Paulina Gamus 29 de agosto de 2022
Mara
Jiménez, una bella actriz española de 26 años y lo que ahora llaman influencer,
es gorda. Acaba de publicar el libro «Acepta y vuela» en el que narra su
proceso desde padecer acoso escolar por su sobrepeso hasta convertirse en
activista contra la gordofobia. Hace lo más recomendable en estos casos, tomar
las cosas con humor y burlarse de quienes se burlan. Su cuenta de Instagram
es @croquetamente y tiene el consultorio virtual “Gente gorda
haciendo cosas”.
Las personas de mi edad y aún algunos más jóvenes seguramente recuerdan el cartelito en las tiendas y casas de abastos o pulperías en que había un hombre famélico, casi cadáver, que era quien había vendido a crédito y al lado un gordo panzón con cara risueña que había vendido al contado. La gordura era en ese caso signo de dicha y prosperidad. Nunca, desde mi infancia, supe de otro caso en que el sobrepeso fuera algo para enorgullecerse.
Acabo
de leer un artículo de mi admirado Sergio Ramírez quien al arribar a los 80
años se disculpa porque los viejos suelen hablar y escribir sobre ellos mismos.
Ha sido un gran alivio para mí porque cada vez caigo con más frecuencia en ese
hábito senil. Y una vez más lo voy a hacer.
Tenía
apenas 11 años de edad cuando convencí a mi mamá de acompañarme a una patinata
de misa de aguinaldo, a las 5 am, en el parque de Los Caobos. A mi pantalón le
faltaba el botón y decidí que no era momento de resolverlo. Le puse un
imperdible. Patinaba de lo más oronda frente a mi mamá que me observaba desde
un banco, cuando pasó un «látigo» (los patinadores de la época saben de lo que
hablo) y me tumbó. Oí entonces, mientras trataba de incorporarme, una voz que
decía: «a esa gordita se le cayó el pantalón».
No
recuerdo haber sufrido bullyng o acoso escolar por no ser flaca, pero tenía
conciencia plena de que era gorda y debía resolverlo. Hice mi primera dieta a
los 15 años. En pocas semanas era una sílfide. Mi abuelo, que seguramente era
admirador de las pinturas de Rubens, me dijo angustiado una endesha o
consejo en judeo español, el idioma que siempre habló: ”Dame gordura y
te daré hermosura”. Pero dura poco la alegría en la casa del gordo. De
allí en adelante probé tantas dietas y tome tantos menjurjes que podría
escribir una enciclopedia sobre el tema. Y mi ropero se llenó de vestidos y
pantalones de todas las tallas por las que iba pasando.
La
dieta ha sido por décadas el tema preferido de mi familia, todos tenemos una
especie de balanza visual y apenas se incorpora un miembro de ella a cualquier
reunión, se le lanza: ¿estás más gordito(a)? y en contadas
ocasiones: «parece que has bajado algo». Nadie puede comer un trozo de
torta o un dulce cualquiera sin que varios pares de miradas lo observen con reprobación.
De
todas las dietas que compartimos, recuerdo una que hizo un primo llamada «de
la luna». La misma consistía, entre varias limitaciones, en cenar
rigurosamente antes de las 7 de la noche. Era diciembre, el tráfico en la
autopista del Este –que ya no sé cómo se llama ahora– era pesado. Mi primo vio
que faltaban cinco minutos para las 7, tenía unas hallacas que le habían
regalado y decidió comerse una hallaca fría en su automóvil antes que romper la
dieta.
La
gordura o su extremo, la obesidad, es un problema socioeconómico, de clase
social. Las modelos son siempre unos sacos de huesos; el signo de status en la
sociedad norteamericana y en muchas otras, es la delgadez. En otras palabras,
quienes tienen mayores posibilidades de deleitarse con los más exquisitos
manjares, son los más propensos a pasar hambre voluntaria.
Los
kilos excesivos son motivo de vergüenza, son una carga no solo física sino
también psíquica y social. Se hizo pandémica la anorexia, sobre todo entre
mujeres jóvenes, que puede llegar a ser mortal. Y aparecieron las cirugías
bariátrica y sus derivaciones. En los Estados Unidos, los Seguros son tan
avariciosos e insensibles que solo consideran cubrir una cirugía de esa
naturaleza si la persona pasa de 100 kilos de peso y está enferma con diabetes
u otra dolencia grave. De los Seguros venezolanos mejor no hablar.
Uno
podría tomar con humor y hasta encontrar jocosa como lo hace la española Mara
Jiménez, la lucha tantas veces infructuosa contra el sobrepeso. Pero la
obesidad no es tema para chistes. En un artículo de Julia Diez, en El
País, quien es doctora en Epidemiología y Salud Pública e investiga sobre
desigualdades, alimentación y salud, se lee: «La obesidad no es un problema
solo para nutricionistas. La responsabilidad del exceso de peso no es
individual; la prevención debe ser un cometido social que combata este asunto
de salud pública».
Y
ofrece una cifra aterradora: en 2019 más
de cinco millones de personas murieron de manera prematura a causa de
la obesidad. Cinco veces más que el número de muertes causadas por el VIH/SIDA,
y cuatro veces más que las causadas por accidentes de tráfico.
Hace
unos días vi la ilustración de un artículo sobre la dramática escasez de
alimentos en Cuba, en la foto había un grupo de mujeres haciendo cola a las
puertas de un mercado, todas eran gordas. Quien vaya en automóvil por las
calles de Caracas y sin duda de otras ciudades del país, observará que la
mayoría de las personas que se desplazan a pie y que por su vestimenta se
deduce que son pobres, tienen sobrepeso o son francamente obesas. La obesidad
sin dudarlo está asociada con la pobreza. No es un problema de personas que se
exceden con la comida sino de gente pobre que sufre el aumento de precio de los
alimentos proteicos y que debe satisfacer su hambre con pan, pastas, papas,
plátanos y yuca. Solo carbohidratos.
Si
tuviésemos un gobierno que pensara en algo que no fuera sostenerse en el poder
y eso a fuerza de represión y mentiras, quizá reconociera que la obesidad no es
un problema solo para quienes la padecen, sino que tiene una incidencia grave
en el sistema de salud.
No es
difícil imaginar las consecuencias en un país cuyo sistema de salud ha
colapsado y en el que no existe voluntad para mejorar la calidad de vida de una
población que prefiere ir a suicidarse en la selva de Darién que continuar
pasando hambre en su país.
Paulina
Gamus
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