Humberto García Larralde 06 de noviembre de 2022
Para
muchos venezolanos la recuperación de la economía del país pasa
irremediablemente por el petróleo. El bienestar que aspiramos restaurar más
temprano que tarde fue hechura, en buena parte, de lo que deparó en el pasado
nuestra principal industria. Alimentó una visión económica y política que
identificaba nuestra fortuna como venezolanos con los avatares del crudo
criollo en el mercado petrolero internacional.
Esta idea se remarcó con la prédica de muchos políticos que rivalizaban por posiciones de poder durante la democracia: ¡Somos un país rico, por lo que no debemos limitar nuestros horizontes! A pesar de la ignorancia de la mayoría respecto al manejo real de la industria –pocos han estado en un campo petrolero o visto de cerca al crudo— se cimentó la confianza en que, en última instancia, contábamos con el respaldo petrolero para nuestras aspiraciones de vida.
En cierta medida, y aunque fuese de manera inconsciente, nuestra particularidad como venezolanos la asociamos con el petróleo. Hoy proporciona en muchos una sensación de seguridad de que, más temprano que tarde, habremos de superar el terrible bache en que nos encontramos. Pero la condición de salvavidas del petróleo venezolano, inmutable en la mente de tantos, ha experimentado últimamente cambios no desestimables que trastocan estas expectativas. Veamos lo que dicen algunas noticias recientes.
Una de
ellas señala dos nuevos descubrimientos petroleros en el bloque Stabroek que explota la ExxonMobil frente a las
costas de Guyana. Con ello suben a 30 sus descubrimientos en ese yacimiento, llevando
a esa empresa a alardear sobre la rapidez con que amplía sus operaciones ahí.
Si bien sus dos primeros proyectos solo han alcanzado los 360 mil barriles
diarios, ExxonMobil confía en que, para finales de la década, su producción
llegará al millón de barriles/día.
Dos
cosas nos deberían concernir al respecto. En primer lugar, sobre ese bloque
costa afuera Venezuela reclama soberanía, siendo parte del área en disputa por
nuestro cuestionamiento al Laudo de 1899 que falló a favor del Reino Unido.
Como sabemos, se dirime actualmente en la Corte Internacional de Justicia, a
petición de Guyana.
El
destino de esta explotación se verá afectado, por tanto, por lo que ahí se
decida. Pero si resulta favorable a Guyana y la ExxonMobil logra cumplir ahí
con sus expectativas, el vecino país desplazaría la posición de la que
tradicionalmente disfrutaba Venezuela como suplidor confiable de petróleo a
EE.UU. Se dirá que el país del norte es ya prácticamente autosuficiente y que
la producción venezolana es el doble de la guyanesa en la actualidad, pero lo
que importa aquí es la velocidad con que se desarrolla la explotación del crudo
en esta parte del mundo, las garantías asociadas y lo que ello implica en
cuanto a la confiabilidad como proveedor futuro a los países occidentales.
La
capacidad de Venezuela de competir favorablemente en este ámbito pasa por
atraer para el sector una sustancial inversión extranjera. El saqueo de que ha
sido objeto Pdvsa en manos chavo-maduristas y el deterioro de sus capacidades
productivas la anulan como competidor en los mercados externos. ¿Y qué puede
decirse de nuestra aspiración a atraer inversión privada? Un reporte de Reuters asegura que de las 44 compañías
extranjeras que tenían empresas conjuntas con Pdvsa, ocho transfirieron o
cedieron su participación a partir de 2018, renunciando al cobro de lo que le
adeuda la empresa estatal.
Total
y Equinor acaban de tirar la toalla en la región deltana. Otras siete ya se
fueron y 15 proyectos están inactivos (aunque las sociedades,
técnicamente, se mantienen). Se cansaron de tanta indolencia. Las condiciones
imperantes bajo la gestión actual en absoluto favorecen a estos inversionistas.
La producción nacional de crudo, en consecuencia, se estancó en torno a los
700.000 barriles diarios.
