José Luis Farías 01 de octubre de 2023
@fariasjoseluis
La
filosofía del poder que Rómulo Betancourt, el visionario fundador de Acción
Democrática, abrazó y encarnó, emerge como un faro luminoso en la vastedad del
panorama político venezolano. Para él, el poder no era un mero ejercicio de
administración estatal, sino una fuerza motriz con el potencial de moldear la
sociedad en su esencia. Y, para materializar esta encomiable misión, concebía
la necesidad imperiosa de un partido político con la habilidad de traducir las
aspiraciones de las masas populares en una realidad palpable.
Esta «filosofía del poder» halla su refugio en este parafraseo que hace Manuel Caballero de unas elocuentes palabras de Rómulo: «Mi mayor orgullo no reposa en haber sido presidente de la República en dos ocasiones; esa silla la han ocupado unos cuantos personajes insustanciales. En cambio, mi genuino orgullo reside en haber dado vida a un partido como Acción Democrática» (1). Un partido que ha perdurado a lo largo de 82 años, manteniendo su relevancia como una fuerza política inquebrantable en el turbulento paisaje venezolano. Un partido que se metamorfoseó en una auténtica potencia política, capaz de movilizar a las masas y de desafiar con éxito a las fuerzas más conservadoras y reaccionarias de la nación. Un partido que, con tenacidad, ha resistido los embates de los regímenes autoritarios y ha mantenido encendida la antorcha de la democracia en los momentos más oscuros. Aunque en la actualidad languidece, atormentado por la degradación ideológica y la fractura que socava sus fundamentos organizativos y su capacidad de seducción hacia el pueblo.
La
vocación por el poder en Acción Democrática siempre se ha manifestado de manera
cristalina e irrefutable en su historia. Las palabras de Betancourt delinean
una frontera nítida entre el ejercicio del gobierno y el papel del partido como
instrumento supremo para concebir y llevar a cabo un proyecto histórico para la
nación. La determinación de conquistar el poder iba más allá de simplemente
gobernar; implicaba la forja de los cimientos de la sociedad deseada.
Betancourt otorgó al partido político la preeminencia sobre cualquier otro
fundamento, una premisa política que, lamentablemente, parece haberse desviado
en el presente, con líderes obsesionados por el gobierno que descuidan el
poder.
El
legado de Betancourt y la perspicaz filosofía del poder que inspiró continúan
vigentes en el devenir político de Venezuela, un país que anhela recuperar el
rumbo hacia un futuro de estabilidad y progreso.
Nacido
para hacer historia
En el
seno del que en otro tiempo fuera un partido de considerable influencia, la
lucha por el poder se erigía como el cimiento fundamental de su acción
política, un motor implacable destinado a la transformación de la nación. Para
aprehender la intrincada historia de esta organización política, es imperativo
sopesar su arraigada vocación por el poder, una vocación que resplandecía con
meridiana claridad tanto en su ilustre fundador como en sus veteranos líderes.
Esta característica crucial distinguía a Acción Democrática (AD) de otras
agrupaciones que, a lo largo de su trayectoria, se alzaron como adversarias
notables, tal es el caso del Partido Comunista de Venezuela, siempre acomodado
a ejercer como un apéndice sumiso de la Internacional Comunista regida desde
los confines de la Unión Soviética.
Este
aprecio singular por el poder fue una semilla que Rómulo Betancourt plantó
desde los albores de la «prehistoria» (2) de AD un término acuñado por el
perspicaz historiador Fredy Rincón para abarcar todos los esfuerzos previos a
la gestación oficial del partido (ARDI, ORVE, PDV y PDN), una gestación que
tuvo lugar la tarde del sábado 13 de septiembre de 1941. En ese momento
fundacional, Rómulo consolidó esa vocación con un énfasis categórico al
afirmar: «Mi convicción es que este Partido ha nacido para hacer historia.» (3)
En esa pasión ardiente por forjar la historia se halla la clave misma, pues
hacer historia es trascender, es dejar una obra perdurable, una huella que la
posteridad reconoce y recoge en los anales. Betancourt lo concebía con vividez,
como lo manifestó al describir una escena en la que un niño venezolano de
generaciones venideras, quizás su propio nieto o el de cualquiera de los
presentes en aquel mitin, recitaría con voz titubeante, como todo niño que se
adentra en el conocimiento, un pasaje del manual de historia de Venezuela.
Diría algo así: «El 13 de septiembre de 1941 es una fecha gloriosa en los
anales de Venezuela, porque en ese día comenzó a actuar públicamente el Partido
Acción Democrática. Porque en ese día comenzó a actuar públicamente el Partido
que inició la segunda independencia nacional, y contribuyó, decisivamente, al
avance, prosperidad y dignificación de la República.» (4) Tales palabras
provocaron una clamorosa ovación entre sus seguidores.
En ese
contexto, se revela la esencia misma de Betancourt y su fervor por el poder
como instrumento de cambio y progreso, una esencia que perdura en la memoria
colectiva de Venezuela y que continúa influenciando el curso de su historia.
La
imaginación del poder
Betancourt,
ese forjador del destino adeco y en frente medida del país, comprendió con una
clarividencia singular que el poder no podía limitarse meramente a la conquista
del gobierno; su propósito trascendía esa dimensión. Él anhelaba moldear una
sociedad más justa y equitativa, un sueño que, con orgullo en su voz, compartió
en aquel día histórico cuando el partido Acción Democrática nacía a la vida
pública. Con su mente colmada de visiones, se permitió imaginar una fracción de
la sociedad que anhelaba erigir, y que, en gran medida, lograría cuando tuvo el
timón del poder.
Me
«imagino la escena», proclamó con entusiasmo, «que tendrá lugar dentro de
cincuenta años en una población agraria de los Andes, cimentada junto a una
imponente planta hidroeléctrica. En lugar de los garajes repletos de lujosos
autos que proliferan en Caracas, veremos garajes para tractores. O quizás, una
ciudad industrial en la Gran Sabana, erigida en las proximidades de las
chimeneas de altos hornos, donde los obreros venezolanos transformarán en
materia prima para las fábricas de máquinas esos mil millones de toneladas de
hierro que, en sus profundidades, guarda la Sierra del Imataca, hoy
inexplorada». (5)
Sin
embargo, Betancourt sabía que la vocación de poder, aunque fundamental, no era
suficiente. El partido requería una identidad distintiva que le otorgara un
perfil propio, una dirección política compuesta por una pléyade de hombres y
mujeres notables, además de una concepción organizativa que asegurara la
consecución del poder y un programa político con bases sólidas, un plan con los
pies firmemente plantados en la realidad, diseñado para guiar a los venezolanos
en el uso de su riqueza petrolera.
Estos
aspectos cruciales, meticulosamente estudiados por los historiadores,
configuraron el andamiaje del partido Acción Democrática, una organización que,
bajo el liderazgo visionario de Betancourt y la colaboración de destacados
nombres como Rómulo Gallegos, Andrés Eloy Blanco, Raúl Leoni, Luis Beltrán
Prieto Figueroa, Gonzalo Barrios, Valmore Rodríguez, Juan Pablo Pérez Alfonso,
Leonardo Ruiz Pineda, Alberto Carnevalli, Alberto Pinto Salinas y Carlos Andrés
Pérez, trascendió como un faro en la política venezolana, guiando a la nación
en su travesía hacia un horizonte de justicia y prosperidad.
El
Partido del Pueblo
Ahora
bien, permítame adentrarme en el corazón de su identidad, un elemento cardinal
que arroja luz sobre la intrincada historia de Acción Democrática y que
constituye un testimonio inmutable del legado de Betancourt. En el epicentro de
esta identidad se encuentra la noción de pueblo, una noción que abraza con
magnanimidad a todas las clases sociales oprimidas y que aspira a la creación
de una sociedad justa y equitativa.
La
identidad de Acción Democrática se erige como una manifestación palpable de su
ideología, un nacionalismo policlasista que da la bienvenida a todas las clases
sociales marginadas de la nación. Esta concepción encuentra su expresión más
precisa en la noción de Pueblo, que actúa como el pilar fundamental de la
definición de Acción Democrática como el «Partido del Pueblo». Aquí, el pueblo
no se limita a una fracción de la sociedad; abarca a toda su gente, a aquellos
que han sido víctimas de la explotación y que, a pesar de su sufrimiento,
constituyen la columna vertebral de la nación.
Esta
idea, elemental para comprender el pensamiento y el proyecto político de
Betancourt y sus colegas líderes, responde a una realidad innegable. Como
expresó de manera elocuente Diego Bautista Urbaneja: «No hay nada más
importante para comprender un pensamiento y un proyecto político que el
concepto y el planteamiento que ambos tienen con respecto a la idea del
pueblo». (6) La visión que Betancourt y los otros líderes de AD mantuvieron
respecto a este concepto se revela extraordinariamente realista: el pueblo
venezolano es exactamente lo que tenemos ante nuestros ojos, una diversidad
abrumadora que abarca desde campesinos hasta estudiantes, desde profesionales
hasta obreros, desde amas de casa hasta empresarios. En este mosaico humano
coexisten analfabetos y letrados, enfermos y saludables, aquellos con
vestimenta modesta y aquellos con techos resistentes. Esta riqueza de
diversidad es la base de la identidad de Acción Democrática, una manifestación
de la Venezuela auténtica y una promesa de justicia y equidad para todos los
venezolanos.
Partido
del Pueblo y Revolución
En
cuanto a la génesis de la emblemática consigna «Partido del Pueblo,» el
misterio de su origen se mantiene envuelto en las brumas del tiempo. ¿Quién fue
el artífice de esta genial síntesis que ha identificado a Acción Democrática a
lo largo de su tumultuosa historia? Nadie puede afirmarlo con certeza, pero lo
cierto es que esta máxima conceptual, incluso en estos días de profunda crisis
histórica, continúa siendo un faro que guía a sus seguidores. Las pasiones y
aspiraciones del pueblo adeco no se han desvanecido, persisten con fuerza, a
pesar de los enfrentamientos internos.
Mis
investigaciones en los archivos de la historia de AD me condujeron a la
referencia más antigua que pude hallar, aunque sin negar la posibilidad de que
existiera una anterior. Fue en el «Acta Constitutiva de la Junta Revolucionaria
de gobierno de los Estados Unidos de Venezuela» (7) que encontré una pista
relevante. El primer párrafo de dicho documento, fechado el 19 de octubre de
1945, narra la reunión en el Palacio de Miraflores en Caracas, donde destacados
ciudadanos y oficiales militares se congregaron, representando tanto al Comité
Militar de la revolución como al partido Acción Democrática que emergió en ese
contexto. Este pasaje histórico relata la génesis de la consigna «Partido del
Pueblo,» en conjunción con la del «Ejército del Pueblo,» una simbiosis que
surgió en los días de la unidad cívico-militar, un tiempo en que se otorgó a
los venezolanos el voto universal, directo y secreto.
Sin
embargo, hoy en día, esta dualidad de «Partido del Pueblo» y «Ejército del
Pueblo» parece haber resucitado bajo una nueva capa, bajo el estandarte de una
revolución socialista que, como una farsa, amenaza con despojarnos del
ejercicio libre de nuestros derechos ciudadanos. La superación de la tragedia
que asola a Venezuela se cierne en gran medida sobre el camino que escojan los
dirigentes y militantes del Partido del Pueblo. Si bien es complicado afirmar
que Acción Democrática ostente el título de partido mayoritario en la oposición
venezolana en la actualidad, no albergo la menor duda de que el pueblo adeco
continúa siendo la principal fuerza opositora en Venezuela. No obstante, se
encuentra dividido en los dos campos en disputa por el control legal del nombre
y los símbolos del partido, o seducido por los encantos de discursos radicales.
En esta encrucijada, el destino del país pende de un hilo, y solo el tiempo y
la determinación del pueblo adeco revelarán el rumbo que tomará la nación.
La
moral del Partido del Pueblo
Sin
duda, la génesis de Acción Democrática llevó consigo la innegable conexión
entre el partido y el pueblo, una identidad que debía ir de la mano con una
moral pública inquebrantable para la administración y el ejercicio del poder. La
materialización de un proyecto nacional debía considerarse en función del
beneficio del pueblo en lugar de favorecer a quienes detentaban el gobierno y
el poder. La Junta Revolucionaria de Gobierno, bajo la liderazgo de Rómulo
Betancourt, no solo alzó la bandera de lucha contra la corrupción, sino que
tomó medidas concretas al respecto, especialmente en la gestión de los recursos
públicos.
En su
primer comunicado a la nación dijo: «Este gobierno constituido hoy hará
enjuiciar ante los Tribunales, como reos de peculado, a los personeros más
destacados de las administraciones padecidas por la República desde fines del
pasado siglo. Están presos, y deberán comparecer ante los Tribunales a explicar
el origen de sus fortunas, la mayor parte de esos reos contra la cosa pública»
(8). El uso del poder debía estar de principios que aseguraran el respeto de
los derechos humanos, a tal efecto se informaba a la nación que el general
López Contreras y el general Medina Angarita se encuentran entre los detenidos.
«Ninguno de ellos ha sufrido ni sufrirá vejamen en su persona, ni atropello de
ninguna naturaleza. Pero deberán devolver a la nación y al pueblo lo que le
usurparon mediante el deshonesto manejo de los dineros públicos. Severo,
implacablemente severo será el gobierno provisional contra los incursos en el
delito de enriquecimiento ilícito, al amparo del poder»(9)
Este
enfoque incluía el concepto de alternabilidad en el poder, y se manifestó
claramente en el Decreto Nº 11, que prohibía la reelección y establecía que
«los miembros de la Junta Revolucionaria de Gobierno de los Estados Unidos de
Venezuela, creada la misma noche en que triunfó definitivamente la insurrección
del Ejército y pueblo unidos, quedan inhabilitados para postular sus nombres
como candidatos a la Presidencia de la República, y para ejercer este alto
cargo cuando en fecha próxima elija el pueblo venezolano su Primer Magistrado».
(10)
Es
importante destacar que, no obstante algunos dirigentes y militantes del
Partido del Pueblo puedan haberse desviado de estos principios a lo largo de
las décadas posteriores, ello no implica que estos no estuvieran previstos por
sus fundadores y que no se convirtieran en norma para su actuación. La historia
de Acción Democrática, con sus altibajos y desafíos, refleja el constante
debate en torno a estos ideales y su aplicación en la compleja realidad
política venezolana.
Notas
bibliográficas
1.-Manuel
Caballero, Rómulo Betancourt, político de nación, p. 343
2.-Fredy
Rincón, Vigencia política de Acción Democrática, p. 16
3.-Naudy
Suárez, Programas políticos venezolanos de la primera mitad del siglo XX,
p. 21
4.-Ibídem,
pp. 20-21
5.-Ibídem,
p.20
6.-Citado
por Fredy Rincón en Vigencia Política de Acción Democrática, p. 56. Una
excelente tesis de maestría que aguarda por su publicación
7.-Congreso
de la República, Pensamiento político venezolano del siglo XX, T. X Vol.
XXXIV, No 50, p. 7
8.-Ibídem,
p. 9
9.-Idem
10.-Ibídem,
p. 29
José
Luis Farías
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