Francisco Fernández-Carvajal 11 de abril de 2021
@hablarcondios
—
Verdadero Dios y perfecto hombre.
— La
culminación del amor divino.
—
Consecuencias de la Encarnación en nuestra vida.
I. Al
llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo nacido de mujer1.
Como
culmen del amor por nosotros, envió Dios a su Unigénito, que se hizo hombre,
para salvarnos y darnos la incomparable dignidad de hijos. Con su venida
podemos afirmar que llegó la plenitud de los tiempos. San Pablo
dice literalmente que fue hecho de mujer2.
Jesús no apareció en la tierra como una visión fulgurante, sino que se hizo
realmente hombre, como nosotros, tomando la naturaleza humana en las entrañas
purísimas de la Virgen María. La fiesta de hoy es propiamente de Jesús y de su
Madre. Por eso, «ante todas las cosas –señala fray Luis de Granada– es razón
poner los ojos en la pureza y santidad de esta Señora que Dios ab
aeterno escogió para tomar carne de ella.
»Porque
así como, cuando determinó criar al primer hombre, le aparejó primero la casa
en que le había de aposentar, que fue el Paraíso terrenal, así cuando quiso
enviar al mundo el segundo, que fue Cristo, primero le aparejó lugar para lo
hospedar: que fue el cuerpo y alma de la Sacratísima Virgen»3.
Dios preparó la morada de su Hijo, Santa María, con la mayor dignidad creada,
con todos los dones posibles y llena de gracia.
En
esta Solemnidad aparece Jesús más unido que nunca a María. Cuando Nuestra
Señora dio su consentimiento, «el Verbo divino asumió la naturaleza humana: el
alma racional y el cuerpo formado en el seno purísimo de María. La naturaleza
divina y la humana se unían en una única Persona: Jesucristo, verdadero Dios y,
desde entonces, verdadero Hombre; Unigénito eterno del Padre y, a partir de
aquel momento, como Hombre, hijo verdadero de María: por eso Nuestra Señora es
Madre del Verbo encarnado, de la segunda Persona de la Santísima Trinidad que
ha unido a sí para siempre -sin confusión la naturaleza humana. Podemos decir
bien alto a la Virgen Santa, como la mejor alabanza, esas palabras que expresan
su más alta dignidad: Madre de Dios»4.
¡Tantas veces le hemos repetido: Santa María, Madre de Dios, ruega por
nosotros...! ¡Tantas veces las hemos meditado al considerar el primer
misterio gozoso del Santo Rosario!
II. Y
el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros...5.
A lo
largo de los siglos, santos y teólogos, para comprender mejor, buscaron las
razones que podrían haber movido a Dios a un hecho tan extraordinario. De
ninguna manera era preciso que el Hijo de Dios se hiciera hombre, ni siquiera
para redimirlo, pues Dios –como afirma Santo Tomás de Aquino– «pudo restaurar
la naturaleza humana de múltiples maneras»6.
La Encarnación es la manifestación suprema del amor divino por el hombre, y
solo la inmensidad de este amor puede explicarla: Tanto amó Dios al
mundo que le entregó a su Hijo Unigénito...7,
al objeto único de su Amor. Con este abajamiento, Dios ha hecho más fácil el
diálogo del hombre con Él. Es más, toda la historia de la salvación es la
búsqueda de este encuentro; la fe católica es una revelación de la bondad, de
la misericordia, del amor de Dios por nosotros.
