ORLANDO VIERA-BLANCO 12 de septiembre de 2023
@ovierablanco
Es nuestra historia que duele y confiere
esperanza a la vez. Historia que recuerda y derrota el exilio como tabú. Es la
vergüenza por el sacrificio de otros. Es la expresión de nuestra esencia grupal
Una obra de arte, una escritura, un color, un documento, “no son más que indicios por medio de los cuales hay que reconstruir el individuo visible”. Y ese hombre-corporal y visible-no es más que una sospecha, un asomo de lo que somos. A través de esa “visibilidad”, las pequeñas grandes cosas, desde un diamante hasta una obra literaria, un cuadro, una escultura o una película, tienen un mundo interior, una verdad oculta pero infinita…
Me
propongo, después de haber quedado sin aliento y conmovido,
"reescribir" aquí la historia de Simón. No de la película sino de lo
que puede estar detrás de ella, debajo de ella, el interior de ella…que es ir
al interior de Diego Vicentini, su creador, productor y director, para entender
algunas cosas de nuestra esencia como pueblo, como nación, como destino. Para
entender de lo que poco hablamos, que es del exilio...
Estoy
avergonzado…y llora el alma
El
historiador-según apunta Omar Osorio Moretti en sus comentarios de la Historia
de la Literatura Inglesa por Hipólito Taine, “podría colocarse en el
seno del alma humana durante un período de tiempo, una serie de siglos o en un
pueblo determinado […] podría estudiar, describir, contar todos los
acontecimientos, todas las transformaciones, todas las revoluciones consumadas
en el interior del hombre; y cuando hubiese llegado al fin, tendría una
historia de la civilización en el pueblo y en el tiempo elegidos»
Simón,
la película, es la historia de un país sufrido, pero también resistente y
noble. Es [historia-viva] que lleva por dentro su autor. Es un molde, una
génesis, una acumulación de huellas, hábitos y gustos, a partir de
un ambiente, una identidad, una cultura. Diego Vicentini, director de Simón,
muy joven productor y director de cine venezolano, a quien conozco desde niño
por su hermosa amistad con mi hija Valeria, viene de vestiduras cultivas, muy
típicas de Venezuela. Padres de linaje europeo y criollo, sembraron en Diego un
profundo amor por Venezuela y nuestro gentilicio, por nuestra rusticidad o
prolijidad, por nuestras virtudes o carencias, nuestra generosidad, vulgaridad
o delicadeza. Ese melting pot entre riqueza y miseria,
inflexiones y actitudes, espontaneidad, abandono o viveza, que producen una
impronta, capaz de quedar sellada como piedra fósil que sobrevive todos los
tiempos y da cuenta de una sociedad que vive, padece y trata de redimirse antes
de morir…
Esa
huella perenne es Simón…Cuando escuchas los diálogos, las conversaciones,
despierta nuevamente el dolor, la indignación, la alegría o la esperanza.
Sentimos la revelación del alma. De qué vamos y de qué estamos hechos. Qué
reposa en lo más subterráneo e íntimo de nuestro interior. La genialidad de un
pequeño diálogo, nos conduce por caminos muy profundos del ser humano.
Y nos
dice Simón: “Es que lo que hemos hecho [la calle] no ha sido suficiente
[…] Mientras nosotros enfrentamos con cartones y hojalatas a tanques de guerra
y fusiles, otros veían la masacre por televisión…No ha habido suficiente gente,
no ha habido suficiente fuerza, suficiente actitud. No ha sido suficiente
conciencia…suficiente, suficiente, suficiente…Y si no lo hacemos nosotros,
¿quién lo va a hacer?”. Ese monólogo penetró en lo más sensible de mi corazón
roto. Al límite de una actuación impecable, comencé a desplomarme en la butaca.
No comprendía que sentimiento me invadía al ver y escuchar aquella épica por la
libertad, por la dignidad…El rodaje continuaba, pero me quedé atrapado en
aquella frase a todo pulmón, por un David contra Goliat.
Entonces
mi mente viaja al pasado. Al día que una mañana gélida e invernal en Canadá
recibí una llamada [de Diego Vicentini], para decirme, “Orlando, me siento
mal, me siento culpable de haberme ido del país y no estar al lado de nuestra
gente, nuestros jóvenes para luchar a su lado. Quiero hacer algo por la causa”.
Por aquellos días, un joven de Cumaná había llegado a Miami y me pedían darle
ayuda…Le comenté a Dieguito-como cariñosamente le decimos-que lo llamara, que
escuchara su experiencia…Hablé con aquél humilde muchacho, que había salido de
las salinas de Araya a Brickell, huyendo de la persecución y la tortura. Le
comenté que le llamarían, que estuviese atento…
Diego
cumplió su misión y fue al encuentro con nuestro héroe cumanés, que hacía
de valet parking en un hotel en Miami. “Ojalá pueda
hacer algo Orlando”, me dijo Dieguito… Un ojalá que
inevitablemente crea una barrera entre creer y no creer. Es el indicio, la
sospecha de que algo puede pasar…Y cuando pasa, es porque el indicio de hace
realidad. La combinación de imágenes de Simón en la pantalla y en mi mente,
dieron cuenta de lo que me inmovilizaba. No era sólo el desgarro de lo que
veía, sino de lo que, en algún momento, dudé que sucedería…Ese joven de Cumaná,
uno de los inspiradores de Simón, fue llevado a la pantalla por Dieguito. Una
historia que se contó “corta” [en un cortometraje] y ahora es una
extraordinaria película que ya ganó un festival, pero mejor, el corazón de la
gente. Y comprendí. EL sentimiento que me invadía era de una irremisible
vergüenza…
Vergüenza
por aceptar vivir así. Vergüenza por sembrar en los corazones de muchos de
nuestros jóvenes, dudas sobre nuestras suficiencias o certezas de nuestras
insuficiencias. Vergüenza por no merecer tanta violencia, torturas y despojos.
Vergüenza por refrescar en mi memoria, los límites, los extremos, las
facultades, los sentimientos, la determinación, la voluntad de nuestros hijos
por dar la vida antes de confesar, de morir por la libertad, por nosotros
mismos. Vergüenza porque a pesar de tanto pundonor, sacrificio y valentía,
desde una misma disidencia, seguimos enfrentados y divididos…Vergüenza por no
dar el ejemplo. Vergüenza por ver masacres desde una película, vergüenza por no
saber qué más podemos hacer para devolver Venezuela nuestros hijos, vergüenza
por dudar de nosotros mismos, Vergüenza por estar en la sala…
Todas
estas interioridades no son más que avenidas que se reúnen en un centro llamado
Venezuela. Un mundo infinito, representado por un joven director, por sus
valores, su crianza, su inteligencia, que hace de sus virtudes-humanas y
técnicas-una acción visible puesta en escena con discursos impecables,
sencillos, hermosos, emocionantes. Sensaciones de hoy y de ayer que
salen a la luz como largas rocas hundidas en el suelo y rompen silencios estruendosos,
rindiendo tributo a nuestro linaje. Simón es un hito a la sana vergüenza por un
país herido…Esa es, entre muchas, la genialidad de Vicentini: despertar en
nosotros una honesta reflexión. Y llora el alma…
La
redención de un país
En un
poema, un código, una imagen, una palabra, en un símbolo de fe, ¿cuál es
nuestra primera reflexión? Es “observar con nuestros ojos, en nuestro
interior, el hombre visible” [ob. cit] ¿Y qué buscas en él? La
verdad, mi verdadero yo…Simón hizo aparecer mi hombre invisible...Palabras que
llegan a nuestros oídos, ademanes, movimientos de cabeza, vestiduras, acciones,
que son gestos dulces y amargos, de nuestro linaje, lo típico de nuestra
naturaleza como nación…Simón es el combatiente que aun habita en nuestro hombre
interior. Un peregrino que lidia con su yo, con su culpa, con su
consciencia…El arrojo, las lágrimas, alegrías, el idilio o la verdad de Simón,
son las nuestras, si acaso convertidas en frustraciones y nostalgia.
Cuando
llegaba al clímax de mi vergüenza, cuando estaba en la
búsqueda de algún episodio que permitiera aliviar mi pena, un sentimiento me
inmovilizaba y asfixiaba a la vez, y raramente no me permitía llorar
inmovilizado en mis propias culpas, cuando siento que me abandona el último
vestigio de racionalidad crítica, devorada por mi constricción, emerge la más
hermosas de le libertades. No la libertad física, la positivista, la que huele,
toca, oye o ve, sino la libertad que también busca nuestro hombre invisible: la
libertad espiritual…
Simón
es tanto un constante digerir de contrastes como ejercicio continuo de
discernimiento. A través de cada metáfora, el acento del verso, de un primer
plano-nítido o difuso-un acumulado de indicios se convierte en una
trepidante verdad. Es la confrontación entre el yo externo y el interno. Es
conversar con nosotros mismos, escrutar lo más íntimo de nuestra consciencia
para buscar la pieza que hacía falta para lograr la calma: el perdón…
Mientras
nuestros ojos veían Simón, estaban en indetenible movimiento, un volcán de
emociones y concepciones que tratan de responder a la pregunta, por qué. Y de
pronto, aun sin responderla, un abrazo se convierte en la expresión mas sublime
y elevada de nuestra humanidad, que hace romper en llanto a nuestro hombre
invisible, llanto que brota como roca fundida por nuestros ojos y baja por
nuestras mejillas hasta nuestras manos, “quemando todo a su
paso”… Pero después del fuego vienen las cenizas, que son el alivio
del alma…Simón también es perdón, la pieza que nos hace falta, que es la paz,
la libertad del espiritual. No es un perdón republicano, pero si espiritual.
¿Cómo
una película de un joven de 28 años es capaz de penetrar nuestra más íntima
invisibilidad y producir vergüenza y redención a la vez, en un solo acto?
Termina Taine lanzando un derroche de belleza y admiración por la literatura de
Goethe: “Mirad al promovedor y al modelo de toda la gran cultura
contemporánea, a Goethe, que, antes de escribir su Ifigenia, pasa días
dibujando las más perfectas estatuas, hasta que, llenos sus ojos de las nobles
formas del antiguo paisaje, y penetrado su espíritu de las bellezas armoniosas
de la vida antigua, logra reproducir en sí propio tan exactamente los hábitos
y las inclinaciones de la imaginación griega, que da una hermana casi gemela a
la Antígona de Sófocles y a las diosas de Fidias”
Entonces
llego a la génesis de mi fascinación por Simón. Es reencontrarme con nuestros
hijos, con el hogar donde crecí. Es regresar a las formas más nobles de
nuestros paisajes, modos y ademanes. Es revivir la belleza de nuestra
crianza. Es recuperar nuestra identidad depositada como fósil, como huella
indeleble, por una obra de arte-Simón-tanto conmovedora como reflexiva.
Esa ha
sido la genialidad de Diego Vicentini: representar una realidad sin agraviar,
sin rencores, sin morbo, reflujo ni intemperancia, donde el perdón redime la
culpa, donde Simón es la Ifigenia la hija de Agamenón [Sófocles], ese
hijo[a] que no queremos sacrificar, donde subyace la duda entre
hacerlo, evitarlo o inmolarnos, para impedir que Artemisa detenga los
vientos favorables en Áulide…Para aliviar nuestras propias tempestades.
Donde reposa el perdón de Próspero, el perdón de nosotros mismos…
Es
nuestra historia que duele y confiere esperanza a la vez. Historia que recuerda
y derrota el exilio como tabú. Es la vergüenza por el sacrificio de otros. Es
la expresión de nuestra esencia grupal. Es la manifestación más genuina de
nuestra Venezuela, que son los hijos de la patria, que son nuestros hábitos,
nuestra identidad, nuestra irreverencia, nuestra rusticidad, nuestra alegría, o
delicadeza…Una infinita nobleza redimida en un solo acto: Simón.
Gracias
Diego por esta joya del Cine Venezolano. Cumpliste tu misión. Hará mucho por la
causa…que no es otra, que entendernos, hablarnos y querernos más.
ORLANDO
VIERA-BLANCO
@ovierablanco
Invitamos
a suscribirse a nuestro Boletín semanal, tanto por Whatsapp como vía correo
electrónico, con los más leídos de la semana, Foros realizados, lectura
recomendada y nuestra sección de Gastronomía y Salud. A través del correo
electrónico anunciamos los Foros por venir de la siguiente semana con los
enlaces para participar y siempre acompañamos de documentos importantes,
boletines de otras organizaciones e información que normalmente NO publicamos
en el Blog.


No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico