SJ. Luis Ugalde 29 de julio de 2023
Muy pocos dudan de que Venezuela necesita un cambio profundo y una muy exigente reconstrucción. En eso coinciden los que simpatizaron con el “socialismo del siglo XXI” y los que se opusieron a él. En su reciente reunión la Conferencia Episcopal Venezolana (CEV) recogía este consenso en apretada síntesis: “Nos preocupa la pobreza generalizada; las fracturas de las familias producto de la migración forzada de millones de venezolanos; el creciente número de niños, adolescentes y adultos mayores desnutridos, con sus irreversibles secuelas para su vida; la inequidad social y económica; el deterioro de los servicios públicos y de salud; el desmantelamiento de las industrias básicas; la falta de seguridad jurídica; la corrupción administrativa e impunidad generalizada; las limitaciones para la movilización por la falta de combustible y de transporte; el deterioro ecológico de extensas áreas, que afecta principalmente a los pueblos indígenas; el control que en algunas zonas ejercen diversos grupos irregulares armados. Así mismo, la violación de los derechos humanos y políticos que lleva consigo persecución, inhabilitación, represión, torturas y supresión de libertades. Igualmente, la gravísima crisis educativa que se manifiesta, entre otras cosas, en la deserción escolar y docente, los bajos salarios de los maestros y profesores, el deterioro de las infraestructuras escolares” (Nº 6 y 7).
Pero
no basta con el diagnóstico. Todos tenemos que examinarnos y movilizarnos para
que en Venezuela vuelva a brotar la hierba de la esperanza y trabajo de todos y
retomemos el camino de una vida digna para todos.
Esta
realidad es tan evidente que en ella coinciden también gobiernos
latinoamericanos amigos del “socialismo” y la gran mayoría de los gobiernos
democráticos de nuestro continente y del mundo. No podemos continuar como si no
pasara nada. Es la hora de que nos preguntemos seriamente qué podemos hacer entre
todos antes de que el naufragio de Venezuela se convierta en un desastre
irreparable. En la reciente reunión de la Unión Europea y los gobiernos
latinoamericanos del Celac, un grupo de amigos de Venezuela manifestó su
preocupación y exhortó a hacer los cambios, con diálogo y negociación dentro
del camino democrático en el marco de nuestra Constitución. La gran oportunidad
son las elecciones democráticas de 2024. De ellas Venezuela saldrá atada por
décadas con una dictadura de miseria y sumisión, o con ellas iniciaremos un
camino extraordinario de entendimiento entre quienes hasta hoy se rechazan como
enemigos. Ahora la mayoría sufre concentrada en sobrevivir sin mayor protesta
porque no ve salida ni cree en políticas e instituciones fracasadas, pero empieza
a resurgir la esperanza con las primarias para escoger un candidato único
democrático en las elecciones de 2024.
Venezuela
preocupa a gobiernos de Estados Unidos y Europa. También a presidentes
latinoamericanos considerados de “izquierda” y amigos de Maduro, pero que
necesitan diferenciarse del evidente fracaso venezolano. Esos gobiernos quieren
ayudar a que nuestro país retome la senda constitucional y democrática, que
abra las puertas a la reactivación acelerada con inversiones multimillonaria y
que elimine las persecuciones de unos y las sanciones de otros; no son
separables. En todo esto Estados Unidos con sus políticas es clave. Parece que
el gobierno de Biden quiere ese camino, que es imprescindible abrir en 2024 con
elecciones competitivas con observación internacional. El desastre quedó en
evidencia hace una década con el retiro de las inversiones privadas, increíble
la pérdida de 75% del PIB y el éxodo de más de 6 millones de venezolanos. No
habrá fuerte reactivación de inversiones, ni recuperación del PIB, si no hay
apertura democrática.
Para
convertir en acción el grito silencioso de millones de venezolanos empobrecidos
es necesario escuchar y recibir el apoyo eficiente de países democráticos y de
gobiernos de “izquierda”, y la voz de la Iglesia el sentir de los
venezolanos. Todos coinciden en exhortar al gobierno el camino electoral,
antes de que la situación se agrave. El camino del diálogo y de la negociación
desagrada al gobierno autoritario y a muchos opositores que quisieran rupturas,
confrontaciones y castigos; pero el enfrentamiento y las resistencias de los
que todavía están en el poder dificulta la necesaria unión del país para la muy
difícil reconstrucción.
Lo
más sensato y conveniente para el país sería que el propio gobierno reconociera
el evidente fracaso de la prometida prosperidad socialista. Con ética y lógica,
el presidente y su gobierno debieran reconocer los hechos y abrir la puerta de
la transición, por el bien de ese pueblo al que ofrecieron servir. No somos
ingenuos ni nos hacemos ilusiones, pero no renunciamos a que prevalezca el bien
del país con la renovación del poder al menor costo posible, con los equipos
más competentes y el mayor apoyo internacional posible.
SJ.
Luis Ugalde
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