Eneyda Suñer Rivas 04 de septiembre de 2023
San
Agustín de Hipona, el gran converso, el doctor de la Gracia, el retórico
extraordinario, el enamorado de Dios, la inteligencia apasionada ¿por dónde se
puede abordar una breve reflexión sobre él? Eso es muy complicado, no porque
falten elementos, sino porque sobran. Una sola de sus frases en cualquiera de
sus obras es no solo de gran belleza, sino de una enorme profundidad.
Entre
todo lo que admiro de este santo se encuentra su claridad y su apertura de
pensamiento. En esta línea, me gustaría rescatar algunos de los consejos y
directrices para tener diálogos auténticos y frutíferos que él y sus amigos nos
comparten en “Contra académicos”.
En el año 386, estando Agustín en Milán ya converso y planeando su bautismo, se retira a una finca en la villa de Casiciaco que le prestaron a él, a su hijo Adeodato y a algunos de sus amigos que también serían bautizados; los acompañaba la madre de Agustín, Mónica. Este retiro se dio en gran medida porque querían orar, reflexionar, leer las escrituras y dialogar sobre el cambio de vida que les significaría el sacramento.
Los
diálogos escritos durante ese año son diálogos reales, no obras literarias de
un solo autor. Dialogaban y había uno de ellos que se elegía secretario para
anotar los diálogos.
En
“Contra académicos” (Tratados, san Agustín, edición SEP.1986) Agustín le
dice a Licencio, uno de sus compañeros, lo siguiente:
No
busques (…) lo que es difícil de hallar en todas partes; más bien explica tú el
porqué de tu opinión, que sin duda has proferido después de reflexionar, y los
fundamentos en que descansa, pues un los pequeños se engrandecen en la
discusión de los grandes problemas.
En este
consejo, nos encontramos con varias cosas importantes para el diálogo: a) no
evadir el problema debido a su dificultad; b) en un diálogo serio las opiniones
deben ser fruto de la reflexión y fundamentarse, y c) aunque no seamos doctos,
somos pensantes y todos podemos crecer al reflexionar y discutir problemas
serios e importantes.
En
otro momento del diálogo el joven Trigecio pregunta si se puede volver atrás y
retomar afirmaciones que, en el transcurso del diálogo, se da cuenta que hizo a
la ligera. Agustín responde:
Sólo
niegan esta licencia (…) los que disputan no por el deseo de hallar la verdad,
sino por una pueril jactancia de ingenio (…) os impongo como un mandato la
conveniencia de volver a discutir afirmaciones lanzadas con poca cautela.
En
este consejo, Agustín deja muy claro que la finalidad del diálogo no es ganar
una competencia ni jactarse de agudeza de ingenio, sino el deseo de encontrar
la verdad. Y luego manda a que se revisen las propias opiniones, si éstas
fueron hechas a la ligera y lo descubren en el discurrir del diálogo. Esto ya
nos habla de un diálogo que está dando frutos: los que dialogan se escuchan
realmente y se dan cuenta de que los otros pueden tener razón, y de que lo
dicho por sí mismos pudo ser vago o superficial, así que desean desdecirse o
matizar lo dicho.
En
otro momento el joven Licencio afirma lo siguiente:
“Ya en
nombre de la libertad, que la misma filosofía nos promete dar, he sacudido el
yugo de la autoridad”.
Esto
es: un diálogo no es una competencia entre nuestros ídolos, no se trata de
creer que algo es verdad porque lo dijo Platón o Cicerón, sino de pensar por
uno mismo, ponderar las razones que los otros (quienes quiera que sean) dieron,
y posicionarse al respecto con razones propias.
En
otro momento de este diálogo Licencio pide:
O
porque el tema de suyo es muy arduo, o a mí me parece que lo es, yo os ruego
aplacéis la cuestión para mañana, pues a pesar de mi diligencia y esfuerzo
reflexivo, no atino hoy en la respuesta conveniente.
A esto
Agustín y los demás acceden; el diálogo no es una competencia que ganar, sino
una cuestión para reflexionar, y merece su tiempo para pensar y también para
dejar descansar el pensamiento y retomarlo en otro momento con nuevos bríos y
frescura.
Por
último, les comparto un consejo agustiniano sumamente útil en el diálogo y que
no requiere más explicación:
Cuando
hay armonía sobre las cosas de que se disputa, no debe porfiarse acerca de las
palabras, y el que lo haga, si es por ignorancia, debe ser enseñado; y si por
terquedad, debe ser abandonado; si no puede ser instruido, amonéstesele a que
se dedique a alguna cosa de provecho en vez de perder el tiempo y la obra en
cuestiones superfluas; y si se resiste, dejadlo.
Eneyda
Suñer Rivas
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