Por Tomás Páez
El año 2020 podría cerrar
con una diáspora de 7,5 millones de venezolanos, de continuar creciendo al
ritmo de los últimos 4 años, de acuerdo con el Observatorio de la Diáspora
Venezolana. No se vislumbra a corto plazo la eliminación de la raíz del éxodo:
la tragedia humanitaria creada por la barbarie del “socialismo del siglo XXI”
y, por tanto, continuará ocupando un lugar central en la agenda política,
social, económica e institucional de la región y el mundo, y en particular los
países latinoamericanos, los cuales experimentan una transición demográfica
nunca antes vista.
Como ocurre con toda
migración, la venezolana enriquece la cultura y la diversidad de los países
receptores mientras consolida sus propias tradiciones y atesora aquello que le
brinda el país de acogida. Con las sucesivas oleadas migratorias los países han
ensanchado sus fronteras culturales, económicas y sociales al cobijar a los
recién llegados, quienes se integran de mil maneras: como emprendedores,
políticos, líderes empresariales, académicos e investigadores o creando redes
gastronómicas, etc.
El venezolano, como todo
socialismo, ostenta récords de escasez, pobreza y ruina y ocupa las primeras
posiciones en el índice de miseria global. A esto hay que añadir un rasgo
particular, el clima de violencia e inseguridad: ha cobrado más de 300.000
vidas, números propios de un país en guerra. De esa tragedia migran los
venezolanos en números superiores a los del éxodo sirio.
El sombrío período de
degeneración y devastación del país condena a millones de ciudadanos a vidas
miserables, a sobrevivir más mal que bien. Un modelo que prefiere un país
famélico a la prosperidad y entre cuyos atributos está el de producir diáspora:
ejemplo de ello los países de la ex URSS, Cuba y Nicaragua, entre otros. Como
todo socialismo, naufraga bajo los cuarteles y su único sostén es el de la
fuerza de las armas, decisor medular de la política venezolana; Dios ayuda a
los malos cuando tienen más bayonetas que los buenos.
Frente a la honda tragedia
humanitaria y la magnitud de la diáspora, cuyo impacto demográfico en
Latinoamérica carece de precedentes, sorprende el estruendoso silencio y
circunspección de muchos miembros del mundo académico y el de la ciencias
sociales y políticas. Un ámbito siempre presto a denunciar al neoliberalismo,
por supuesto salvaje, como el responsable de los males de la humanidad y de la
galaxia. Su silencio aturde y puede resultar cómplice de la mayor tragedia
humanitaria conocida en la región.
Mientras la migración crece
en Venezuela y Nicaragua, las interpretaciones han quedado tullidas y
encasilladas en categorías incapaces de explicarlo. El fenómeno diaspórico está
permeado por mitos y falacias, muchos de ellos alimentados con el fin de
provocar conflicto, o están basados en el rechazo al pobre y el miedo al
diferente, ven al otro como amenaza. Cabe preguntarse ¿cómo unos mitos con
tantas evidencias en contra han logrado sobrevivir?
A la permanencia de estas
falacias ha contribuido el mapa mental y la actitud de los nacionalistas,
supremacistas, aporófobos y estatizadores, quienes se valen de argumentos
basados en la supremacía racial, religiosa, ideológica o económica para
convertir a la diáspora en una amenaza. El encono con el que miran a la
diáspora asusta y sería importante conocer el origen del rencor. Unos lo
atribuyen a la desigualdad, como si la igualdad de los esclavos o la hambruna
generalizada e igualitaria de Venezuela resultase positiva; otros hacen
hincapié en la globalización, otros en las debilidades de desarrollo de los
países de origen.
Los países socialistas se
opusieron de manera permanente a la movilidad humana con el pretexto de “evitar
la fuga de cerebros”, término acuñado por sus representantes y de amplio uso en
los estudios de las migraciones. La centralización de las decisiones de los
regímenes socialistas y la estatización de la sociedad exigen controlar los
factores de producción, incluido el “recurso humano”, reducido a pieza del
sistema.
Una pieza que es preciso
domar y nada más apropiado para ello que imponer el pensamiento único. Ignoran
y anulan el conocimiento de las personas, aniquilando con ello la innovación y
el desarrollo tecnológico: bajo el socialismo las fuerzas productivas sufren un
proceso involutivo. En su estrategia de sometimiento de la persona ejercen con
denuedo el odio y el terror metódico, lo cual lo inhabilita para conectarse con
los ciudadanos; los venezolanos de la vieja y nueva geografía.
