Por Hugo Prieto
No hay de dónde agarrarse,
los protocolos no funcionan y las reglas del juego democrático son letra
muerta. La institucionalidad se ha convertido en uno de los cuatro jinetes del
Apocalipsis —los otros tres son la crisis humanitaria compleja, la
hiperinflación y la diáspora—. El espejismo, o más bien la tregua navideña, se
esfumó el día anterior a la pautada visita de los Reyes Magos.
Magia negra hubo el 5 de
enero en los alrededores del Palacio Legislativo. Un poder tan omnímodo que
filtró la entrada al hemiciclo donde sesionan los diputados, ahora en tres
instancias legislativas. ¿Qué ley puede promulgarse en Venezuela? ¿A quién
deben obediencia los ciudadanos? Aquí cada quien está por su cuenta. Nunca
antes, como hoy, habíamos vivido el sálvese quien pueda.
Sin embargo, la vida es más
terca que los exabruptos, la violencia y el cinismo. Cada día es una
oportunidad, pase lo que pase. Poner la mirada más allá. De eso se trata esta
conversación con Guillermo Tell Aveledo, politólogo y doctor en Ciencias
Políticas, profesor de la Universidad Central de Venezuela y de la Universidad
Metropolitana. El único empeño del Gobierno, aparte de conservar el poder, es
dinamitar la esperanza y quebrar el ánimo de una ciudadanía que anhela, a
través de una consulta electoral limpia y auditable, decidir su propio destino.
Como si acabar con eso no fuera destruir a la república.
En la lucha por el poder en
Venezuela hay dos episodios que marcan, cada uno, un hito. Por una parte, el 30
de abril (2019), el intento de la oposición, liderada por Juan Guaidó, cuyo
objetivo principal era el quiebre de la triada que sostiene al señor Maduro en
el poder. Y el 5 de enero (2020), el esfuerzo del Gobierno, destinado a quebrar
al liderazgo opositor, atrincherado en la Asamblea Nacional. Paradójicamente,
ambos intentos resultaron fallidos. ¿Cuál es su opinión?
Ambas son acciones de
envergadura, pero con orientaciones distintas. Por un lado, tienes a la
oposición que goza de legitimidad, pero no tiene la fuerza. Intenta, entonces,
conseguir esa fuerza con el apoyo de quienes sí la tienen. El famoso quiebre
militar. Eso no se logró. Y por otro lado, tienes al Gobierno, que tiene la
fuerza, tanta que puede filtrar —y por tanto impedir— la entrada de cierto
número de diputados al Palacio Legislativo, al hemiciclo entran los que el
poder quiere. Pero como las relaciones de poder, al fin y al cabo, son de
eficiencia y de eficacia. Se miden por sus resultados. El 30 de abril fracasa
por diversas razones, porque la oferta no era «atractiva» o porque la acción no
fue bien llevada. Pero también porque el receptor de la oferta —el estamento
militar— o está muy comprometido con el estatus quo, o por los que se oponen al
Gobierno de Maduro, o los que empiezan a dudar son perseguidos. En el caso del
5 de enero, no creo que el objetivo del Gobierno haya sido conseguir
legitimidad, que a fin de cuentas podría conseguirla por medio de la
obediencia, o incluso por la coacción, sino destrabar el liderazgo de la
Asamblea Nacional, que puede ser: quitándole la personería legal a Juan Guaidó
frente al mundo, generando dudas y todo este debate, a veces bizantino con
respecto al quórum, por ejemplo, pero que da pie a una nueva narrativa. Y
también ametrallar la figura de Guaidó en la oposición, y con ello dinamitar al
G-4.
La jugada del Gobierno está
en curso, ¿cuál es su pronóstico? ¿El chavismo va a conseguir el objetivo de
dinamitar al sector mayoritario de la oposición?
En este momento pareciera
que no, pero no se han resuelto las razones sustanciales, sustantivas, por las
cuales esa oposición está dividida. No me refiero a esta falsa disidencia,
porque los argumentos del diputado Parra y del diputado Brito son uno más rocambolesco
que el otro. Hablan de la rebelión de las regiones y apoyan a un Gobierno que
es totalmente centralista; hablan de las cúpulas caraqueñas, pero ellos son una
minoría dentro del grupo parlamentario. Es una cosa completamente irreal,
fantasiosa. Me estoy refiriendo a opositores distintos al G-4, al sector más
radical. Si Guaidó logra atraerlos a la unidad, hay un peligro. ¿Cuál será la
estrategia opositora para los próximos meses?
Resulta incomprensible,
extenuante, algo que raya en el aburrimiento, escuchar a la oposición hablar de
«la diversidad dentro de la unidad». En 2015 hubo unidad. Podemos ver lo que se
consiguió, pero también lo que se desperdició. ¿Cuál sería el dilema? ¿O se
unen o cada quien sale a la calle con sus programas y banderas?
Hay quienes así lo han
planteado. En esa línea se realizó la campaña presidencial de Henri Falcón en
2018. Yo prefiero ir con mis ideas y fracasar que fracasar todos
juntos. Ese era el argumento de Falcón y podría decirse, por otro lado,
que también era el argumento de María Corina Machado. Yo no voy a apoyar
esto y mi fracción parlamentaria va a salvar su voto en la elección de la
directiva de la Asamblea, justamente para demostrar que voy a seguir el rumbo
que me he trazado. Todo el mundo apela a la unidad, siempre y cuando sea
la unidad que yo dirija. Es una propuesta, una idea, «atractiva», pero es una
condición necesaria para enfrentar al Gobierno. Al chavismo le resulta más
fácil desarticular agendas que son parciales. Si todo el mundo se va por una táctica
más confrontacional, que es una opción frente a regímenes autoritarios, todos
deben irse por ahí. De lo contrario, todos deben irse por la ruta electoral,
con todo lo que eso implica. Esa fue la táctica para crecer hace 10 años, pasar
de la minoría a la mayoría. Actualmente, se supone que la oposición representa
a la mayoría social. Hay desánimo, hay desencanto. Pero cuando se polarice la
elección, lo más probable es que la oposición sea quien represente a la mayoría
social. Pero eso sólo es posible si entras a un escenario donde eso se pueda
medir. Y el único, dramáticamente, en esa circunstancia es la elección. No veo
a la oposición orientada hacia una ruta confrontacional o insurreccional.
Pareciera que las únicas
opciones, por remotas que sean, están en el escenario electoral. Eso es lo que
hemos visto durante el mandato del señor Maduro. ¿Por qué desecharlo? Una
consigna: «Venezuela no puede esperar más», pero han transcurrido más de seis
años. El asunto es que hay que elegir entre una y otra opción y, como diría un
político, hay que ser contestes con esa elección. En política, si no eres
persistente, no consigues nada.
¿Y el tema de la urgencia?
El ser humano se acostumbra,
ya tenemos los pipotes de agua en la casa y aprendemos a lidiar con los cortes
eléctricos. En el interior eso no es vida y aún así la gente vive. No por eso
la urgencia deja de tener fundamento, ni podemos negar que las condiciones
sociales económicas hayan empeorado dramáticamente. Pero a la vez nos
encontramos en medio del marasmo, de inmovilidad, que hace que mucha gente se
resigne o que vea cómo se acomoda. Hay que recordar que el rechazo del mundo
occidental obedece a las condiciones que se impusieron en las elecciones de
2018, pero que el reconocimiento a Guaidó y a la Asamblea Nacional deriva de
las elecciones legítimas de 2015. Ese periodo legislativo está por vencerse. Es
decir, estamos entrampados. No podemos congelar el 2015 para siempre.