Para
mayor desconcierto, el régimen acaba de suspender su acuerdo con las empresas
Repsol y ENI para exportar petróleo a Europa y cobrarse, así, lo que se les
adeuda. Tal acuerdo se debe a la dispensa de EE.UU. de las sanciones que impuso
al comercio de petróleo venezolano, con miras a paliar la posible escasez de
crudo en el viejo continente derivada de las sanciones a Rusia por su criminal
invasión a Ucrania.
Por
otro lado, la expectativa de un arreglo similar con Chevron, para que esta
empresa exporte producción suya a EE.UU., cobrándose sus deudas, no da visos de
concretarse. Es decir, el deseado rescate de la producción petrolera venezolana
por la inversión extranjera, para volver a ser un actor importante en los
mercados mundiales, parece cada vez más remoto. Al respecto, el presidente de
la Chevron advirtió que la recuperación de su producción en Venezuela tardaría
«meses y años para comenzar a mantener y restaurar
campos y equipos y cambiar cualquier actividad de inversión».
En el
plano global, el informe del World Energy Outlook correspondiente a 2022
asevera que la severa crisis energética desatada por la agresión imperial rusa
a la vecina Ucrania estaría impulsando con más ímpetu la transición hacia energías renovables en los países
europeos, Japón y EE.UU. Si bien se acrecientan las alarmas por el
incumplimiento de las metas acordadas por la mayoría de estos países en la
contención de gases invernadero y por la expectativa de consecuencias aún
peores del cambio climático, la emergencia bélica estaría provocando ahora
—paradójicamente— una respuesta más contundente.
Pareciera
que las previsiones agoreras de los científicos y la acentuación de los
desastres climáticos alrededor del mundo han logrado forjar, aunque
tardíamente, una conciencia más comprometida con la disminución, cuanto antes,
del uso de combustibles fósiles. Para el bien de la humanidad, ojalá así sea.
Pero para Venezuela, representa un desafío crucial.
Es
obvio que, de tener estos esfuerzos el éxito deseado, la demanda por
combustibles fósiles, en particular, por petróleo, comenzará una tendencia
sostenida a bajar en un futuro no muy lejano. Nuevos desarrollos como los de
Guyana y las urgencias de Rusia por conquistar mercados que compensen los que
habrá de perder en Europa, amén el interés de Irán (y de Venezuela) de
recuperar sus niveles históricos de producción, implicarán una mayor
competencia por un espacio que se estanca y empezará a estrecharse. Parece
asomarse una fecha de cierre de la ventana que les queda a los países
petroleros por aprovechar sus recursos. Pero para Venezuela, quizás apenas se abra.
Tanto por el marco institucional que rige el sector, la fuga de talentos y de
personal calificado, el deterioro de las instalaciones y la ruina de Pdvsa,
Venezuela luce, hoy, muy mal preparada para salir airosa de esta contienda. A
su favor cuenta con que una parte importante de costos fijos ya están
invertidos, quizás más los referidos a los intangibles de la información y
prospección de nuestra geología.
Es
menester, entonces, contar con un plan cabal para el rescate del sector, que
contemple el marco institucional requerido, estrategias promisorias de
desarrollo, recuperación y repotenciación del sector conexo, de la mano de obra
e incentivos para instrumentar tecnologías de captura y almacenamiento de
carbono, para hacer de Venezuela un destino atractivo para los inversores
extranjeros.
Es
obvio que Maduro y compañía no están en condiciones –ni tienen el interés— de
generar la confianza sobre la que tendría que descansar una estrategia como
esta. Lamentablemente, sin el músculo que representaría una industria petrolera
repotenciada, será muy difícil conseguir los tan necesitados préstamos foráneos
para atender la emergencia humanitaria, la insuficiencia de los servicios, el
saneamiento del Estado y la reestructuración de nuestra cuantiosa deuda. Venezuela
no es el único país ávido de fondos de la banca multilateral. Es imperativo,
entonces, lograr el desplazamiento del chavo-madurismo cuanto antes. Olvídense,
si no, de cualquier ilusión de «salvavidas» petrolero para nuestro futuro
bienestar.
Humberto
García Larralde
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