En sus terapias de grupo los
voceros del régimen, quienes comparten el credo totalitario, confirman su
indisposición a abandonar su odio hacia la diáspora y reiteran su más absoluto
rechazo por cualquier síntoma de democracia (si surge intentan destruirlo de
inmediato). Se comportan como propietarios de lo ajeno y su sobrevivencia
necesita de la crisis, el terror, el odio y de inventar unos cuantos chivos
expiatorios (iguanas que destruyen el sector eléctrico, las sanciones
individuales el imperio como causa de la situación de miseria, etc.)
Las más recientes,
vergonzosas y nada originales palabras del señor Maduro, reinciden en su odio y
hostilidad a quienes integran la diáspora, a los que considera enemigos
extranjeros. Los casi 6 millones de venezolanos de la diáspora han rechazado
esas palabras tan ruines y despectivas. En lugar de ocuparse de la panda de
saqueadores dedicados al blanqueo del dinero hurtado, de los “lavalorobado” o
“lavadinero” integrantes del combo de los sepultureros del país, bramó en
contra de la diáspora.
Sus palabras y acciones
orquestan la coreografía xenófoba cuyo primer acto es desconocer, negar y
ocultar un fenómeno de dimensiones gigantescas, del cual todo el mundo está
pendiente. Su xenofobia la expresa al calificar despectivamente, como
“lavaretretes”, a los ciudadanos de la diáspora, servilmente sigue el guion de
sus jefes, quienes adjetivaron a su diáspora con el remoquete de “gusanos”. Ya
quisieran los amigos y familiares del régimen, saqueadores, traficantes y
“lavalorabado” poder lavar retretes en libertad.
Los totalitarios son
xenófobos y, para ellos el otro, quien migró, es prescindible. Los voceros son
mentirosos patológicos e inescrupulosos. Vuelven a mentir al calificar a la
diáspora de “tontillos” y “taradillos” o cuando definen la escasez de medicinas
y alimentos, de electricidad, agua y salud y a la miseria, la desnutrición y la
inseguridad y la muerte como el “paraíso terrenal” y “belleza”: el colmo de la
sevicia, el cinismo y la insensibilidad. Su xenofobia al venezolano no les
impide celebrar con carcajadas las remesas medicinas, celulares, pasajes y
alimentos que la diáspora envía a familiares y amigos en montos nada
despreciables.
Los procesos migratorios de
los países socialistas o de aquellos en los que se intentó imponer por la
fuerza, Colombia, Perú, El Salvador, resquebrajan en sus cimientos y hacen
insostenible el argumento, o más bien la creencia, de que el responsable de la
migración es “el neoliberalismo”, término tan manoseado como vacío de
contenido. Esos procesos y la incapacidad para abordarlos desde los enfoques
tan extendidos en el mundo académico invitan a desarrollar nuevas teorías y
formas de mirar el fenómeno migratorio.
Ya es hora de establecer
novedosos vínculos y redes en el ámbito de las ciencias sociales capaces de
sacudirse de los esquemas convencionales, de los viejos dogmas que, cual
retrovirus, reaparecen con nuevos trajes disfrazados y vestidos de seda. El
artículo de Jacobo Machover acerca del papel desempeñado por los intelectuales
confirma esta necesidad. La misma adquiere en el terreno de la migración
venezolana una gran significación teórica y práctica y en el plano de la
Políticas con P mayúscula.
A lo largo de dos décadas la
diáspora y sus organizaciones han forjado la estrategia y fraguado una densa
malla de organizaciones diaspóricas, que será necesario fortalecer y ampliar.
Ha puesto en marcha un gran esfuerzo para poder participar en la reconstrucción
de una Venezuela en ruinas. En dos décadas han sido muchos los aprendizajes y
de entre ellos destaca la necesidad de defender todos los días la democracia y
las libertades que, como la salud, no pueden darse por sentadas. En este año
2020 nuestros esfuerzos se centrarán en profundizar el trabajo realizado,
fortalecer y lograr mejores conexiones en todos los planos: político,
económico, cultural, etc.
La barbarie del socialismo
del siglo XXI y sus bayonetas se encuentran en su eclipse. La diáspora sabe que
ellos, conocedores de la situación en la que se encuentran, tratarán de pelear
sin importar su costo para intentar preservar lo que tienen. Recurren a la
retórica apocalíptica y del miedo para sembrar la desconfianza entre los
demócratas. Llegaron con la pretensión de eternizarse en el poder. Nunca
entenderán, no está en su ADN, de qué está hecha la democracia; en ella las
derrotas no tienen por qué resultar permanentes.
Quienes todavía sostienen al
señor Maduro han colocado al país en un desfiladero, al borde del abismo,
mientras la diáspora envía divisas, remesas y contribuye a mitigar la miseria y
dificultades de no pocos venezolanos. La diáspora trabaja y se esfuerza en
recuperar la libertad y la democracia, el debate de ideas y proyectos y colocar
a Venezuela en el sendero de la modernidad y la decencia.
13-01-20
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico