MARÍA LAURA SILVA 20 de julio de 2023
María Laura Silva siempre quiso ser
médica. En la carrera se encontró con muchos obstáculos, algunos derivados de
la crisis que atravesaba el país, pero se mantuvo firme en la convicción de
graduarse. Un día de 2018, en medio de sus prácticas profesionales en un
hospital, comenzó a cuestionarse si debía seguir adelante. “Me tocaba, como a
muchos, comprimir mis 26 años de vida en 22 kilos de equipaje. En ese equipaje
no iba mi estetoscopio fucsia”.
Recuerdo
que llegué puntual a la guardia. Eran las 7:00 de la noche y estaba recién
bañada, con mi mono quirúrgico ya puesto y lista para tomar notas de los
pacientes que recibiríamos, algunos apuntes para repasar en caso de tener
tiempo libre y muchas ganas de atender partos, de tomar medidas, de hablar con
las pacientes.
Era
2018. Una crisis económica ensombrecía al país, pero para mí solo había un
proyecto: graduarme de médico a mediados de ese año. Esa meta funcionaba
como un faro en medio de la tormenta. No había falta de dinero, de transporte
público o de electricidad que pudiese frenar el impulso de lograr un objetivo
ansiado desde mi adolescencia.
“El día del grado fue agridulce. Recibí mi diploma y ya tenía mi pasaje comprado para salir del país”
Luego
de la revista, todos nos dispersamos como hormigas. Los estudiantes hablan de
exámenes, de la fiesta de grado y los residentes se apresuran, si es posible, a
sus habitaciones. La experiencia les dice que esa calma de principio de guardia
solo puede vaticinar mucho movimiento en las próximas horas.
Y no
se equivocaban.
Los
equipos médicos están conformados por jerarquías. El pasante de 6to. año es un
caballito de batalla que recibe a los pacientes en la primera línea. Si la
situación se complica, se llama al residente de 1ro., 2do., 3er. año -llamados
entre ellos R1, R2 y R3, respectivamente- y en casos excepcionales se recurre
al especialista. Al estar en la primera línea, cada nuevo paciente en la
emergencia es un enigma y una aventura. En obstetricia, la mayoría de las veces
se trata de hacer una valoración general, medir y palpar el abdomen de la
paciente, escuchar sus inquietudes y tomar decisiones con respecto a esa
información. A veces es internarla, a veces es inducir el parto y otras veces
se puede ir tranquila a su casa a seguir esperando.
También
es importante medir la frecuencia cardiaca fetal.
Esto
se hace con un estetoscopio clásico o con un aparato que se llama Doppler y
se parece a una mini-radio. El Doppler es portátil y amplifica
las ondas sonoras del latido cardiaco del bebé. La emergencia obstétrica
tiene su propia orquesta y está hecha por la sinfonía de esos aparaticos
milagrosos que suenan como si el corazón de un colibrí fuese un tambor. Sin
embargo, yo usaba mi estetoscopio. El Doppler era muy caro y
la compra de mi estetoscopio ya había tambaleado suficiente la economía
familiar.
Así
que cuando llegó una paciente me apresuré a tomar mi cinta métrica y mi
estetoscopio. Luego de las preguntas introductorias le pedí que se acostara y
descubriera su vientre. Palpé, sentí el hombro del bebé, calculé la posición y
posé mi estetoscopio con la ilusión, como siempre, de escuchar el zumbido de su
corazón. Pero no conseguía nada.
“Seguro
no lo estoy haciendo bien”, pensé.
Y
volví a cambiar la posición del estetoscopio. Volví a palpar, con el
convencimiento de quien se ha equivocado. Los cálculos seguían indicándome el
mismo lugar, pero yo seguía probando en otros. Luego miré mi estetoscopio, lo
ajusté, lo limpié y lo volví a intentar. Pero nada.
Creía
que ese día estaba desconcentrada.
Tomé
prestado un Doppler de la residente de guardia que estaba
haciendo trabajo administrativo y apenas levantó la mirada cuando se lo pedí.
–Dale,
agárralo, no hay problema -me dijo-. Me avisas cualquier cosa -añadió,
escribiendo órdenes y sellando historias.
Me
apresuré a poner el gel, que antes había robado de otro servicio, y a buscar el
latido con el Doppler.
Silencio
absoluto.
“Hoy
no es mi día”, pensé.
Me
sentía lenta, inexperta, incompetente. En 6to. año y no podía escuchar algo tan
básico. Pero a veces hay días así, torpes. Así que llamé a la residente
pensando que ella lo haría todo en segundos, bien hecho, y me miraría por
encima de sus lentes como diciendo: “Es fácil, toma nota”.
Pero
la residente tampoco oyó nada. Me empujó con suavidad para liberar un cajón
detrás de mí, donde había unas pilas escondidas, y le cambió las pilas a su
aparato.
Le
subió el volumen, lo bajó, le dio unos golpecitos y no escuchaba nada.
–¿Hace
cuánto sentiste a tu bebé moviéndose? -le preguntó a la paciente.
Sus
grandes ojos negros miraron hacia el techo un instante como haciendo memoria.
Con un gesto maquinal se apartó un mechón amarillo de pelo que le caía en la
mejilla. Sus 27 años, su contextura atlética y su optimismo contrastaba con
tantas otras pacientes que llegaban cansadas, confundidas y solas.
–Esta
tarde -respondió la chica-. ¿Por qué?
–Porque
yo no le oigo el corazón -respondió la residente-. Voy a
llamar al residente de 2do. año.
La
joven me miró y después volteó hacia el pasillo. Allí estaba su esposo en una
esquina. Escondido. No se permite que estén hombres esperando dentro de
la emergencia obstétrica. Pero no iba a ser yo quien lo sacara.
