Paulina Gamus 04 de abril de 2021
No voy a escribir sobre cómo y cuándo me enfermé o
sobre los síntomas. Hay tomos escritos sobre el tema. Solo quiero decir que
estoy agradecida. Agradecida a Dios de quien suelo acordarme cuando estoy en
apuros, ahora lo tendré un poco más presente. Agradecida a mi familia que el
chavismo dispersó por tres continentes, pero que no dejó un solo día, y varias
veces cada día, de enviarme mensajes de amor y solidaridad.
Agradecida a mis amigos, sorprendida al saber que
tenía muchos más de los que imaginaba. No sé si eso de las energías positivas
existe o es superchería, pero parece que están ahí y mal no hacen.
Agradecida de haberme enfermado en mi destrozado país,
en mi Venezuela que se niega a desvanecerse. Agradecida de pertenecer a
la escuálida minoría que conserva un seguro de hospitalización que logró
sobrevivir a la tabla rasa con que el régimen canalla despojó de ellos a todos
sus servidores públicos jubilados. Cada vez que me extraían sangre, me
inyectaban un coctel de retrovirales, me tomaban la presión arterial, mi mente
se desplazaba hasta mis hermanas y todos los amigos jubilados de la UCV, y de
otras instituciones, que no podrían sufragar ni medio día de atención clínica
privada.
Cada mañana, cuando la enfermera o enfermero venían a
saludarme con una sonrisa y, según su humor, me decían chama o abuela, pensaba
en los miles de venezolanos hacinados en hospitales públicos y en el Poliedro
de Caracas, por la desgracia de una revolución que destruyó el sistema de
salud e hizo de la pobreza y del dolor humano su mayor logro.
Agradecida de saber que el odio de Hugo Chávez por
Venezuela, a la que regaló a Cuba, atropelló, desplumó, hundió y arruinó, no
logró destruir el alma de su gente. En el segundo renglón de su odio estaban
los médicos, a quienes humilló, persiguió y obligó a emigrar en masa.
Son esos médicos que hoy nos llenan de orgullo por su
desempeño en distintos países. Me he preguntado tantas veces el porqué de
ese odio y la única respuesta que encuentro es que el médico más cercano a
Chávez, Jorge Rodríguez, debe ser un admirador del doctor Mengele, el «ángel de
la muerte» de Auschwitz.
Pero allí, en el Hospital de Clínicas Caracas, están
tantos médicos jóvenes y enfermeros y enfermeras conscientes de que su
profesión jamás les dará lo suficiente para vivir con comodidades, pero seguros
de que deben cumplir una misión con su país y con su gente.
Agradecida de conservar la memoria y algo de lo que
fue mi voz de cantante frustrada, para poder grabarles a mis cuatro bisnietos
colombianos y dos gringuitos, las canciones infantiles que aprendí hace casi 80
años en mi escuela primaria. Me hace ilusión que les sirvan para no
perder la conexión con las raíces venezolanas de sus padres y abuelos.
Agradecida a la doctora Jeannette Reyes, joven
infectóloga que comenzó como interna en el HCC y hoy es una especialista
respetada y querida. Es como un ángel con bata blanca.Agradecida al
neumonólogo Eduardo Fullop a quien nunca debieron pedirle que hiciera el
juramento de Hipócrates al graduarse porque lo trajo insertado en su cerebro y
en su alma al momento de nacer.
Agradecida de estar viva para poder agradecer, aun
cuando todavía dependo del dispensador de oxígeno.
Agradecida a los lectores que hayan tenido la
paciencia de leerme.
Paulina
Gamus
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