Desde
el principio, Dios fue enseñando a los hombres su gratuito acercamiento. La
Encarnación es la plenitud de esta cercanía. El Emmanuel, el Dios
con nosotros, tiene su máxima expresión en el acontecimiento que hoy nos
llena de alegría. El Hijo Unigénito de Dios se hace hombre, como nosotros, y
así permanece para siempre, encarnado en una naturaleza humana: de ningún modo
la asunción de un cuerpo en las purísimas entrañas de María fue algo precario y
provisional. El Verbo encarnado, Jesucristo, permanece para siempre Dios
perfecto y hombre verdadero. Este es el gran misterio que nos sobrecoge: Dios,
en su amor, ha querido tomar en serio al hombre y, aun siendo obra de puro
amor, ha querido una respuesta en la que la criatura se comprometa ante Cristo,
que es de su misma raza. «Al recordar que el Verbo se hizo carne, es decir, que
el Hijo de Dios se hizo hombre, debemos tomar conciencia de lo grande que se
hace todo hombre a través de este misterio; es decir, ¡a través de la
Encarnación del Hijo de Dios! Cristo, efectivamente, fue concebido en el seno
de María y se hizo hombre para revelar el eterno amor del Creador y Padre, así
como para manifestar la dignidad de cada uno de nosotros»8.
La
Iglesia, al exponer durante siglos la verdadera realidad de la Encarnación,
tenía conciencia de que estaba defendiendo no solo la Persona de Cristo, sino a
ella misma, al hombre y al mundo. «Él, que es imagen de Dios invisible (Col 1,
15), es también el hombre perfecto, que ha devuelto a la descendencia de Adán
la semejanza divina, deformada por el primer pecado. En Él la naturaleza humana
asumida, no absorbida, ha sido elevada también en nosotros a dignidad sin
igual. El Hijo de Dios, con su encarnación, se ha unido en cierto modo con todo
el hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, amó
con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de
los nuestros, semejante en todo a nosotros excepto en el pecado»9.
¡Qué valor debe tener la criatura humana ante Dios, «si ha merecido tener tan
grande Redentor»!10.
Demos hoy gracias a lo largo del día por tan inmenso bien a través de Santa
María, pues Ella «ha sido el instrumento de la unión de Jesús con toda la
humanidad»11.
III. La
Encarnación debe tener muchas consecuencias en la vida del cristiano. Es, en
realidad, el hecho que decide su presente y su futuro. Sin Cristo, la vida
carece de sentido. Solo Él «revela plenamente al hombre el mismo hombre»12.
Solo en Cristo conocemos nuestro ser más profundo y aquello que más nos afecta:
el sentido del dolor y del trabajo bien acabado, la alegría y la paz verdaderas,
que están por encima de los estados de ánimo y de los diversos acontecimientos
de la vida, la serenidad, incluso el gozo ante el pensamiento del más allá,
pues Jesús, a quien ahora procuramos servir, nos espera... Es Cristo quien «ha
devuelto definitivamente al hombre la dignidad y el sentido de su existencia en
el mundo, sentido que había perdido en gran medida a causa del pecado»13.
La
asunción de todo lo humano noble por el Hijo de Dios (el trabajo, la amistad,
la familia, el dolor, la alegría...) nos indica que todas estas realidades han
de ser amadas y elevadas. Lo humano se convierte en camino para la unión con
Dios. La lucha interior tiene entonces un carácter marcadamente positivo, pues
no se trata de aniquilar al hombre para que resplandezca lo divino, ni de huir
de las realidades corrientes para llevar una vida santa. No es lo humano lo que
choca con lo divino, sino el pecado y las huellas que dejaron en el alma el
pecado original y el personal. El empeño por asemejarnos a Cristo lleva consigo
la lucha contra todo aquello que nos hace menos humanos o infrahumanos: los
egoísmos, las envidias, la sensualidad, la pequeñez de espíritu... El verdadero
empeño del cristiano por la santidad lleva consigo el desarrollo de la propia
personalidad en todos los sentidos: prestigio profesional, virtudes humanas,
virtudes de convivencia, amor a todo lo verdaderamente humano...
De la
misma forma que en Cristo lo humano no deja de serlo por su unión con lo
divino, por la Encarnación lo terrestre no dejó de serlo, pero desde entonces
todo puede ser orientado por el hombre hacia Él. Et ego, si exaltatus
fuero a terra, omnia traham ad meipsum14. Y
Yo, cuando sea levantado de la tierra, atraeré todo hacia Mí. «Cristo con
su Encarnación, con su vida de trabajo en Nazareth, con su predicación y
milagros por las tierras de Judea y de Galilea, con su muerte en la Cruz, con
su Resurrección, es el centro de la creación, Primogénito y Señor de toda
criatura.
»(...)
Quiere el Señor a los suyos en todas las encrucijadas de la tierra. A algunos
los llama al desierto, a desentenderse de los avatares de la sociedad de los
hombres, para hacer que esos mismos hombres recuerden a los demás, con su
testimonio, que existe Dios. A otros, les encomienda el ministerio sacerdotal.
A la gran mayoría, los quiere en medio del mundo, en las ocupaciones terrenas.
Por lo tanto, deben estos cristianos llevar a Cristo a todos los ámbitos donde
se desarrollan las tareas humanas: a la fábrica, al laboratorio, al trabajo de
la tierra, al taller del artesano, a las calles de las grandes ciudades y a los
senderos de montaña»15.
Ese es nuestro cometido.
Terminamos
nuestra oración acudiendo a la Madre de Jesús, nuestra Madre. «¡Oh María!, hoy
tu tierra nos ha germinado al Salvador... ¡Oh María! Bendita seas entre todas
las mujeres por todos los siglos... Hoy la Deidad se ha unido y amasado con
nuestra humanidad tan fuertemente que jamás se pudo separar ya esta unión ni
por la muerte ni por nuestra ingratitud»16.
¡Bendita seas!
*La Iglesia celebra hoy el misterio de
la Encarnación del Verbo de Dios y, al mismo tiempo, la vocación de Nuestra
Señora, que conoce a través del Ángel la voluntad de Dios sobre Ella. Con su
correspondencia -su fiat comienza la Redención.
*Esta Solemnidad, tanto en los
calendarios más antiguos como en el actual, es una fiesta del Señor. Sin
embargo, los textos hacen referencia especialmente a la Virgen, y durante
muchos siglos fue considerada como una fiesta mariana. La Tradición de la
Iglesia reconoce un estrecho paralelismo entre Eva, madre de todos los
vivientes, por quien con su desobediencia entró el pecado en el mundo, y María
-nueva Eva-, Madre de la humanidad redimida, por la que vino la Vida del mundo:
Jesucristo nuestro Señor.
*La fijación en el día de hoy, 25 de
marzo, está relacionada con la Navidad; además, según una antigua tradición, en
el equinoccio de primavera debían coincidir la creación del mundo, el inicio y
el fin de la Redención: la Encarnación y la Muerte y Resurrección de Cristo.
1 Liturgia
de las Horas, Antífona 1 del Oficio de lectura. Cfr. Gal 4,
4-5. —
2 Cfr. Sagrada
Biblia, Vol. VI, Epístolas de San Pablo a los Romanos y a los
Gálatas, EUNSA, Pamplona 1984, nota a Gal 4, 4. —
3 Fray
Luis de Granada, Vida de Jesucristo, 1. —
4 San
Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 274. —
5 Jn 1,
14. —
6 Santo
Tomás, Suma Teológica, 3, q. 1, a. 2. —
7 Jn 3,
16. —
8 Juan
Pablo II, Ángelus en el Santuario de Jasna Gora, 5-VI-1979.
—
9 Conc.
Vat. II, Const. Gaudium et spes, 22. —
10 Misal
Romano, Himno Exsultet de la Vigilia pascual. —
11 Juan
Pablo II, Audiencia general 28-I-1987. —
12 ídem,
Enc. Redemptor hominis, 4-III-1979, 11. —
13 Ibídem.
—
14 Jn 12,
32. —
15 San
Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 105. —
16 Santa
Catalina de Siena, Elevaciones, 15.
Tomado
de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria/1/
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