Humberto García Larralde de julio de 2023
Las tiranías totalitarias pretenden legitimarse invocando fines trascendentes cuya prosecución habría de liberar, de una vez por todas, al Pueblo (con mayúscula). Apelan a percepciones de injusticia de quienes se sienten marginados, alimentando sus resentimientos y ansias de retaliación para comprometerlos en la conquista de los ofrecimientos reparadores de un líder carismático. En su prédica, la lucha es porque triunfe el bien, es decir, los intereses de “nosotros”, el Pueblo, contra el mal representado por los agentes políticos o sociales enemigos, es decir, los “otros”. Tal simplificación maniquea se rinde ante la fe en un eventual reino de dicha que reivindicará, como debe ser, a los agraviados. Esta creencia da lugar a una construcción teleológica, de claros tintes religiosos, que se sobrepone al dominio de la razón. Esto incluye a la prédica comunista, que alega basarse en una teoría “científica” del cambio social. No puede haber dudas sobre cómo proceder. Sea por la voluntad de un Dios todopoderoso, como sucede con el extremismo islamista de hoy y con la inquisición y las cruzadas de ayer, o por el inexorable triunfo de la justicia que proveerá el devenir de la Historia (con mayúscula), se va forjando un espíritu de secta, cerrada sobre sí misma, que no admite cuestionamientos externos. Inspiradas en verdades reveladas, son refractarios a la razón. Basta con el apasionamiento de saberse en la conquista de lo justo.
El 26
de julio, hace 70 años Fidel Castro encabezó un asalto suicida a un cuartel
militar en Santiago de Cuba (Moncada) para derrocar al dictador, Fulgencio
Batista. Sobrevivió. En el juicio montado en su contra, argumentó haber
insurgido contra un régimen terminal, por inmoral y decrépito: “la Historia me
absolverá”. Tal manifestación de fe en el devenir societario se convirtió
pronto en proclama de lucha contra la opresión por parte de las distintas
fuerzas enfrentadas a la dictadura. Sabemos el desarrollo posterior de los
acontecimientos. Basta señalar que la épica guerrillera como eje de la
Revolución, luego de eclipsar los aportes al derrocamiento del dictador por
parte de la resistencia en las ciudades, adquirió visos de leyenda,
contribuyendo a asentar la ascendencia de Fidel ante los cubanos. Ayudó, claro
está, una fuerza militar –ahora revolucionaria—que llenaba el vacío del
desmoronado ejército batistiano.
Esta
absolución por las fuerzas inexorables de la Historia tiene como importante
antecedente el alegato que, en su defensa, hizo Adolf Hitler, al ser enjuiciado
por el llamado “putsch de la cervecería” de 1923, en Múnich. “Porque no son
ustedes, caballeros, los que nos juzgan. Ese enjuiciamiento lo dictamina la
eterna corte de la Historia. (…) Podrán pronunciarnos culpables mil y una
veces, pero la diosa de la eterna corte de la Historia sonreirá y hará trizas
el alegato del fiscal y la sentencia de esta corte. Ella nos absolverá”.
Norberto Fuentes, en, La autobiografía de Fidel Castro (Tomo
I), señala que, entre los libros que leía Fidel previo al célebre juicio, preso
en la Isla de Pinos, estaba el Mein kampf de Hitler,
contentivo de la aludida aseveración.
Ambos
tiranos se presentan como meras herramientas de designios superiores,
trascendentes, que, con o sin su participación, habrían de imponerse
irremediablemente. Proyectarse como agente de fuerzas extraordinarias, cuasi
telúricas, que se sobreponen a nuestras voluntades particulares, tiene
deplorables implicaciones para la construcción de referentes morales. Por un
lado, confiere una supremacía moral inobjetable a quien pregona los fines que,
irremisiblemente, habrán de cumplirse. Contribuir con ellos define el criterio
de lo que es correcto; oponerse, de lo incorrecto. Isaac Berlin nos recuerda
que, en el caso del comunismo, supone un concepto de verdad que no depende de
su correspondencia con los hechos, con la realidad empírica. Es verdad –según
esta visión– lo que es funcional para con el triunfo de la Revolución,
acontecimiento inexorable que marcará la culminación triunfante de la Historia.
Así, no hay forma de combatir las falsedades del discurso revolucionario, ya
que sus referentes no son los mismos de los que argumentan en su contra. Quien
critica sus postulados es, simplemente, enemigo de la verdad y de la humanidad,
condenado al basurero de la Historia.
