Américo Martín 13 de enero de 2020
La
situación de Venezuela después de la trifulca parlamentaria fue casi
inmediatamente calificada como un éxito de Guaidó. En efecto, así fue aunque no
coincidan plenamente las razones que sostienen ese juicio. Un diputado de
oposición más cercano a Maduro que a Guaidó –al menos en el zafarrancho
parlamentario- al condenar en el fondo y la forma el manejo madurista del tema
afirmó: lo que lograrán es convertir en héroe a Guaidó y fortalecer las
reservas internacionales contra el oficialismo. Fue exactamente lo que ocurrió.
Comentó
con gracia y tino mi amigo Julio Castillo, que la causa de Guaidó ganó este
round porque supo “abrir una puerta” bloqueada por la Guardia Nacional,
hendedura o canal aprovechada por la fuerza parlamentaria opositora para fluir
con ímpetu hacia la libertad.
Personalmente
aprecio que el careo entre las dos mencionadas partes favoreció a la oposición
no solo por el valor desplegado y el atrevimiento de desbordar a la Guardia,
subir a la tribuna para saborear como un triunfo la nueva juramentación ¿frente
a quién? Bueno, frente al cuerpo diplomático, los valerosos medios y el mundo
atraído por estas justificadamente noticias virales. La supuesta directiva
nombrada a dedo por el ejecutivo había abandonado la tribuna.
Dije
entonces que el zafarrancho cristalizó en la conformación de un poder dual,
doble poder. Visible en la existencia de dos Asambleas y dos presidentes. Un
caso extraño pero no único en la historia. Y me permití acotar: la tensión que
alientan hace de los poderes duales fenómenos de corta duración porque las dos
partes tiran de la cuerda con el alma. ¡Todo el poder a los soviets! Clamó
Lenin en abril de 1917. ¡Defendamos al gobierno democrático de Kerensky!
Devolvieron las mayorías anti-bolcheviques sin poder contener la arremetida
liderada por Lenin y Trotski.
El
poder dual o doble poder se resolverá a favor de quien teniendo fuerza la
conduzca con más inteligencia, sin olvidar el deber de ganar con razones y no
con insultos y jactancias, el respaldo de la opinión pública, ¿la opinión
pública? Sí, de esos terceros que suelen decidir batallas sin gastar pólvora ni
subestimar al adversario.
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No
bien puse ese argumento en marcha recibí respuestas positivas y negativas.
Gente inteligente invocó objeciones fundadas en la moral. No hay dos poderes
sino uno solo, el legítimo, presidido por Guaidó quien adicionalmente ejerce la
presidencia interina. Lo que creo una victoria notable: abrir un sistema
separado en la estructura de poder, era tomado como una concesión o debilidad,
como si fuera fácil sostener una Asamblea capaz de soportar presiones militares
sin dejar de ampliar su red mundial de apoyos y levantar la fe colectiva
interna tan dispuesta a premiar gestos bravíos y producir respuestas
inteligentes, ingeniosas o sagaces. Recordemos que la torpeza siempre comienza
o termina mal.
Decir
que el adversario “no existe” porque sea inconstitucional, ilegal e ilegítimo
supone olvidar que el cimiento del poder es la fuerza, tanto si se trata de un
poder legítimo como si se habla de un poder ilegítimo. Las dictaduras
totalitarias, que son poderes de hecho, no de derecho, se eternizan en la
cúpula del mando.
El
poder del oficialismo en nuestro país se apoya en la fuerza armada, grupos
paramilitares y alianzas perceptiblemente en declive. La de la oposición
democrática, en el sufragio, los partidos y asociaciones civiles y en el nada
menguante, antes bien en rápida alza, respaldo internacional. Se dice y repite
que mientras tenga consigo la fuerza armada y la posibilidad de sobornar, las
fuentes civiles y planetarias que simpatizan con la democracia, no podrán cosechar
la victoria.
Antonio
Gramsci fue uno de los últimos grandes renovadores del marxismo cuyos densos
argumentos a la postre contribuyeron a sepultarlo. Pero como ramas aun verdes
en un árbol caído, hizo reflexiones muy válidas. “No disminuir al adversario
–advirtió- alegando que si reprime es “por debilidad” o “para aparentar
coraje”. Todo para auto convencerse que la solución sería fácil, si los
políticos, en lugar de dialogar, usaran poder invasor de sus aliados. Eso es
acomodar la realidad a los deseos en vez de exponerla como es, sin más, sin
menos. Es el pesimismo de la inteligencia que al esclarecer la verdad, permite
superarla.
Ante
un adversario reducido a su realidad, viene la síntesis gramsciana: Pesimismo
de la inteligencia y optimismo de la voluntad.
Américo
Martín
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