Opus Dei 29 de julio de 2023
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Evangelio del 17º domingo del Tiempo
Ordinario (Ciclo A) y comentario al evangelio
Evangelio
(Mt 13,44-52)
El
Reino de los Cielos es como un tesoro escondido en el campo que, al encontrarlo
un hombre, lo oculta y, en su alegría, va y vende todo cuanto tiene y compra
aquel campo.
Asimismo
el Reino de los Cielos es como un comerciante que busca perlas finas y, cuando
encuentra una perla de gran valor, va y vende todo cuanto tiene y la compra.
Asimismo
el Reino de los Cielos es como una red barredera que, se echa en el mar y
recoge todo clase de cosas. Y cuando está llena la arrastran a la orilla, y se
sientan para echar lo bueno en cestos, y lo malo tirarlo fuera. Así será el fin
del mundo: saldrán los ángeles y separarán a los malos de entre los justos y
los arrojarán al horno del fuego. Allí habrá llanto y rechinar de dientes.
¿Habéis
entendido todo esto?
—Sí —le
respondieron.
Él
les dijo:
—Por
eso, todo escriba instruido en el Reino de los Cielos es como un hombre, amo de
una casa, que saca de su almacén cosas nuevas y cosas antiguas.
Comentario
Jesús
compara el Reino de los Cielos con un tesoro escondido bajo tierra. La reacción
del hombre que lo encuentra no parece la más virtuosa, porque oculta su
hallazgo al dueño del campo y empeña sus bienes para comprarle el terreno y
quedarse con el tesoro por añadidura. Sin embargo, con la ambiciosa reacción
del personaje de la parábola, Jesús subraya por contraste el enorme valor que
tiene el Reino de Dios, un tesoro cuyo descubrimiento debería llenarnos de
alegría y también de un decidido afán por hacerse con él.
En
realidad, el tesoro del cristiano —o la perla preciosa a la que se refiere la
siguiente parábola—, es Cristo mismo, que nos ofrece su amor y su amistad; por
quien vale la pena posponerlo todo en la jerarquía de nuestros afectos e
intereses. San Josemaría explicaba este sentido de la parábola así: “El tesoro.
Imaginad el gozo inmenso del afortunado que lo encuentra. Se terminaron las
estrecheces, las angustias. Vende todo lo que posee y compra aquel campo. Todo
su corazón late allí: donde esconde su riqueza”[1]. Y añadía
entonces el Fundador del Opus Dei: “Nuestro tesoro es Cristo; no nos debe
importar echar por la borda todo lo que sea estorbo, para poder seguirle. Y la
barca, sin ese lastre inútil, navegará derechamente hasta el puerto seguro del
Amor de Dios”[2].
El
Papa Francisco identificaba también el tesoro del campo con el amor de Jesús:
“quien conoce a Jesús, quien lo encuentra personalmente, queda
fascinado, atraído por tanta bondad, tanta verdad, tanta belleza, y
todo en una gran humildad y sencillez. Buscar a Jesús, encontrar a Jesús: ¡este
es el gran tesoro!” (…) Puedes cambiar efectivamente de tipo de vida, o bien
seguir haciendo lo que hacías antes —aclara el Papa— pero tú eres
otro, has renacido: has encontrado lo que da sentido, lo que da sabor, lo que
da luz a todo, incluso a las fatigas, al sufrimiento y también a la muerte”[3].
Jesús
compara el Reino de los Cielos, a su vez, con una red barredera que abre sus
brazos a todos sin distinción. Y al final, todos pasan también por un examen,
un juicio, como el que hacen los pescadores con los peces en la orilla, para
desechar los que no son buenos. Esta parábola es por tanto una metáfora del fin
del mundo, del juicio final que precede a la posesión definitiva del Reino por
parte de quienes lo han merecido durante su vida. La parábola de la red
barredera se relaciona además con las anteriores del tesoro y la perla:
precisamente porque el Reino (el amor de Cristo) es tan valioso como un tesoro
o una perla finísima, por eso también se nos pedirá cuentas de cómo lo hemos
buscado y amado en esta vida: “Que busques a Cristo. Que encuentres a Cristo.
Que ames a Cristo”[4],
solía recomendar san Josemaría a quienes trataba, animándoles a poner afán
generoso en su amistad con Cristo, en su amor por Él.
“Es
de notar —señala Santo Tomás de Aquino— que la bienaventuranza se otorga en
proporción a la caridad y no en proporción a cualquier otra virtud”[5]. En
definitiva, la mejor forma de comprar el tesoro en el campo o
la perla preciosa, lo que nos hará realmente buenos peces, será
nuestro amor a Dios y a los demás. Y de eso se nos juzgará: “a la tarde
—escribió san Juan de la Cruz— te examinarán en el amor; aprende a amar como
Dios quiere ser amado”[6].
[1] San
Josemaría, Amigos de Dios, n. 254.
[2] Ibídem.
[3] Papa
Francisco, Ángelus, 27 de julio de 2014.
[4] San
Josemaría, Camino, n. 382.
[5] Santo
Tomás de Aquino, Sobre la caridad, 1, 204.
[6] San
Juan de la Cruz, Avisos espirituales, n. 60.
Tomado
de: https://opusdei.org/es-ve/gospel/
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