Eso tiene fecha de
caducidad: 2020. El Gobierno lo sabe y ha tomado las acciones que ha tomado:
desde el desacato hasta el 5 de enero, pasando por todas las decisiones que el
TSJ ha tomado en contra de la Asamblea Nacional. Para el Gobierno, una Asamblea
opositora ha sido una mortificación. El veto al endeudamiento externo, el
reconocimiento a Guaidó como presidente encargado, las sanciones. Pero eso
podría destrabarse con las elecciones parlamentarias de este año. No veo ninguna
estrategia de la oposición frente a esa fecha de caducidad. ¿Cuál es la
estrategia para sobrevivir?
Hay quienes han planteado
que esa situación podría prolongarse. Que la actual Asamblea va a existir hasta
que hayan elecciones legítimas en Venezuela. Eso, simplemente, es insostenible.
En algún momento habrá que enfrentar el hecho electoral. Pero no se puede negar
que las condiciones y las circunstancias electorales se han deteriorado
profundamente desde 2017 a la fecha. Y ese deterioro es producto del triunfo
opositor del año 2015. El campo de juego se ha desnivelado hasta el punto que
quizás no hay campo de juego. Eso mentira no es. Tienes que enfrentar eso.
Estás en muy mala situación, porque tu apelativo es que se repitan las
elecciones presidenciales de 2018. Esa exigencia ha estado presente en todos
los procesos de negociación —en Noruega, República Dominicana y luego en
Barbados—. Ha sido el punto de entrada y, paradójicamente, el punto de no
salida. La oposición tiene que decidir; si no participa, regresamos al 2005. La
apuesta de ese año era que se iba a deslegitimar todo. ¿Similitudes? La
oposición no está dispuesta a la participación electoral. ¿Diferencias? Hay un
campo de juego electoral mucho más desnivelado, a la vez que hay un fuerte
rechazo al Gobierno. Pero el Gobierno podría revertir eso, por la sencilla
razón de que tiene más herramientas. Y además no tiene ningún prurito ético
para usarlas.
Guillermo Tell Aveledo
retratado por Ernesto Costante / RMTF
¿Cuál es su percepción? ¿La
oposición debería organizarse para enfrentar el desafío de las elecciones
parlamentarias?
Sí, pero es un «si»
condicional. Y lo digo porque no hay otro escenario. Acaudillando a la
oposición en torno a una meta concreta, que no es otra que preservar un espacio
político reconocido por el mundo, la AN podría reclamar la presidencia
interina. De lo contrario no lo podría hacer ni Juan Guaidó ni ningún otro de
los 112 diputados, principales o suplentes. Tienes ese escenario y, de algún
modo, tienes que prepararte para eso. Supongamos que la oposición no participa
porque las condiciones electorales son inexistentes, tú no puedes decidir eso
al final. Ahora sí, hay chance, ¿faltando 15 días? En 2015 se hizo campaña
durante seis meses de movilización, con unos partidos que venían de estar
activos, que no estaban mellados por la emigración, la represión y la
inhabilitación.
Tenemos este dilema, que
propiamente es de la oposición, porque al Gobierno le va bien y, seguramente,
le va mejor si el adversario no participa; yo creo que no hay sinceridad. No se
toma una de las dos opciones: o la vía electoral o la vía confrontacional.
Pareciera que la oposición quiere deshojar la margarita, pero a esa margarita
ya se le acabaron todos los pétalos. El dilema es ese: ser o no ser.
Sí, siempre será una
decisión muy costosa, muy dilemática, porque, a fin de cuentas, tú estás
legitimando el estatus quo. ¿Quieres sobrevivir, buscar tu espacio o cambiar el
Gobierno? Y eso es así bajo cualquier régimen autoritario. De entrada, hay que
asumir ese hecho. No es una democracia fallida, no es una democracia en crisis.
Eso fue en algún momento, ya dejó de serlo. Lo que hay aquí es una suspensión
permanente del estado de derecho. El presidente está habilitado de manera casi
absoluta por el TSJ y lo que no resuelve él lo resuelve el propio TSJ. Eso es
infranqueable en estas circunstancias. Obviamente, tienes que romper eso. Este
es un sistema autoritario. ¿Qué tanto? Eso es irrelevante, porque la población
no se entera. Los medios de comunicación masivos están controlados por el
Estado de manera férrea. Para Nicolás Maduro, un marxista leninista, la
democracia es la democracia revolucionaria. El pueblo son los partidarios de la
revolución y todos los demás no son pueblo. Eso es así, es una forma de ver el
mundo y negarlo sería ridículo.
El 7 de enero fue un
episodio de valentía y movilización. Para la gente fue una inyección de
entusiasmo. Un sacudón contra el marasmo y el inmovilismo. Digamos que fue un
relámpago y eso es muy necesario.
Absolutamente. La sociedad
venezolana está desarticulada, con poca movilización y los partidos políticos
tienen que dar la cara en ese sentido. Creo que la orientación de esa
movilización ha de ser el reclamo, la exigencia, de condiciones electorales que
garanticen una elección transparente y auditable. De pronto eso fracasa, pero
si no lo haces, ¿cómo podrías confirmar esa hipótesis? Si la oposición
participa, puede ser bueno para el Gobierno porque legitima el proceso, pero
puede ser malo si las gana. En cambio, si la oposición no participa, el
Gobierno las gana de todas todas. En ese sentido se orienta el 5 de enero. No
nos vamos a ir, vamos a hacer lo que nos da la gana siempre. Tu futuro es el
diputado Parra… forever. Pero lo del 7 de enero es un destello, y lo que
puede venir después, la demostración de que la sociedad no está dormida.
¿Qué posibilidades le asigna
a la mesa de diálogo nacional como una vía para reinstitucionalizar, aunque sea
parcialmente, la vida política del país? Pareciera que es de sus máximas
prioridades, ¿no?
Sí, normalizar hasta donde
más se pueda. Aprovechar esa narrativa para que capeando el temporal de las sanciones,
del rechazo y del oprobio, sea considerado, eventualmente, normal.
Que eventualmente siga en el
poder, que es su razón de ser.
Bajo ese esquema, eso está
absolutamente garantizado, entre otras cosas, porque estás sacando de juego al
núcleo mayoritario de la oposición, diría más, a toda la oposición en estricto
sentido. La llamada mesa de diálogo nacional es, plenamente, un arreglo
gubernamental. Esos factores, obviamente, tienen derecho a participar, a ser
partidos políticos. De hecho, son casi todos los partidos legales que hay.
¿Quiere decir eso que tienen alguna responsabilidad social? No computan en
ninguna encuesta, no tiene una militancia significativa ni presencia a escala
nacional. La fracción de diputados Clap no tiene una seccional que actúe en tal
estado o un local que funcione en tal parroquia. Nada de eso. Eso es una
fantasía. Y los partidos que están en la mesa… no quiero llamarlos partidos de
maletín, pero son partidos minúsculos. Claro, tienes la votación de Henri
Falcón y Javier Bertucci, sin duda, una cantidad apreciable de votos. ¿Pero
cuánta gente que votó por Falcón, pensando que era la ruta democrática ante la
división de la oposición en 2018, votaría por él hoy? Así como la oposición no
puede proyectar el 2015 para siempre, la mesa de diálogo nacional tampoco puede
proyectar el 2018 para siempre.
¿Cuál es su pronóstico luego
de los temas y circunstancias aquí descritas?
Las cosas pintan muy mal,
pese al destello del 7 de enero, que es la mejor noticia que hemos tenido en
muchísimo tiempo. Ese destello tiene que consolidarse y ahí está la
responsabilidad del liderazgo político, especialmente de Juan Guaidó, pero
también el de los partidos. El desafío de coordinar juntos una ruta de manera
realista. El escenario ideal para el gobierno es que la oposición no participe;
eventualmente, el mundo reconocerá. ¿No reconocen a Cuba, pues? La oposición
tiene la responsabilidad de que eso no ocurra, porque su vocación es cambiar el
poder.
12-01-20
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