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miércoles, 3 de marzo de 2010

De la cedula que murió en combate


David Guenni

A veces me pregunto si se me cayó la cédula. Pero esa pregunta me la hago especialmente cuando tengo que comprar algún artículo de consumo inmediato. Me refiero a cuando entro a un abasto, una farmacia, o paso por un quiosco con la idea de «comprarme alguito» y me armo de la misma ingenuidad e inocencia de mi infancia al pedir uno que otro antojo. El resultado en estos casos toca los límites de la total desilusión. El momento de pagar es equiparable a un aterrizaje forzoso en una pista de algún aeropuerto cuasi-rural. El choque de la inflación es una realidad infranqueable, no escapa a ningún bolsillo, golpea hasta al más escéptico de los consumidores.

El Gobierno anuncia que la población no tiene de qué preocuparse, pues se están tomando las decisiones con un criterio estrictamente «científico». Los analistas comentan que el «negoción» que se está cocinando el mismo gobierno es la razón principal detrás de la infame devaluación. Pero, ¿dónde se sitúa el conjunto? ¿Cómo quedamos los ciudadanos? ¿Qué vamos a hacer ahora con las tres lochas que nos ganamos? Esta, sobre todo esta pregunta, es la que me arrimaba más insistentemente a la de ¿quién es el Gobierno para decidir que las partes de los automóviles no son artículos indispensables, que no necesito zapatos o que ahora mis compras por internet (si es que las podré hacer), de cualquier índole (así sean libros, casualmente), me costarán el doble?

La respuesta evidente es que el Gobierno no es nadie porque no entiende nada. En su afán por el poder totalitario, niega el mercado como hecho irrefutable de la sociedad moderna, niega sus leyes, sus ventajas y sus vicios. El Gobierno no es nadie porque es incapaz de atacar el problema productivo desde su raíz: devalúa, aumenta los salarios, declara inamovilidad laboral, controla los precios, controla las divisas, expropia, entrega subsidios que son agua sobre la arena, amenaza, interviene sin parar pero no ataca lo fundamental, nada más lo flanquea, embriagado por los placeres del juego político. El aumento y estímulo de la producción no se pueden conseguir bajo este esquema político-social que se pretende imponer a mandarriazos sobre la nación. El Gobierno no es nadie, pues mientras no reconozca que un modelo productivo que persiga el bienestar, debe pasar primero por el reconocimiento del diálogo con el resto de las partes involucradas en el proceso productivo (además de un marco jurídico y una seguridad garantizados), no va a lograr resolver el problema del ciudadano, sino aplacarlo al menos para sobrevivir hasta la próxima elección. El Gobierno no es nadie porque su proyecto oscuro y perverso de dominación total trata de dejar al país expuesto ante las sombras.

Yo por mi lado llevo mis hábitos de consumo a lo más corto que mi estilo de vida me permite. No critico el ahorro y la reducción del consumismo, más bien aplaudo y admiro a las personas que se deciden por una mayor austeridad. Pero lo que aplaudo es la decisión por la austeridad, es decir, el uso de la libertad (teniendo otras alternativas) en la escogencia de un camino más sano para cuerpo y alma, y no una medida forzosa que tomamos por la ausencia de alternativas. Eso no es una decisión, eso es una reducción, poco sana y poco sincera, de nuestras opciones, de nuestra calidad de vida y, por ende, de nuestra felicidad.

A mí se me cae la cédula de ahora en adelante con mayor frecuencia, pues veo los precios de ahora y me acuerdo siempre de cuando iba al cine por Bs. 1.500. Me acuerdo de mis semanas escolares con la cuantiosa mesada que representaban esos Bs. 5.000 «pa’ que le brindes a tus amigos». Las pocas opciones que tenía, las rebuscadas rebajas que procuraba, la permisividad a los gustos que uno se daba de vez en cuando, descienden a niveles peligrosos, como cuando las poblaciones de las especies en peligro de extinción sufren fuertes epidemias y algunas desaparecen… otras ya irán diciendo adiós. Por lo visto aquí hay «pelazón pa’ rato».

Publicado por:
Planta Baja UCAB

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