien lo mira o interactúa con él. Como su dominio es el sueño, es
quien carga con todo el inconsciente colectivo de la humanidad entera y de
otros seres que no son necesariamente humanos. Eso, por sí solo, justifica que
sea una entidad sobrehumana y que, aunque no es sujeto de culto, se le compare
con un dios. Gaiman dice que una de las razones que tuvo para elegir a Tom
Sturridge para encarnarlo es que tiene entrenamiento de actor clásico: sabe
cómo manejar su presencia en un escenario, sabe cómo decir las líneas con la
cadencia adecuada y la entonación que requiere un ser que parece haber pensado
ya todos los pensamientos posibles de la historia a lo largo del tiempo. La
verdad es que Sturridge hace un papel fenomenal; es seductor, en un sentido muy
amplio, para poder conducirnos al mundo del sueño, es siempre un personaje que
parece estar a una distancia inmensa, mirando cómo los seres humanos somos muy
pequeños y, simultáneamente, poseemos una imposible profundidad. Secuencias
como la de Hécate (una figura recurrente, como otras varias, en la obra de
Gaiman que se puede rastrear hasta las Hempstock, por ejemplo), sin mucha
parafernalia visual y, por lo mismo, muy efectivas, demuestran cómo es su trato
hacia otras criaturas míticas. Es verosímil su papel de rey y de observador, al
mismo tiempo que transmite muy bien, con gestos apenas esbozados, cuando se
conmueve o cuando se sorprende incluso. El actor tenía una tarea muy complicada
y la ejecutó de la mejor manera.
Es verdad que la serie no hace una
propuesta visual en cuanto al plano onírico (esta idea no es mía, es de Gabriela Damián Miravete, pero se la tomo
prestada), en la serie, la representación visual es más bien tímida o
convencional y, en ese sentido, limitada; esto quizá obedece a que los
ejecutivos necesitaban comprobar el éxito aquel del que hablábamos arriba,
antes de arriesgarse a experimentar con algo mucho más artístico o, incluso,
“muy loco”. Otro aspecto que parece fallido es el del diseño de vestuario en
algunos momentos y, en otros, el de maquillaje, hay un momento en que a un
actor se le nota la sombra de la barba, cuando debería verse terso y pálido,
una peluca me sacó una carcajada y en otro momento se ve un traje que está a
todas luces mal cosido. ¿Cómo, en una serie millonaria, se colaron estos
errores? Hay que recordar que esta filmación se hizo durante la pandemia y es muy
posible que las condiciones fueran mucho más magras de lo que todos hubieran
querido; y anotaría también que esa falibilidad no le resta belleza (aunque
parezca contradictorio) a lo que sí vemos en pantalla: actuaciones excelentes;
fascinantes narraciones que contienen varias estructuras; referencias
shakespearianas, mitológicas e históricas; personajes superbien construidos que
van de lo más abyecto y terrorífico a lo tierno y entrañable; momentos y
secuencias no solo memorables, sino asombrosas.
Otro tema fascinante es la idea de
que “los sueños pueden hacerse realidad”, una frase que podría apuntar a un
desenlace deseable, pero que contiene muchos más matices si se le mira con más
profundidad: si todos los sueños se hacen realidad, también pueden materializarse
los más oscuros, los más dolorosos; además, ¿quién tiene el poder de tomar esa
decisión? En fin, por muchas razones, es un producto que vale muchísimo la
pena, se conozca o no el material original.
Recomiendo verla y, si se tiene curiosidad, visitar también los cómics (incluso la dramatización en audio, según entiendo también es excelente). Y me quedo con una idea que representa todos los planos narrativos que encarna The Sandman: We are such stuff as dreams are made on, and our little life is rounded with a sleep. La cita es de The Tempest, una de las obras de William Shakespeare, un personaje al que también ha escrito Neil Gaiman y que, en alguna historia, hizo un pacto con el dios del sueño.
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Libia Brenda (1974) escribe, edita y traduce. Desde hace veintitantos años hace libros y colabora en proyectos independientes. Ha publicado en varias revistas y antologías de México y otros países, su trabajo se ha traducido al italiano, inglés y portugués. Escribe dentro del espectro de la literatura especulativa y de imaginación; como editora, también se ha especializado en géneros no miméticos. En 2019 fue la primera mujer mexicana en obtener una nominación al Premio Hugo. Su libro de cuentos De qué silencio vienes está a punto de publicarse (otoño 2022). Es una de las felices fundadoras del Cúmulo de Tesla (TW: @Cumulodetesla), de la Mexicona: Imaginación y futuro (web: mexicona.mx) y la editora de Odo Ediciones, web: odoediciones.mx
Tomado de:https://gatopardo.com/arte-y-cultura/sandman-neil-gaiman/
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