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martes, 14 de enero de 2020

Optimismo de la voluntad, por @AmericoMartin




Américo Martín 13 de enero de 2020

La situación de Venezuela después de la trifulca parlamentaria fue casi inmediatamente calificada como un éxito de Guaidó. En efecto, así fue aunque no coincidan plenamente las razones que sostienen ese juicio. Un diputado de oposición más cercano a Maduro que a Guaidó –al menos en el zafarrancho parlamentario- al condenar en el fondo y la forma el manejo madurista del tema afirmó: lo que lograrán es convertir en héroe a Guaidó y fortalecer las reservas internacionales contra el oficialismo. Fue exactamente lo que ocurrió.

Comentó con gracia y tino mi amigo Julio Castillo, que la causa de Guaidó ganó este round porque supo “abrir una puerta” bloqueada por la Guardia Nacional, hendedura o canal aprovechada por la fuerza parlamentaria opositora para fluir con ímpetu hacia la libertad.

Personalmente aprecio que el careo entre las dos mencionadas partes favoreció a la oposición no solo por el valor desplegado y el atrevimiento de desbordar a la Guardia, subir a la tribuna para saborear como un triunfo la nueva juramentación ¿frente a quién? Bueno, frente al cuerpo diplomático, los valerosos medios y el mundo atraído por estas justificadamente noticias virales. La supuesta directiva nombrada a dedo por el ejecutivo había abandonado la tribuna.

Dije entonces que el zafarrancho cristalizó en la conformación de un poder dual, doble poder. Visible en la existencia de dos Asambleas y dos presidentes. Un caso extraño pero no único en la historia. Y me permití acotar: la tensión que alientan hace de los poderes duales fenómenos de corta duración porque las dos partes tiran de la cuerda con el alma. ¡Todo el poder a los soviets! Clamó Lenin en abril de 1917. ¡Defendamos al gobierno democrático de Kerensky! Devolvieron las mayorías anti-bolcheviques sin poder contener la arremetida liderada por Lenin y Trotski.

El poder dual o doble poder se resolverá a favor de quien teniendo fuerza la conduzca con más inteligencia, sin olvidar el deber de ganar con razones y no con insultos y jactancias, el respaldo de la opinión pública, ¿la opinión pública? Sí, de esos terceros que suelen decidir batallas sin gastar pólvora ni subestimar al adversario.

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No bien puse ese argumento en marcha recibí respuestas positivas y negativas. Gente inteligente invocó objeciones fundadas en la moral. No hay dos poderes sino uno solo, el legítimo, presidido por Guaidó quien adicionalmente ejerce la presidencia interina. Lo que creo una victoria notable: abrir un sistema separado en la estructura de poder, era tomado como una concesión o debilidad, como si fuera fácil sostener una Asamblea capaz de soportar presiones militares sin dejar de ampliar su red mundial de apoyos y levantar la fe colectiva interna tan dispuesta a premiar gestos bravíos y producir respuestas inteligentes, ingeniosas o sagaces. Recordemos que la torpeza siempre comienza o termina mal.

Decir que el adversario “no existe” porque sea inconstitucional, ilegal e ilegítimo supone olvidar que el cimiento del poder es la fuerza, tanto si se trata de un poder legítimo como si se habla de un poder ilegítimo. Las dictaduras totalitarias, que son poderes de hecho, no de derecho, se eternizan en la cúpula del mando.

El poder del oficialismo en nuestro país se apoya en la fuerza armada, grupos paramilitares y alianzas perceptiblemente en declive. La de la oposición democrática, en el sufragio, los partidos y asociaciones civiles y en el nada menguante, antes bien en rápida alza, respaldo internacional. Se dice y repite que mientras tenga consigo la fuerza armada y la posibilidad de sobornar, las fuentes civiles y planetarias que simpatizan con la democracia, no podrán cosechar la victoria.

Antonio Gramsci fue uno de los últimos grandes renovadores del marxismo cuyos densos argumentos a la postre contribuyeron a sepultarlo. Pero como ramas aun verdes en un árbol caído, hizo reflexiones muy válidas. “No disminuir al adversario –advirtió- alegando que si reprime es “por debilidad” o “para aparentar coraje”. Todo para auto convencerse que la solución sería fácil, si los políticos, en lugar de dialogar, usaran poder invasor de sus aliados. Eso es acomodar la realidad a los deseos en vez de exponerla como es, sin más, sin menos. Es el pesimismo de la inteligencia que al esclarecer la verdad, permite superarla.

Ante un adversario reducido a su realidad, viene la síntesis gramsciana: Pesimismo de la inteligencia y optimismo de la voluntad.

Américo Martín


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