Francisco Fernández-Carvajal 22 de julio de 2023
@hablarcondios
— Actualidad de la parábola de la cizaña.
— Dar buena doctrina, tarea de todos.
Utilizar los medios a nuestro alcance.
— Ahogar la cizaña con la abundancia de
buena semilla. No desaprovechar ninguna ocasión.
I. El
Señor nos propone en el Evangelio de la Misa la parábola del trigo y de la
cizaña1. El mundo es el campo donde el Señor siembra continuamente la
semilla de su gracia: simiente divina que al arraigar en las almas produce
frutos de santidad. ¡Con cuánto amor nos da Jesucristo su gracia! Para Él, cada
hombre es único, y para redimirlo no vaciló en asumir nuestra naturaleza
humana. Nos preparó como tierra buena y nos dejó su doctrina salvadora. Pero
mientras dormían los hombres, vino su enemigo, sembró cizaña en medio del
trigo, y se fue.
La cizaña es una planta que se da generalmente en medio de los cereales y crece al mismo tiempo que estos. Es tan parecida al trigo que antes de que se forme la espiga es muy difícil al ojo experto del labriego distinguirla de él. Más tarde se diferencia por su espiga más delgada y su fruto menudo; se distingue sobre todo porque la cizaña no solo es estéril sino que además, mezclada con harina buena, contamina el pan y es perjudicial para el hombre2. Sembrar cizaña entre el trigo era un caso de venganza personal que se dio no pocas veces en Oriente. Las plagas de cizaña eran muy temidas por los campesinos, pues podían llegar a perder toda una cosecha.
Los
Santos Padres han visto en la cizaña una imagen de la mala doctrina, del error3,
que, sobre todo al principio, se puede confundir con la verdad misma, «porque
es propio del demonio mezclar el error con la verdad»4 y
difícilmente se distinguen; pero, después, el error siempre produce
consecuencias catastróficas en el pueblo de Dios.
La
parábola no ha perdido nada de actualidad: muchos cristianos se han dormido y
han permitido que el enemigo sembrara la mala semilla en la más completa
impunidad. Han surgido errores sobre casi todas las verdades de la fe y de la
moral. ¡Cómo hemos de estar vigilantes, con nosotros y con quienes de alguna
manera dependen de nosotros, con aquellas publicaciones, programas de
televisión, lecturas, etc., que son una verdadera siembra de error, de mala
doctrina! ¡Cómo hemos de cuidar los medios a través de los cuales nos llega la
formación, la sana doctrina!
Es
necesario velar día y noche, y no dejarse sorprender; vigilar para poder ser
fieles a todas las exigencias de la vocación cristiana, para no dar cabida al
error, que pronto lleva a la esterilidad y al alejamiento de Dios. Vigilancia
sobre nuestro corazón, sin falsas excusas de edad o de experiencia, y sobre
aquellas personas que Dios nos ha encomendado.
II.
Muchos estragos han producido el error y la ignorancia. El Profeta Oseas,
mirando a su pueblo y viéndolo lejos de la felicidad para la que estaba
llamado, escribió: languidece mi pueblo por falta de conocimiento5.
¡A cuántos vemos nosotros que andan metidos en la tristeza, en el pecado, en el
desconsuelo, en la desorientación más grande, por falta de la verdad de Dios!
Muchas personas se dejan arrastrar por las modas y por las ideas impuestas por
unos pocos que están en lugares de gran influencia, o se ven deslumbrados por
falsos razonamientos, con complicidad casi siempre de las malas pasiones.
El
enemigo de Dios y de las almas ha utilizado todos los medios humanos posibles.
Así vemos cómo se desfiguran unas noticias, cómo se silencian otras, cómo se
propagan ideas demoledoras sobre el matrimonio a través de seriales de
televisión de gran alcance, o tratan de ridiculizar el valor de la castidad y
del celibato, se propugna el aborto o la eutanasia, o se siembra la
desconfianza ante los sacramentos y se da una idea pagana de la vida, como si
Cristo no hubiera venido a redimirnos y a recordarnos que nos espera el Cielo.
Y esto con una constancia y un empeño increíbles. El enemigo no
descansa.
Nosotros,
quienes queremos seguir los pasos del Maestro, no nos vamos a quedar quietos,
como si las cosas fueran irreparables y nada tuviera ya remedio. A la historia
se le puede imprimir un rumbo distinto porque no está predeterminada al mal y
Dios nos ha dado la libertad para que sepamos conducirla a Él. Esta es tarea de
todos: a cada cristiano, esté donde esté, le atañe la misión de sacar a los
hombres de su ignorancia y de sus errores. Aunque hay profesiones que pueden
tener una mayor influencia en la vida pública, todos podemos y debemos sembrar
buena semilla con simpatía, con amabilidad, con oportunidad, en la propia
familia, entre los amigos, entre los compañeros de trabajo o de estudios, en el
ámbito en el que nos movemos: mostrando con valentía la belleza de la verdad;
desenmascarando el error; facilitando a otros los medios de formación
oportunos, como cursos de retiro, círculos de estudio, dirección espiritual;
aconsejando un buen libro con contenido doctrinal; animando a los demás con el
propio ejemplo a que se comporten como buenos cristianos. Muchos se sentirán
fortalecidos por nuestra conducta serena y firme, y podrán hacer frente a esa
avalancha de mala doctrina que vemos a nuestro alrededor; ellos mismos se
convertirán en focos de luz para otros que andan en la oscuridad. Y veremos
cómo en tantos casos se cumplen aquellas palabras de Tertuliano referidas al
mundo pagano, que rechazaba la doctrina de Jesucristo: dejan de odiar,
quienes dejan de ignorar6.