A su
vez, al proyectarse estar por encima de las nociones “engañosas” del bien y del
mal con que estos “enemigos” arremeten contra la “liberación de los pueblos”,
los “revolucionarios” son tremendamente inmorales. Todo se vale, siempre y
cuando contribuya con el avance y consolidación del proceso eminente de hacer
realidad el reino de paz y de dicha que pondrá fin (en una eventualidad
pospuesta eternamente) a las miserias humanas. No importa que este esfuerzo se
haya acompañado de centenares –miles- de muertes por desnutrición, represión o
por haber desaparecido medicamentos y destruido una adecuada asistencia de
salud. En alegoría a los mitos de redención de nuestro legado judeocristiano,
tales sacrificios por el triunfo de un bien superior son bienvenidos. En tan
pavorosa oclusión ética y moral, a los dirigentes les resbala asumir decisiones
crueles que destruyan los medios de vida –y la vida misma- de la población. Así
lo atestiguan las experiencias de Cuba y Venezuela. Palidecen, en comparación,
los tan denostados llamados a “apretarse el cinturón” de los ajustes
neoliberales como fundamento necesario (también eventual) de la prosperidad y
la justicia que otorgan las fuerzas del mercado.
Blindados
por la Historia, los personeros más despreciables, carentes totalmente de
escrúpulos, pontifican sobre las “virtudes” de la “revolución” mientras descalifican
con descaro a luchadores democráticos. Diosdado Cabello justifica las
agresiones de sus bandas fascistas contra Henrique Capriles y contra María
Corina Machado, en gira cada uno ante la convocatoria a las elecciones
primarias de la oposición, inventando que provienen de un “Pueblo” que
reacciona contra las sanciones impuestas por Estados Unidos. Jorge Rodríguez
despotrica de la Unión Europea luego de que la Eurocámara condenara la
inhabilitación política dictada (por la contraloría de Maduro) a María Corina.
Vladimir Padrino, soporte del oprobio y destructor de la FAN, denuncia la
“guerra económica y mediática” y los “llamados a la violencia” que,
supuestamente, promueven factores de oposición, para justificar su complicidad
con la tiranía. Insólitamente, se sigue exigiendo la liberación de Alex Saab
como si fuese un mártir de la “revolución” y no un delincuente preso por
traficar, entre otras cosas, con el hambre de los venezolanos. Con el veneno
que destilan en estas imprecaciones contra las fuerzas democráticas, amparadas
en esa supuesta “supremacía moral” que creen poseer, podría suplirse una
fábrica entera de suero antiofídico y contra todo tipo de alimañas tóxicas.
Con
semejantes barbaridades buscan todavía cautivar apoyo y mantener la
concertación con militares, jueces y funcionarios corruptos para continuar con
el saqueo a la nación. Pero su apoyo, según la última encuesta Delphos, de
junio, es de sólo 9,4%: “resteado con Maduro.” ¿Cómo llegar a acuerdos que
abran posibilidades de cambio democrático con quienes insisten en refugiarse
impunemente en una burbuja de falsedades? En vez de reconocer su fracaso, como
haría cualquier político racional, insultan airadamente a quienes se lo
señalan.
Pero
están, cada vez más, venidos a menos. Conscientes de ello y desesperados por
las perspectivas de una derrota segura de realizarse unas elecciones
confiables, intentarán todo lo que puedan para amañarlas con inhabilitaciones,
saboteando las primarias y con otras marramuncias. Su arsenal de atropellos no
tiene límite alguno en el respeto a las normas de convivencia que deberían
prevalecer en democracia. Persisten en su engaño de contar con la absolución
(impunidad) de la Historia. Y ahí está su gran problema. Necesitados de un
mayor reconocimiento internacional para poder sobrevivir en el foso en que han
hundido al país, deben dar muestras de una disposición a llegar a acuerdos con
las fuerzas democráticas para realizar elecciones en condiciones sanas y
creíbles, es decir, respetando verdaderamente la voluntad popular. De nada
sirve intentar convencer a la Unión Europea y a Estados Unidos y, mucho menos a
esas grandes mayorías de venezolanos desesperadas porque se les ofrezca una
salida, invocando los fines supremos (existentes solo en mentes delirantes) de
la Historia.
El
fascismo no está, claramente, en sus mejores momentos. Es menester, por tanto,
poner a un lado discrepancias y suspicacias entre fuerzas opositoras y
consolidar una plataforma programática consensuada con las luchas de la
población por sus derechos, a la vez que se aumenten las exigencias de que sea
respetado el ordenamiento constitucional y puedan realizarse elecciones libres,
sin trampas. Han de saber que la historia, la verdadera, sin mayúscula, no los
absolverá. Habrá que facilitarles una salida, también, para los que ya son
conscientes de ello.
Humberto
García Larralde
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