Sifrizuela 24 de julio de 2023
@sifrizuela
Muchos se burlan, pero son las señoras
quienes mantienen viva la llama de la lucha democrática: desde los clubes hasta
las asociaciones de vecinos, siempre podremos contar con las doñas
a
señora Nancy, con una tablita de MDF llena de documentos, se acercó cuando me
preparaba para nadar en la piscina del club. Con su figura bajita, bajo las
anchas hojas de las palmas y ante el cielo azul decembrino, me solicitó firmar
las hojas. “La junta directiva está secuestrada por tenistas”, me dijo:
“¡Aprobaron sin permiso 50 mil dólares para unas canchas de pádel fuera del
club!”. El pádel –placer espantoso, dulzura horrenda; verdadero circuito
sectario caraqueño– ha sacudido a la sociedad de las colinas del sudeste como
buena religión emergente: unifica a enchufados y sifrinos en su sinfín de
canchas que simplemente pop up por todo el este de Caracas y
ha desatado un conflicto entre la Alcaldía de Baruta y un grupo de
vecinos ambientalistas en La Alameda opuestos a la destrucción de un bosque
hábitat de pericos y perezas para dar paso a canchas de pádel.
“Firma, mi amor”, me dijo Nancy, quien es originaria de un país del Cono Sur y llegó a Venezuela en los neoliberales años noventa cuando su esposo fue trasladado por una multinacional: “Vamos a hacer una sesión extraordinaria y revocar a la junta”.
Yo
–que llevo mi propio Súmate interno y adoro los referendos revocatorios– por
supuesto firmé. “Además”, me dijo infartada: “Eliminaron el comité de
admisiones”. Ahora, a discreción de la junta de tenistas, planeaban aceptar en
el club a un “tipo del Servicio Penitenciario, amigo de la Fosforito”. Nancy,
en su corazón, aún carga con la herida de la toma de Globovisión.
En efecto,
Nancy convocó a un batallón de señoras opositoras. Siguió el escándalo –con el
mismo estruendo de un cacerolazo en El Cafetal o Cumbres de Curumo– en grupos
de Whatsapp y encuentros de socios. Así, las señoras socias –aquellas que se
han apropiado el término “escuálido” con orgullo– lograron conseguir la
cantidad de firmas necesarias para forzar a la junta de tenistas a rechazar al
“amigo de la Fosforito”. Nancy y su batallón, mujeres resteadas,
resultaron ser el último remanente de democracia grassroots venezolana;
de movilización desde abajo.
Ley y
orden en el club
Los
clubes, como las juntas de condominio, muchas veces integran pequeños
archipiélagos de democracia a un país acostumbrado a regirse por los terrores
de “Con el mazo dando”, el fascismo de casilla de vigilantes de entes públicos
o los caprichos de la nobleza que controla las cortes. Aquí, con sus propias
ciudadanías (sean los socios o los vecinos), los habitantes de estas islas aún
mantienen espacios de maniobra para hacer que el poder responda a sus
poblaciones: forzar, por ejemplo, a la presidenta del edificio a cambiar el
horroroso arbolito de navidad con lazos dorados que instala anualmente en el
lobby desde 1982.
La
democracia de los clubes y juntas de condominio, por supuesto, necesita todavía
una aproximación de politólogos como Guillermo T. Aveledo o Paola Bautista de
Alemán. Sin embargo, podemos declarar en primera instancia que no es una
democracia liberal, inclusiva, con derechos inalienables para todos. Es, en
cambio, similar a las “democracias populares” que rigen a países como China,
Argelia y Laos: solo quienes están dentro del politburó (o el club) toman
decisiones y participan en la deliberación. En este caso, la población que pasó
el filtro del club y fue conferida el estatus de socio.
Las
señoras de los clubes son seres de la ley y el orden. Sin dudarlo, coquetean
con aquel eslogan de “orden, familia, plata” que pregona María Corina Machado
ante las primarias opositoras. “En mi club, mi mamá y las señoras de su clase
de yoga tuvieron un mega peo con otra clase de yoga porque estaban agarrando el
espacio que le correspondía a la clase de mi mamá”, dice una socia de un club
caraqueño. Las señoras –¡otro ejemplo de movilización grassroots de
los clubes!– recolectaron firmas, una acción que terminó con un socio rival
presentado en “disciplina” por gritarle al profesor de yoga de las
abajofirmantes.
“Viva
la justicia”, dice su hija.
Y nada
las detiene. “En el club había una jeva que se metía en todas las clases de
spinning y se tomaba fotos con quotes como ‘soy la queen’ y
‘la dura de La Lagunita;”, dice, con desagrado una madre del Instituto Cumbres:
“Las de spinning le preguntaban a la tipa si era socia y decía que sí. Además,
le quitaba el cupo de clases a socias”. Es que, para infarto de las señoras del
spinning y sus spandex multicolores, la ‘dura de La Lagunita’
realmente se estaba coleando en el club. “Se organizaron unas tipas y mandaron
su foto a la portería y la jeva más nunca pisó el club”. Ley y orden en los
campos de golf.
Con el
estupor de una guarimba en Santa Fe, muchas veces los socios defenderán los
oasis antediluvianos que son sus clubes con todas las herramientas posibles:
“Hace unos años, en el club hubo un problema con las elecciones”, dice una
socia de uno de los clubes de golf en el este: “Un socio nuevo, supuesto
testaferro, compró diez acciones sin el traspaso. El señor quería colarse a la
junta y venderle las acciones a enchufados, garantizándoles la admisión”. Un
grupo de socios –temiendo un deslave demográfico, una nakba sifrina–
crearon una plancha cerrada con hijos y familiares de los fundadores del club,
ganando las elecciones. La Mesa de la Clubidad Democrática.
A
veces, incluso, la lucha de estamentos se fermenta dentro del propio lugar. En
una ocasión, una falsa rubia –suerte de tusi pasada de moda, cuando el culo
artificial empieza a venirse abajo y los fillers parecen pudrirse
en la cara– confrontó con manoteos y gritos a un entrenador del gimnasio que le
pidió recoger sus pesas. El entrenador, un exoficial de las Fuerzas Armadas, la
ignoró irreverente. Pero la legión de Madres de Valle Arriba que entrena allí
salió en su defensa.
“¡Esa
es la amante de Chávez!”, gritaban entre risas en un frenesí diabólico. La
mujer, vestida en licras rosadas, abandonó el gimnasio. “Increíble la nueva
gente del club”, dijo una señora sifrina: “El otro día una mujer, en los
lockers, dijo por teléfono que si no le terminaban la obra les iba a mandar a
los círculos bolivarianos”.
En eso
llegó un señor, otro cliente del entrenador, preguntando de qué se trataba el
zaperoco: “Mañana nos van a mandar a los círculos bolivarianos”, le respondió
sonriente una de las señoras.
Autócratas
en la piscina
Los
clubes también pueden ser autocracias en manos de “presidentes vitalicios”,
quizás la versión más sofisticada de gente con mucho tiempo libre.
“En mi
club hubo elecciones presidenciales y ganó la junta que lleva seis años
mandando”, dice –riendo– una socia de uno de esos clubes étnicos donde se
congregan las diásporas en el país: “Todo fue muy socialista, ni Maduro se
atrevió a tanto. Hubo de todo: sobornos, censura, acoso, persecución. Muy loco
todo”. Los socios críticos, dice ella, fueron incluso citados a “disciplina”.
Así, pululan las pequeñas dictaduras de las piscinas, las canchas de tenis o de
las chozas en La Guaira.
Además,
en ocasiones, la autocracia nacional también pasa sus coletazos por los clubes.
No es solo la cada vez más común entrada de socios ligados a la nueva
aristocracia –con cuentos estrafalarios, como boliburgueses comprando juntas
directivas con Rolex de regalo o tusis de plástico proliferando en los
gimnasios y piscinas– sino el uso de recursos del Estado para doblegar a los
cayos e islas de las señoras y sus democracias populares: el uso de amparos
legales, por ejemplo, por parte de socios rechazados por su lealtad a una
revolución que alguna vez intentó expropiar los campos de golf de Caracas para
convertirlos en terrenos para construir viviendas de interés social. El club de
golf de Caraballeda no tuvo la suerte de sus primos capitalinos.
En una
ocasión, cuenta un socio tenista, un “empresario político” ganó –en nombre de
su club– un torneo de tenis. Sin embargo, los participantes de otros clubes lo
acusaron de ganar con trampa. Una asociación de clubes procedió a investigar
las acusaciones, estrellándose contra una demanda de difamación por parte del
ganador. Enfrenándose a abogados feroces, siguió un resquebrajamiento: con
renuncias en la asociación y el casi desplome de esta.
Ni el
tenis se salva de la demolición de la sociedad civil.
El
poder de las señoras
Sin
embargo, no se puede dudar del poder de las señoras. Las doñas de El Cafetal
–las vecinas de mediana edad del este de Caracas, radicalmente opositoras, que
con la cara pintada de la bandera y un koala en su cintura cacerolean contra
el rrrrrrrégimen; aquellas antiguas fanáticas de Globovisión;
devotas de Nitu, apóstoles de los rumores de “ruido de sables” en Fuerte Tiuna,
adecas patriotas, esparcidoras de Piolines y mensajes cursis y amantes de las
palabras compuestas como “narcorégimen” y “castrocomunismo”– han resultado ser
verdaderamente el último bastión de la lucha democrática.
Mientras
el país se dopa –se desentiende y se repliega del espacio público; se entrega a
la apatía, renuncia al sueño del cambio y suelta la polarización ante un mundo
de cohabitación y normalización de lo que hasta ayer era motivo de cacerolazo–
esas doñas todavía tuitean el horror, remarcan lo grotesco y se organizan para
recordarnos que el mar de la felicidad ha sido el mayor deslave de nuestra
historia.
Son
aquellas naufragas de la democracia –negadas a soltar el sueño de revivir las
libertades civiles y políticas– quienes vigilan a los alcaldes del chavismo
azul o quienes serán defensoras de las mesas de votación en 2024.
Son
ellas quienes marchan contra la tala de los árboles caraqueños, forzando a
Fuerza Vecinal a producir un carrusel bochornoso de comunicados desligándose
del más nuevo arboricidio.
Fueron
ellas quienes evitaron que se interviniera un muro del diseño original de Burle
Marx en el Parque del Este. Son ellas quienes, a pesar de la fuerza bruta que
asfixia al país, todavía ponen sus miradas enloquecidas sobre el poder.
“Mi
mamá de 71 años y otras tres señoras, recogieron casi 14.000 firmas en tres
urbanizaciones para proteger un cerro y entregaron papeles en el Ministerio del
Ambiente e Inparques”, dice un profesor de la Universidad Católica Andrés
Bello: “Desde hace un año y medio, ese cerro se llama Parque Recreacional Ruiz Pineda:
se convirtió en el Sabas Nieves de Montalbán”.
Tomado
de: https://elestimulo.com/ub/opinion/2023-05-24/senoras-clubes-caracas-sifri/
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