Debemos
sacar el máximo provecho a las mil oportunidades que nos presenta la vida
ordinaria para sembrar la buena semilla de Cristo: con motivo de un viaje, al
leer el periódico, al charlar con los vecinos, a propósito de la educación de los
hijos, al participar en el Colegio profesional, al emitir el voto en unas
elecciones... En muchas ocasiones, surgirán con espontaneidad, como parte de la
vida; otras, con la ayuda de la gracia y con garbo humano, sabremos
provocarlas. Así servimos a Cristo; somos su voz en el mundo.
III. La
abundancia de cizaña solo puede contrarrestarse con mayor abundancia aún de
buena doctrina: vencer al mal con el bien7,
con ejemplo de vida y coherencia de conducta, que es naturalidad. El Señor nos
llama a buscar la santidad en medio del mundo, en el cumplimiento de los
deberes ordinarios; y esta llamada reclama de nosotros una presencia activa en
las realidades humanas nobles que de alguna manera nos atañen. No basta
lamentarse ante tantos errores y ante medios tan poderosos para difundirlos,
sobre todo en un momento en el que «una sutil persecución condena a la Iglesia
a morir de inedia, relegándola fuera de la vida pública y, sobre todo,
impidiéndole intervenir en la educación, en la cultura, en la vida familiar.
»No
son derechos nuestros: son de Dios, y a nosotros, los católicos, Él los ha
confiado..., ¡para que los ejercitemos!»8.
Es
hora de salir al descubierto con todos los medios, pocos o muchos, que tengamos
a nuestro alcance, y con la disposición de no desaprovechar una sola ocasión
que se nos presente. Hemos de decir también a nuestros amigos, a quienes siguen
o comienzan a dar sus primeros pasos tras el Maestro, que Él les necesita para
que tantas gentes no queden sin conocerle y sin amarle. Hoy podemos
preguntarnos en nuestra oración: ¿qué puedo hacer yo –en mi familia, en el
trabajo, en la escuela, en la agrupación social o deportiva a la que
pertenezco, entre mis vecinos...– para que Cristo esté realmente presente con
su gracia y su doctrina en esas personas? ¿A qué medios de formación podría
sacarles mayor provecho?
Las
modas pasan, y aquellos aspectos contrarios a la doctrina de Jesucristo que
perduren, los cambiaremos los cristianos con empeño, con alegría, con una santa
tozudez humana y sobrenatural. La Primera lectura de la Misa
nos anima a confiar en el poder de Dios: Tú demuestras tu fuerza a los
que dudan de tu poder total y reprimes la audacia de los que no lo conocen9.
Nada es inevitable, todo puede llevar otro rumbo, si hay hombres y mujeres que
aman a Cristo y están santamente empeñados en que las costumbres sean más
conformes con el querer de Dios. Para eso se precisa la ayuda de la gracia, que
no falta, y que cada uno, cada una, quiera realmente ser instrumento del Señor
allí donde está, para mostrar con el ejemplo y con la palabra que la doctrina
de Jesucristo es la única que puede traer la felicidad y la alegría al mundo:
«es menester que (...) llevéis, con naturalidad, vuestro propio ambiente, para
dar “vuestro tono” a la sociedad con la que conviváis.
»—Y,
entonces, si has cogido ese espíritu, estoy seguro de que me dirás con el pasmo
de los primeros discípulos al contemplar las primicias de los milagros que se
obraban por sus manos en nombre de Cristo: “¡Influimos tanto en el ambiente!”»10.
1 Mt 13,
24-43. —
2 Cfr. F.
Prat, Jesucristo, su vida, su doctrina, su obra, Jus, 2ª
ed., México 1948, vol. I, p. 289. —
3 Cfr. San
Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo,
47; San Agustín, en Catena Aurea, vol II, p.
240, etcétera. —
4 San
Juan Crisóstomo, en Catena Aurea, vol. II, p. 238. —
5 Os 4,
6. —
6 Tertuliano, Ad
nationes, I, 1. —
7 Cfr. Rom 12,
21. —
8 San
Josemaría Escrivá, Surco, n. 310. —
9 Sab 12,
17. —
10 San
Josemaría Escrivá, Camino, n. 376.
Tomado
de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria.aspx
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