Segundos
después llegó un séquito de residentes. No estaba solo el R2, sino también el
R3 y la especialista. Ya esto no era de la liga de una pasante y todos se
aglomeraron alrededor de mi pacientita, que con tanta ilusión había recibido.
Es
importante escuchar y ver incluso cuando se es relegado al segundo plano. Pero
mi intuición me pidió que me distanciara un poco de la escena. Fui al cuarto de
los pasantes a buscar mi termo de agua, pero seguía escuchando todo desde
adentro. No prendí la luz y me senté en la esquina de la cama.
Las
preguntas volaban y los silencios incómodos marcaban el ritmo de una
conversación extraña.
–¿Esta
tarde lo sentiste moverse? -preguntó la especialista.
–Sí -respondió
la paciente.
–Tiene
8 meses de edad gestacional -intervino el R2.
–Yo
no oigo nada -confirmó la R3.
–Señora,
no se oye el latido fetal de su bebé -intervino con suavidad la
especialista.
Las
palabras se tornaron un susurro inteligible. Yo tenía miedo de salir porque
sabía que el susurro de los especialistas era ominoso. Que le estaban diciendo
que su bebé estaba muerto.
De
repente, la emergencia se llenó de sus gritos, de sus llantos y de sus
reclamos.
–Pero
si esta tarde se estaba moviendo -repetía.
Terminé
mi botella de agua y salí. Por algún designio extraño no había más pacientes,
como si toda la emergencia estuviese paralizada por su dolor.
–Dale
al esposo de la señora la lista de insumos que está escrita en el muro -me
ordenaron.
Había
una lista pegada en una esquina que ponía los insumos necesarios para
pedirle a cada paciente según el caso: parto, cesárea o legrado. Fui a buscar
entre mis notas porque no había más papel en la emergencia, así que recorté con
cuidado una parte limpia de una hoja de apuntes y me puse a copiar lo que
estaba escrito en la pared. Todo lo necesario para un parto, para los partos
más tristes del mundo: los mortinatos.
Entre
los llantos de la señora, su esposo, la agitación de los residentes y mi
pedacito de papel sentí desamparo. Le debía decir a su esposo que le
correspondía ir a buscar insumos costosos, difíciles de conseguir y que debía
hacerlo rápido.
Le di
la lista al señor evitando mirarlo mucho a los ojos. La vergüenza se
instalaba en mí, la indignación de tener que dar la cara por una crisis de
salud que no era mi responsabilidad, pero de la cual yo era el rostro. Yo era
la que le tenía que entregar un papelito mal recortado, escrito a mano, con una
lista de cosas que debían estar todas en abundancia en una institución pública,
de alto nivel y con personal capacitado para atender las emergencias más
complejas. Capacitado académicamente, pero con un personal sin materiales
necesarios para ejercer su saber.
Se
hizo presente una voz en mi cabeza que quería ignorar, pero ya no podía:
“¿Es
así como quieres ejercer la medicina?”
Y
quería ignorar la pregunta porque la respuesta era que no. Que había pasado más
de seis años, entre tiempo académico y tiempo que la universidad estaba cerrada
por problemas políticos inherentes al país, imaginándome otra cosa.
Siempre
supe que Venezuela era un país con grandes retos. En mi adolescencia pude
compartir con médicos, visitar el hospital y observar su actividad. Esos retos
lejos de desanimarme me motivaban. Pero, ¿qué pasaba cuando no había lo
necesario para trabajar?, ¿qué puede hacer un médico sin insumos?, ¿o con
insumos de segunda mano?, ¿con materiales obtenidos en el mercado negro? Esas
preguntas eran nuevas y nadie podía responder por mí.
Luego
de esa guardia vinieron varias otras. En diferentes servicios, aunque siempre
en las mismas condiciones. A veces el relato era peor, a veces la tragedia no
era agravada por las condiciones inherentes a la crisis, sino que era originada
por la ausencia de un antibiótico, de una terapia, de un aparato, de un
elemento que pudo haberle salvado la vida a alguien que no tuvo ni la suerte ni
el dinero de conseguirlo. Y allí estaban los médicos dando la cara por un
sistema que les fallaba todos los días a sus pacientes y a ellos mismos.
Esa
tímida voz preguntona que se había instalado en mi cabeza ya era más firme y
clara. Ya tenía más respuestas y ya las iba aceptando poco a poco.
El día
del grado fue agridulce. Recibí mi diploma y ya tenía mi pasaje comprado para
salir del país. La fiesta fue austera: no había dinero para más que una cena y
unos tragos. Venían días de muchos trámites burocráticos, colas en el rectorado
y en el registro.
Pero ahora
tenía un nuevo motor y un nuevo objetivo: migrar.
Me
tocaba, como a muchos, comprimir mis 26 años de vida en 22 kilos de equipaje.
En ese equipaje no iba mi estetoscopio fucsia. Lo dejé en una esquina de mi
cuarto, como un símbolo de todo aquello que debía acompañarme para ejercer el
arte de la medicina. Pero también como una invitación a regresar algún día y
encontrarme con él y quién sabe si también con un sistema de salud donde pedir
los insumos sea solamente un mal recuerdo.
Tomado
de: https://lagranaldea.com/2023/07/20/esa-voz-que-se-habia-instalado-en-mi-cabeza/
Invitamos
a suscribirse a nuestro Boletín semanal, tanto por Whatsapp como vía correo
electrónico, con los más leídos de la semana, Foros realizados, lectura
recomendada y nuestra sección de Gastronomía y Salud. A través del correo
electrónico anunciamos los Foros por venir de la siguiente semana con los
enlaces para participar y siempre acompañamos de documentos importantes,
boletines de otras organizaciones e información que normalmente NO publicamos
en el Blog.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico