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martes, 15 de agosto de 2017

Alfredo Infante: El 16 de julio bajaron los cerros por @SICalfredo


Por Oscar Medina


Teólogo y licenciado en Filosofía, el sacerdote ha pasado buena parte de su vida en el barrio. Es párroco en La Vega (Caracas) y está convencido de que los sectores populares se inclinan por una solución democrática a la actual coyuntura de crisis.

“Hoy, sin duda, estamos necesitados de una concertación”, dice el sacerdote jesuita Alfredo Infante. Y plantea de inmediato una referencia histórica para ubicarnos en los tiempos que corren. En el análisis del Centro Gumilla y de la revista SIC —que dirige desde 2014— el llamado Pacto de Punto Fijo fue una concertación de élites:

“Pero era necesaria. En ese momento estábamos en un contexto en la región donde está la revolución cubana, en plena Guerra Fría y Estados Unidos con una agenda de intervención importante. Quienes conciertan para proteger el ensayo democrático que comenzaba tuvieron que excluir al Partido Comunista. Para garantizar que el ensayo democrático se llevara a cabo, había que dar una señal de que Venezuela no era Cuba, que lo que se iniciaba era una revolución democrática”.

Fue, visto así, una necesidad histórica. Lo de ahora es otra cosa: “Estando en un escenario regional donde había una profunda desconfianza ante los cambios y EE UU mantenía a los gorilas del Sur, los políticos venezolanos tuvieron tal altura que lograron leer los signos de los tiempos para producir un ensayo democrático concertado internamente, pero que no se viera como una amenaza. Hoy se deconstruyó lo que se construyó en 1958. Chávez lo anunció y lo hizo. Se construyó una nueva élite, pero esa nueva élite es totalitaria y el totalitarismo difícilmente negocia. Pero aun así hay que apostar por la negociación”.


Infante, Teólogo y licenciado en Filosofía, ha pasado buena parte de su vida en el barrio. Es párroco en La Vega (Caracas) y está convencido de que los sectores populares se inclinan por una solución democrática a la actual coyuntura de crisis. También advierte que los cerros ya bajaron: lo hicieron hace apenas unas semanas, pero parece que su mensaje no ha sido comprendido en toda su dimensión.


Esa frase “cuando bajen los cerros”, ¿qué expresa? ¿El anhelo de que las masas populares se lancen a las calles a hacer el trabajo de “sacar” al Gobierno o miedo al descontrol? ¿En estos más de tres meses de protestas bajaron los cerros?

—Lo primero que hay que decir es que depende de la perspectiva desde donde se lea o se diga esa frase. Yo vivo en el cerro. Y creo que vivimos en un país donde hay un mesianismo arraigado. Enmarcaría esa frase dentro de una lógica mesiánica de la que no terminamos de salir. Una lógica mesiánica que se ha expresado en la política buscando siempre a un líder que nos saque de la situación. Se ha expresado en el imaginario militarista, pero también se expresa en este sentido de un mesianismo de los cerros, como si los cerros fuesen una unidad homogénea que va a bajar y va a cambiar la situación del país. Las personas que habitan los cerros son muy diversas y allí está representada la pluralidad del país. El del barrio nunca va a decir “cuando bajen los cerros”. Esa frase la dice quien no vive en el cerro, quien no conoce al barrio.

El Caracazo fue un estallido social que obedeció a una serie de factores socioeconómicos y políticos y a un desgaste en las expectativas del pueblo: hubo un activador y se generó. Ese mismo Caracazo funciona en el inconsciente colectivo como un inhibidor, como un desmovilizador del barrio. ¿Por qué? Porque hay un convencimiento en el inconsciente colectivo de los barrios de que ante los estallidos violentos quienes llevan las de perder son los sectores populares. Tal como sucedió en el Caracazo y como sucede históricamente en estos procesos.

Y el Caracazo es justamente lo que tiene en mente quien habla de cuando “bajen” los cerros…

—Claro. Yo diría que en los barrios hoy hay un convencimiento profundamente arraigado de que la salida es electoral. Y que no se quiere ninguna salida violenta, porque bastante tenemos con la violencia del hambre, de la falta de gas, de la falta de agua potable, del transporte público, la delincuencia. Ya hay suficiente violencia en el barrio.

¿El discurso de la protesta de calle no ha tenido eco en el barrio? 

—El barrio es una complejidad. Dentro del mismo barrio hay muchas maneras de afrontar la crisis, no se puede hablar de una sola. Y dentro de esa diversidad hay un sector que participa en la resistencia, pero hay también un gran sector que está descontento y está apostando a una salida constitucional, pacífica. Y esto se demostró el 16 de julio.

El 16 de julio bajaron los cerros. Ese fue el mensaje: sí bajaron los cerros, pero no como desean quienes dicen la frase. En el fondo, tanto el Gobierno con su radicalización como los sectores extremos de la oposición están esperando que los barrios exploten y que bajen como en el Caracazo. Y están apretando las cuerdas para eso: quieren que suceda.

¿Y es posible que ocurra eso?

—Creo que el convencimiento de que la salida es electoral y pacífica está profundamente arraigado en el pueblo. Sin embargo, como suelo decir, en Venezuela lo más seguro es que quién sabe… Cuando he analizado los tres eventos de julio, el 16, el 30 y el 31, veo que el 16 fue esa bajada de los cerros expresando al país. El verdadero “Sí” del 16 fue que el pueblo quiere una salida institucional, electoral y pacífica. Fue un momento importante de expresión popular. Sectores como Catia, Antímano, La Vega, Caricuao, Petare, se volcaron.

                                                 El 16 de julio, día de la Consulta popular, en El Valle los centros estuvieron copados

El 30 fue un día en el que la gente se sintió profundamente chantajeada, obligada. Muchos votaron por los mecanismos de chantaje y de miedo y aun así mucha gente se quedó en casa. Y creo que el silencio del 31 de julio, que fue un silencio de duelo, hay que leerlo como una expresión colectiva de la sociedad venezolana ante el evento del día anterior. En la mañana yo me asombré por el silencio sepulcral que había en el barrio y comencé a comunicarme con gente en distintos lugares del país preguntando cómo estaban las cosas. Y todos me decían: hay un silencio profundo. Y llamé a gente de la oposición y a gente del chavismo. La reflexión que me hacía era ¿cómo explicar este silencio?

Cuando va a haber un tsunami hay un silencio —según los expertos— que nunca se siente. Los pájaros se retiran, los animales, todo huye, hasta el mar huye. Y se produce un silencio que pocas veces se experimenta. Y como nosotros somos naturaleza, me hago la pregunta: ¿acaso estamos a punto de un tsunami social? Quién sabe… Yo sí creo que, dolorosamente, quienes gerencian la política, especialmente el Gobierno del Presidente Maduro y su equipo, irresponsablemente están generando unas condiciones donde hay un duelo profundo que puede desembocar en un tsunami social.

¿Cómo es percibido en los barrios el planteamiento de la lucha por la democracia, la diatriba socialismo versus libre mercardo, respeto a los Derechos Humanos? ¿Son temas de discusión o la necesidad de resolver asuntos cotidianos e inmediatos es mayor?

—Creo que los niveles de elementarización de la vida han llegado a tal radicalidad que los estratos más pobres del barrio no tienen tiempo para pensar en la libertad, sino que están y tienen que estar resolviendo el día a día. Por eso la gente más pobre no está de acuerdo con un trancazo, porque un trancazo es perder un día de trabajo. La señora que vive de planchar y que va desde la parte alta de La Vega a una zona del Este y no puede ganarse ese día, esa señora no está con el trancazo porque le está quitando el pan.

Pero hay otros estratos dentro del mismo barrio. En el barrio viven muchos profesionales. Antes en Venezuela la movilidad académica implicaba una movilidad socioeconómica: quien se graduaba en la Universidad y se hacía profesional, pasaba a la clase media. Esos procesos de movilidad social se cortaron y en el barrio hay médicos, odontólogos, ingenieros. Y gente que no es profesional pero que no está en un nivel de elementarización. En esos estratos, en esos espacios sí hay capacidad de diálogo y se piensa el país. Hay sectores importantes en La Vega en los que se piensa el país, pero no podría decir que toda La Vega está en la resistencia.

Hay una minoría que está echándole cabeza al país, hay gente que quiere un cambio para recuperar al país. Sí hay una clara apuesta por una vía pacífica y electoral. En el barrio están expresadas todas las tendencias políticas, desde el chavismo radical, el chavismo dialogante, todas las expresiones políticas de la oposición y también está expresada la resistencia: es todo el país.

¿La Asamblea Nacional Constituyente tiene propuestas que generen esperanzas en los sectores populares?

—Aparte de la minoría que representa el chavismo radical en el barrio, de quienes están vinculados orgánicamente a las estructuras de poder, fuera de eso, la ANC no representa ninguna alternativa. Y te lo dice mucha gente que votó obligada. Ellos saben que no y están decepcionados. La ANC más bien entra en una fase crítica para el Gobierno en cuanto a su reconocimiento en los sectores populares. La vendieron como la alternativa, como la solución y resulta que lo que hemos visto es más inflación, un mayor deterioro. Todos sabemos que es más una estructura de control político, social y económico que una búsqueda real de alternativas a la crisis.

Supongamos que tenga éxito en eso: en el control. ¿Si se diera una pacificación forzada del país no lograría un mayor apoyo a la ANC?

—Alí Primera decía que el pueblo es sabio y paciente. Y un pie de fuerza, como se está teniendo, no gana respaldo popular. Un Gobierno que pone pie de fuerza se deslegitima. Y ante el poder, el pueblo siempre va a tener una cara, aunque la procesión va por dentro. Y lo que cuenta es lo que va por dentro: la desconfianza total con aquel que te obliga. Como dice la sabiduría popular, obligado ni para el cielo. Y eso sí está muy arraigado en el pueblo. No creo, entonces, que un pie de fuerza lleve a una legitimidad en los sectores populares, sino a todo lo contrario: a una mayor deslegitimación de la acción política.

Por otro lado, me parece importante decir que si la ANC no resuelve la crisis, si la ANC no enrumba al país —y no lo va a hacer—, no va a poder conseguir legitimidad. Ya el pueblo está cansado de que le den y ahora de esto que es peor: que le prometan que le van a dar y que no le den.

Lo que se escucha a nivel popular en los análisis desde abajo es “no quiero que me den, lo que quiero es trabajar”.

Un modelo económico y político que ha desbaratado el aparato productivo nacional no tiene la capacidad de ofrecer lo que el pueblo demanda: empleo, trabajo digno y productivo. Por mucho pie de fuerza que se imponga, si no hay respuesta a estas necesidades no van a tener legitimidad política. Lo que se demostró el 30 de julio con toda la estructura de chantaje es que este Gobierno está inhabilitado ética y políticamente para ganar cualquier elección.
¿Cuál es su impresión sobre qué representa el liderazgo opositor para los sectores populares? ¿Una esperanza, más de lo mismo, conectan o no conectan?

—El liderazgo opositor en la medida en que se conecta en lo social y establece relaciones vinculantes con la gente y acompaña los procesos sociales de la gente, va cobrando credibilidad. En la medida en que se queda en lo estrictamente político, desde abajo se le mira con desconfianza. Hay actores políticos que tienen organicidad y cercanía con la gente y en ese sentido van recuperando credibilidad al rehabilitar a la política. Hay otros a quienes se les ve como actores distantes y en ese sentido no tienen credibilidad.

Así como ocurre en las clases medias y altas, ¿se está produciendo un éxodo en los barrios? ¿Se siente un movimiento de emigración?

—El día de la ANC estuve observando afuera de algunos centros electorales y después de votar alguna gente me contaba: “padre, tuve que votar porque pienso salir del país y necesito el pasaporte”. El tema de la migración fue un elemento de chantaje en las elecciones. En la parte alta de La Vega tenemos varios centros educativos y desde 2015 comenzó el éxodo. Pero en 2016 y este año se ha profundizado. A final del curso no se cubrió con 100 % de las inscripciones y estamos esperando a septiembre. Hubo un momento en el que tuve que estar despidiendo a gente casi todos los días. Hay sectores en La Vega donde prácticamente las casas han quedado a cargo de una sola persona que las cuida. En la catequesis, por ejemplo, en la comunidad de Las Torres había un grupo de 25 niños y al final quedaron 15.

Hay un éxodo importantísimo y casos con poblaciones con doble nacionalidad para quienes se facilita un poco la migración. Los procesos migratorios son curiosos: la gente se va y a través de Facebook comienzan a comunicarse y a partir de allí otras personas se animan a irse. Es curioso también que en otros lugares, así como se van unos, llegan otras personas. Hay un movimiento poblacional continuo.

¿El liderazgo opositor es una pequeña élite que no logra alcanzar el poder?

—Responder con sí o no, es difícil, porque me parece que el liderazgo opositor es muy diverso y plural. Y esa es su riqueza. La gente se queja, pero gracias a Dios que cuesta llegar a acuerdos porque eso significa que hay una diversidad que necesita negociar internamente. Es difícil decir que es una élite. Sí hay alguna élite, pero también hay gente que está haciendo política en serio. En estos momentos el mensaje que tenemos que dar al país es que si bien los problemas estructurales son económicos y sociales y tienen que estar en la agenda política, para poder dar respuesta a esos problemas tiene que haber un cambio político. Y también un cambio político de carácter institucional.

Yo sí creo que son necesarios los partidos en una sociedad y que hayan distintos proyectos políticos y la sociedad tenga el derecho a elegir a cuál proyecto le apuesta, pero que no se le imponga. Esta crisis ha hecho que gran parte de los políticos repiensen la política y que por lo menos se hagan preguntas importantes. Creo que todavía hace falta mucho para entender la lógica popular, que falta mucho para entender el acontecimiento y hay que seguir reflexionando en el 16 de julio. Una de las cosas que el Gobierno comunicacionalmente y tácticamente ha hecho ha sido que metamos en el mismo saco el 16 de julio con todos los otros eventos y el 16 de julio fue un acontecimiento inédito en la historia y al que hay que saber leer.

En función de lo que ha venido diciendo sobre el convencimiento de los sectores populares en que el cambio debe ser democrático, ¿el barrio apoya la participación en las elecciones regionales?

—La intuición que tengo por la convivencia con la gente, es que sí: la gente quiere salidas electorales. Y los que han interpretado la salida electoral y le están apostando, me parece que están en lo correcto. La gente no quiere soluciones violentas.

Fotos y video: Luis Miguel Cáceres | Francisco Bruzco

13-08-17




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