Laureano Márquez P. 27 de julio de 2023
Con
este título publica Aquiles Nazoa en el año 1967 un libro dedicado a la, otrora
denominada, ciudad de los techos rojos, de la que siempre fue amante fiel, a la
par que conocedor de su historia, su cultura y de manera muy particular, del
carácter de su gente. Nos presenta en la obra una visión de la ciudad cargada
de detalles, de ternura y de esos pequeños relatos que arman el rompecabezas de
lo que somos. Lo hace, además, con esa prosa ingeniosa y poética con la que su
pluma lograba sacar a la luz nuestra más íntima y graciosa manera de ser. Sin
duda, una obra capital para desentrañar el alma de nuestra ciudad.
Caracas celebró esta semana su 456 aniversario y para conmemorarlo –además de dedicarle un programa de Divagancias con doña Inés Quintero como invitada de lujo– nos dimos una escapada al corazón de la ciudad, con otro de sus enamorados, @rodrigocapriles. Iniciamos nuestro recorrido en la Casa de estudio de la historia de Venezuela, conocida también como Casa Veroes, por su ubicación en la homónima esquina caraqueña. Es un lugar de larga tradición histórica, desde su inicial edificación como colegio jesuita en 1761, pasando por diversos usos y remodelaciones, hasta convertirse en residencia de la familia Mendoza. Hoy día es un remanso de paz en el corazón de la ciudad, además de albergar un centro de estudios de nuestra historia con muy valiosa documentación sobre el tema.
Por
allí seguimos a la Catedral, una modesta iglesia del sencillo poblado que
comenzó siendo Caracas, mucho antes de convertirse en capital de provincia y
luego de la capitanía colonial. Allí reposaron los restos del Libertador y
siguen los de sus padres y esposa. Un grupo escultórico lo recuerda con un
polémico Bolívar despojado de ropas, orante ante la tumba, porque un militar
sin uniforme es simplemente un hombre, como cualquier otro, sin los atributos
de grandeza y gloria, con su dolida humanidad al desnudo.
Frente
a la Catedral, la inicial Plaza Mayor en la que se supone que Diego de Losada
fundó la ciudad como Santiago de León de Caracas, por Santiago (25 de julio) y
por la planta caracas (bledo o pira) de la que conseguían también alimentó a
las tribus Toromaimas que habitaban el valle a la llegada de los
conquistadores, planta que todavía crece por los rincones de la ciudad.
La
Plaza Mayor, originalmente sede del mercado de la ciudad y luego plaza de
armas, pasa a ser, desde tiempos de Guzmán Blanco, la plaza Bolívar con la
conocida estatua ecuestre del Libertador, replica de la que se encuentra en
Lima y obra de Adamo Tadolini, célebre escultor italiano y realizada en
Alemania.
La
inauguración de un espacio, que había sido nombrado de tantas maneras, con el
que sería su nombre definitivo, honrando la memoria del padre de la patria, fue
todo un acontecimiento para la capital en cuyo embellecimiento puso Guzmán
tanto empeño como estatuas suyas y edificaciones con su nombre. El viaje de la
estatua no estuvo exento de aventuras: Bolívar y su fiel Palomo naufragaron en
Los Roques y Guzmán mando un buque a rescatarlos. Hasta como estatua supo el
Libertador sobreponerse a naufragios.
La
capilla de Santa Rosa de Lima es otro de los lugares emblemáticos de Caracas.
Ubicada en el actual Palacio Municipal, es la cuna en la que nació la
república. Ese espacio, que se ve gigantesco y repleto de diputados en el
pincel de Juan Lovera, es un pequeño templo, silencioso y tranquilo, ausente
del caos exterior, pero que en el fragor de los tiempos que
antecedieron al 5 de julio de 1811, lo fue de intenso debate y sampablera (para
usar otra palabra caraqueña). Por lo que cuenta Juan Uslar, no faltaron los
abucheos radicales lanzados desde el balcón del público, cuando algún discurso
se asomaba contrario a la pretendida voluntad soberana,
El
Palacio de las Academias, que encabeza los títulos universitarios de todo
ucevista, dado que allí funcionó por vez primera la Universidad Central de
Venezuela antes de mudarse a su actual sede de la ciudad universitaria, es otro
ícono de la ciudad; como el parque El Calvario con sus jardines, monumentos y
su celebre escalinata; también el Arco de la Federación, rematado por una
efigie de Falcon que nos recuerda a Páez; o la urbanización El Silencio con las
reminiscencias arquitectónicas coloniales que puso en ella Villanueva (¡qué
apellido para un edificador de ciudades!); sin duda, las gemelas torres
perezjimenistas, emblema de la ciudad moderna que el dictador quería construir.
Todo
ello, y una larga lista de templos, teatros, murales y no pocos restos de la
Caracas de antier, como el Museo Sacro, el Capitolio Federal, el Panteón y
tantos otros sitios de interés, conforman la Caracas física y espiritual que
habitamos, que ha determinado el carácter de su gente, los afanes del país, su
siempre insatisfecha esperanza de avance, progreso y ese anhelo de ciudadanía
virtuosa que añoraba el más célebre de los caraqueños.
Cada
aniversario de la ciudad en la que han acontecido buena parte de los sucesos
centrales de nuestra historia nos confronta, al encontrarnos los espacios
físicos que le han ido dando forma, con nuestro destino, con los sueños de sus
fundadores coloniales y republicanos; también con nuestros propios sueños.
Detrás de esta Caracas física, late la memoria de la Caracas espiritual que nos
define y a la que también definimos nosotros en nuestro transitar de cada día.
Permita Nuestra Señora de Caracas, protectora de la ciudad, que nuestro paso
por ella contribuya a engrandecerla.
Laureano
Márquez P.
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