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sábado, 23 de julio de 2011

“Tranquilo: sólo queremos los blackberries”


Por Oscar Meza, 30/06/2011

Con esa oración el delincuente que ingresaba intempestivamente a la camioneta que cubría la ruta Artigas – Avenida Lecuna, en la ciudad de Caracas, intentó “tranquilizarme” sobre el motivo de su ingreso a la unidad de transporte colectivo, cuando yo trataba de bajarme como reacción a la actitud sospechosa que vi en el muchacho moreno, si acaso con veinte años, quien cuando apenas entró le pidió el “Blackberry” a la señora que estaba sentada en el primer puesto.

“Tranquilo: sólo queremos los Blackberries”, me dijo y como yo insistía en bajarme, se alzó un poco el lado derecho de su franela como para persuadirme de que tenía un arma en su costado, pero el compinche con el que hacía pareja y que permanecía en la parada, desistió de la operación y el malhechor de marras se bajó de la unidad. Serían apenas las nueve y media o diez de la mañana de un día miércoles de cualquier semana de trabajo o de lo que antes solía llamarse así, en la caótica avenida San Martín del Distrito Capital.

Cualquiera que viva, o sobreviva, más bien, en Caracas, dirá que esto es algo normal, una expresión más de la inseguridad y la violencia en la que debemos desenvolvernos cotidianamente los caraqueños y los venezolanos y quienes residen o nos visitan en este país emboscado por el hampa común y la delincuencia política.

¿Quiénes y cómo son estos delincuentes?
En el caso que hemos vivido y resumido al principio, se trata de dos muchachos de más o menos veinte años de edad, de contextura fuerte: uno, moreno o afrodescendiente, al gusto del régimen comunista, y el otro, más bien de piel blanca, con algo de sobrepeso. Claramente, no presentaban una condición famélica ni estaban mal vestidos, se veían aptos para trabajar y estudiar.

¿Qué los lleva a delinquir?
No era por hambre, por lo que ya he escrito antes, ni esgrimieron alguna otra necesidad. Simplemente querían “los Blackberries”. Sin rodeos. Lo que por cierto habla bien del posicionamiento que tiene esta marca en los bajos fondos. Un buen trabajo de marketing. Hasta ahora los delincuentes no quieren “los Vergatarios” (el nombre puesto por el presidente Chávez a un teléfono que se ensambla en Venezuela y que se vende en las agencias de la telefónica propiedad del gobierno y ocasionalmente en operativos especiales).

Otra modalidad que opera en las camionetas o busetas del transporte colectivo es el performance de grupos de tres muchachos con look de reos que utilizan para “ablandar” a la audiencia cautiva, a lo que luego sigue un discurso “promocional” en el que informan que ellos acaban de salir de la prisión y que no tienen cómo pagar el traslado a su casa en el interior de la república ni para pagar la pensión de esa noche y que por ello “agradecen la colaboración de los señores pasajeros”, colecta que hará “uno de nuestros compañeros que pasará por cada uno de sus asientos, señores pasajeros”.

La requisa es más o menos compulsiva, “invitando” a “colaborar”, con palabras afectuosas como “rey”, “padre”, “mami”, “abuela”, “abuelo”. Recogen y se montan en otro colectivo. En otros casos, simplemente apelan al atraco llano y liso. Todos son muchachos con edades entre los quince y los veinte, sin limitaciones físicas aparentes.

Otros oficiantes informales más amables, ofrecen algún producto en venta, cuya variedad va desde jaleas polivalentes capaces de curar prácticamente cualquier dolor, hasta lápices y tarjeticas con textos religiosos o amorosos. Las edades y el género en estos casos son más variados, y van desde los jóvenes con apenas dieciocho años hasta personas de la tercera edad, mujeres y hombres. Algunos con discapacidades.

Esa corte de los milagros está constituida en su mayoría por personas aptas para estudiar, trabajar, producir, reproducir y elegir, que recurren a esas formas de ganarse la vida porque aunque lo quisieran, no tienen otra opción. Por supuesto, damos por descontados los que se dedican a ellas como hábiles practicantes de los distintos modus operandi de la delincuencia.

Si las edades de la mayoría de quienes se ganan la vida en los distintos modos de incursión y asalto a las unidades de transporte colectivo, se ubican por encima de los quince años, forman parte de la población económicamente activa o de la población que debería estarse formando en las instituciones educativas. Es el rostro humano de la exclusión laboral a la que nos hemos referido en otros artículos y cuyo concepto recordamos, una vez más:

Exclusión laboral es la situación en que terminan ubicándose contingentes significativos de trabajadores activos que no califican para conseguir un puesto de trabajo formal –regido por el código laboral o la ley del trabajo y los mínimos establecidos por la Organización Internacional del Trabajo –OIT-, y cuya única opción laboral legítima es el subempleo en el heterogéneo, diverso y precario sector informal de la economía, realizando alguna actividad para sobrevivir; sin derechos laborales ni perspectivas de progreso laboral. Exclusión laboral es, en resumen, la población de los desempleados expulsados del mercado laboral y los subempleados para sobrevivir, cuya suma supera el 50% de la población económicamente activa.

En el caso de Venezuela, la exclusión laboral se resume gráficamente en que de cada 10 trabajadores, sólo cinco tienen un empleo formal, entre el sector público y el sector privado; cuatro sobreviven en el sector informal y uno no tiene empleo. De este modo, al menos 5 de cada 10 trabajadores están excluidos del mercado laboral y consecuentemente, de las leyes y beneficios laborales y sociales.

También es una variable explicativa de este problema la tasa de deserción escolar, calculada en 53% para la cohorte inicial de la matrícula de primaria de 1998-1999, de acuerdo con las investigaciones del Doctor Mariano Herrera, Director del Centro de Investigaciones Culturales y Educativas.

¿Qué hace que estos jóvenes recurran a estas formas de “rebuscarse” la vida? ¿Qué valores o necesidades los impulsan a delinquir? Es una pregunta exigente, cuya respuesta es compleja, pero pareciera claro y demostrable que la falta de oportunidades para estudiar y trabajar es una de las causas del problema. Como se decía antes: la falta de oficio.

Otras causas se encuentran en las profundidades culturales y sociales de la sociedad venezolana. Pero, sin duda, en la expansión explosiva de la criminalidad y la violencia está el discurso político y sociológico que justifica y legitima el uso de la fuerza para despojar o expropiar a los que algo tienen, y cancelarse de manera exprés la deuda social acumulada, otorgando de esta forma una patente de corso social y política a la impunidad, que ha terminado siendo la causa principal del escalamiento de la criminalidad en las últimas dos décadas.

En la erosión de las instituciones fundamentales de cualquier sociedad como la familia y los valores asociados a la justicia, a la honestidad, a la honradez, a la responsabilidad individual, al trabajo y al progreso sobre la base del esfuerzo personal, encontraremos, también, otras importantes causas de esta degradación que nos asalta a los venezolanos en estos tiempos de involución. Parece claro que para comenzar a resolver el problema se requiere, entonces, dar un primer paso, asumiendo las responsabilidades personales, familiares, sociales e institucionales que demanda el momento y, sobre todo, el futuro inmediato. Estamos convencidos de que ésta es una condición habilitante para poder sentar los fundamentos de un desarrollo sostenible e inclusivo, sea cual sea el modelo económico que utilicemos.

Finalmente, los recientes sucesos de la cárcel del Rodeo I y II visibilizan clara y crudamente la magnitud del problema de la violencia y la criminalidad y hace imposible plantear cualquier salida a la crisis que vivimos los venezolanos si esto no se ataca en primer lugar, ya que cualquier solución viable de crecimiento y desarrollo social requiere que se garantice la vida de las personas que habitamos y residimos en este país. No hay, pues, nada más urgente que enfrentar decididamente el primer drama de los venezolanos: la inseguridad personal, la violencia y la criminalidad. De lo contrario, en el corto plazo todos estaremos muertos, parafraseando a Keynes.

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