La celebración el 24 de Julio, de un nuevo aniversario del nacimiento de Bolívar, cuando estamos culminando un año escolar muy triste, difícil y problemático, pues la educación, especialmente la pública languidece y la que sobrevive, se sustenta sobre el heroísmo de educadores y educadoras, que a pesar de sus sueldos miserables y condiciones muy adversas, siguen cumpliendo con su vocación de servicio; me anima a recordar a Bolívar como gran defensor de la educación y de los maestros. Bolívar, que consideraba la ignorancia fuente de esclavitud, tenía una gran fe en el poder transformador de la educación y gran aprecio a los educadores. Para Bolívar, no hay felicidad ni destino seguro sin educación. Ella abre el camino a la transformación del hombre, al progreso, a la convivencia, pues “las naciones marchan hacia el término de su grandeza con el mismo paso con que camina su educación”. A su hermana María Antonia, para reafirmarla en la necesidad de darle una buena educación a su hijo Fernando, es decir, a su sobrino, le escribe: “Un hombre sin estudios es un ser incompleto. La instrucción es la felicidad de la vida, y el ignorante, que siempre está próximo a revolcarse en el lodo de la corrupción, se precipita luego en las tinieblas de la servidumbre”.
Era urgente, en consecuencia, emprender con coraje la ardua tarea educativa, capaz de formar hombres capacitados, hábiles, virtuosos; y convertir en ciudadanos libres y autónomos a los súbditos sumisos y obedientes. De ahí que, como dirá en su Discurso de Angostura, “la educación popular debe ser el cuidado primogénito del amor paternal del Congreso. Moral y luces son los polos de una República; moral y luces son nuestras primeras necesidades”, y sugiere la organización del Poder Moral de la República para que cuide de la primera educación del pueblo, para así “renovar en el mundo la idea de un pueblo que no se contenta con ser libre y fuerte, sino que quiere ser virtuoso”.
Bolívar estaba convencido de que, junto a una buena instrucción, había que insistir en la enseñanza de la moral y de los valores esenciales. Por ello, por creer que no bastaban las luces, pues el talento se puede utilizar para enriquecerse egoístamente o para alimentar ambiciones injusticias o vicios, concluyó con esta frase lapidaria: “El talento sin moralidad es un azote”. De ahí su prédica insistente de la necesidad de sembrar la justicia y el respeto en las bases de la libertad. Estaba tan convencido de que “sin moral republicana no puede haber gobierno libre”, que su mano no tembló para decretar la pena de muerte contra los defraudadores de la renta pública, los malversadores de los fondos públicos, y los jueces complacientes.
Si bien yo me opongo radicalmente a toda pena de muerte, es evidente que no hay nada más antibolivariano que la impunidad y la permisividad con la corrupción y los corruptos.
Nadie mejor que él para hablarle al magisterio, dado que experimentó en la práctica la noble misión del genuino educador: “Usted formó mi corazón para la libertad, para la justicia, para lo grande, para lo hermoso”, escribió a su maestro Simón Rodríguez, lo que evidencia que comprendió perfectamente lo que significa ser un educador, cuya misión consideraba la más noble de todas: “formar el espíritu y el corazón de la juventud”.
¿Por qué si el Gobierno afirma que sigue los ideales de Bolívar no escucha sus palabras y se dedica a fortalecer la educación y a dignificar a los educadores?
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