Luis Almagro 30 de julio de 2022
@Almagro_OEA2015
Hace
más de seis años denunciamos en la OEA que Venezuela padecía una crisis
humanitaria, denunciamos violaciones sistemáticas de derechos humanos y
crímenes de lesa humanidad, el comienzo de una crisis migratoria incipiente,
ejecuciones extrajudiciales, tortura, presos políticos, inhabilitación
arbitraria de candidatos.
Fuimos
acusados de mentirosos, de radicales, de servir a espurios intereses, de actuar
en contra de la unión de los pueblos latinoamericanos y un largo etcétera.
El tiempo fue poniendo las cosas en su lugar. Todas las denuncias fueron refrendadas por informes posteriores de otros organismos especializados y también por el sufrimiento de las personas que debieron emigrar llevando la verdad sobre esa cruel realidad a prácticamente cada país de este hemisferio.
A esta
altura, en todos los países de la región hay alguien que conoce una persona
venezolana que tuvo que emigrar debido a aquellas condiciones denunciadas.
Por
supuesto que quienes toman la realidad como parte de una guerra de relatos quiere
meter a la crisis venezolana en la misma bolsa que otras crisis, problemas o
dificultades que puedan enfrentar los otros países de la región. Pero esto no
es una guerra de relatos, y negar el sufrimiento de millones de personas a su
vez adolece de una prácticamente absurda ignorancia o una profunda hipocresía.
No
existen parámetros para querer meter en esa bolsa la mayor crisis migratoria de
la historia hemisférica, de dimensión global con números semejantes a las
crisis migratorias de Siria luego de años de conflicto o comparable con
Ucrania, víctima de una guerra de agresión. Imposible asimilar otras
situaciones regionales con una crisis humanitaria que ha sido el origen de esa
crisis migratoria prácticamente incomprensible para un país de los más ricos en
recursos en este hemisferio y cuyo pueblo sufre desnutrición y mortalidad
infantil en números exponenciales, imposibilidad de acceder a medicamentos, a
alimentación, lo cual llevó, de acuerdo con agencias especializadas, a tener 9
millones de personas con hambre o riesgo de hambre.
Definitivamente
todas estas variables llevan a decir que es ridículo comparar la crisis
venezolana con cualquier otra crisis hemisférica ya sea en una dimensión
cuantitativa como cualitativa. No ha sido exactamente la falta de procesos de
diálogo lo que ha afectado la situación política del país sumergiéndola en una
crisis tan profunda, de desinstitucionalización, de falta de garantías y de
libertades individuales, de ineficiencia administrativa y de capacidades
productivas.
Por
supuesto que la acumulación de todas estas crisis puede subsumirse en una sola
crisis: la superlativa crisis política en la que se impuso un régimen
dictatorial en el que vive el país.
Los
procesos de diálogo han sido más de 10; obviamente, ya sea la OEA o
personalmente, hemos participado en algunos. Hemos buscado soluciones desde
momentos tempranos tratando de evitar llegar a este desbarrancamiento.
Los
hechos no ocurren por causa de aquellos que denunciamos que eso iba a pasar y
que advertimos que ese no era el camino.
Siempre
advertimos que no puede resolverse ninguna situación política del país con
continuidad de violaciones de derechos humanos, debilitamiento extremo de las
instituciones políticas y económicas que llevan además a la ineficiencia productiva.
Imposible
comparar con otras esta crisis de violaciones sistemáticas de derechos humanos
y de crímenes de lesa humanidad que comete el régimen y que ha llevado a que
por primera vez se abriera una investigación por parte de la Corte Penal internacional
para un país latinoamericano.
Los
hechos no ocurren por causa de aquellos que denunciamos que eso iba a pasar y
que advertimos que ese no era el camino. Siempre advertimos que no puede
resolverse ninguna situación política del país con continuidad de violaciones
de derechos humanos, debilitamiento extremo de las instituciones políticas y
económicas que llevan además a la ineficiencia productiva.
El
problema ha estado en aquellos que cobijaron ese régimen en esas diversas fases
de deterioro o de crisis o de colapso o de quebrantamiento del orden
constitucional que hoy el país vive. Venezuela continúa por el sendero de
destrucción, de falta garantías, de falta de opciones de vida para la gente.
Todavía
contamos presos políticos, torturados, ejecuciones extrajudiciales, actividades
criminales como narcotráfico, minería ilegal, contrabando, corrupción. La
desinstitucionalización ha llegado a extremos completamente absurdos, como por
ejemplo que la institucionalidad pública de la salud es incapaz o insuficiente
para resolver necesidades básicas de derecho de la salud de la población. La
institucionalidad de alimentación del país es incapaz absolutamente de resolver
esos problemas que todavía afligen a la población y que obligan al pueblo a
seguir saliendo del país desesperadamente.
La
institucionalidad de seguridad pública definitivamente está muy lejos de
resolver los temas de violencia y criminalidad que afectan al país, y llegamos
a extremos tales como que su Ministerio de Defensa Nacional es incapaz de
atender el control territorial del país y la protección de la integridad
territorial del mismo, tanto que cuando se enfrentan a disidentes FARC en
Apure, el Ejército bolivariano se come una paliza. Cuando llegamos a ese punto
de desinstitucionalización podemos esgrimir el argumento de la falta de
capacidades existentes en la República Bolivariana de Venezuela para resolver
los problemas de la población.
Es
claro que algo sí funciona, y eso es el aparato represivo que funciona
horríficamente bien. Debemos agregar que se ha destruido prácticamente en forma
absoluta su aparato productivo, aun a pesar de la burbuja económico-financiera
influida directamente por el dinero que debió regresar al país para estar (más)
seguro cuando comenzaron las sanciones. Este regreso de activos del exterior
donde probablemente se sintieran inseguros ha traído una lógica de exacerbación
de las desigualdades entre el que no tiene qué comer y los concesionarios de
autos de lujo; entre el que no tiene medicinas y los clientes de las marcas de
lujo que están en Caracas hoy; entre el que sufre la violación de sus derechos
humanos por parte de aquellos que en el marco de la minería ilegal explotan los
recursos de su país y los clientes de los restaurantes de lujo.
Los
sufrimientos del pueblo duelen mucho. La destrucción del aparato productivo
llega al extremo de que aun cuando el mundo más necesita del petróleo
venezolano por la guerra de agresión a Ucrania, no tienen las capacidades de
producirlo. ¡Cuán necesario es ese petróleo en la región, especialmente para
los países del Caricom! Es un pueblo que vive en un infierno con un sendero que
no se bifurca nunca.
Es
natural concluir que el diálogo sigue siendo la única esperanza de que se bifurque
el sendero. El diálogo, y no cometer los errores del pasado.
El
tema es que, en cada proceso de diálogo, ya sean las fuerzas opuestas al
régimen como en muchos casos los propios mediadores, tenían como objetivo sacar
a Maduro, lo cual como objetivo estratégico probablemente no fuera el más
viable, ni realizable, ni realista.
Esto,
sumado a la intransigencia del negociador rodriguista y a otras condiciones de
cada negociación.
Definitivamente,
Maduro fue subestimado en muchos casos respecto a sus capacidades de
supervivencia, de manejo político y de habilidades diplomáticas, y fue
consolidando su fuerza aun desde un origen con muy poca legitimidad, la que se
terminó de perder en los años siguientes.
El
objetivo de la salida de Maduro transformó a cada negociación en un juego de
suma cero que terminaba siendo imposible: ni la salida de Maduro en una
negociación ni una elección que pudiera significar su salida.
Como
todavía parece ser irrealista ese objetivo de algunos, entonces una negociación
en ese contexto obviamente no puede ser cómo se saca a Maduro, sino cómo sigue.
Esto
implica cohabitación. La cohabitación es un ejercicio para el cual no he visto
prácticamente a nadie preparado en Venezuela. Pero eso lo hace aún más
necesario, en el sentido de que implica un ejercicio de diálogo político real,
de institucionalidad compartida, de poderes del Estado compartidos.
Compartir
el Ejecutivo es complejo y muy difícil.
En un
esquema de tensión permanente, tiene que estar tan detalladamente regulado que
la mejor fórmula sigue siendo la fórmula suiza de sistema colegiado.
El
ejemplo regional es la Constitución uruguaya del 52.
Compartir
es contrapesar. La cohabitación sin contrapesos puede transformarse en
complicidad.
El
esquema de cohabitación a discutir en un proceso de diálogo debe dar garantías
de contrapesos para quienes cohabitan.
En
caso contrario será una frustración más. Sin un esquema de compartir el poder
desde su base, en el que se asegure una participación efectiva del chavismo y
del madurismo, de la gente de Guaidó y otros actores, la acción conjunta y
coordinada de objetivos comunes hacia el futuro, es esencialmente imposible.
El
oficialismo debe asumir que sin la oposición la sociedad venezolana seguirá
resquebrajada, dividida, desintegrada social y geográficamente, y la oposición
debe asumir que sin el chavismo y el madurismo sucedería lo mismo.
Es muy
difícil ir a un proceso electoral dudoso que simplemente asegure la continuidad
de lo que tenemos ahora con legitimidad inexistente o dudosa (pero que
obviamente espera contar con la complacencia de muchos —el azúcar pica los
dientes—).
Entre
todo o nada, el régimen dice “todo”; entre mayoría o minoría, generalmente se
elige mayoría, pero eso significa que hay espacios en los cuales puede
normalizarse la vida institucional del país y otros en los que puede comenzar
ese proceso. De la legitimidad inexistente o dudosa se pasaría a una
legitimidad posible.
Eso
abriría un nuevo sendero, abriría la esperanza para que el sendero se bifurque.
En
caso contrario, se continuará haciendo marchar a todo un pueblo por un sendero
que no se bifurca nunca en el infierno de un país empobrecido, ineficiente, con
violaciones de derechos humanos, con crisis migratoria, con crisis humanitaria,
con crímenes de lesa humanidad, con crimen organizado.
Nota:
El título parafrasea negativamente el cuento de Borges “El Jardín de los
senderos que se bifurcan”.
Luis Almagro, Secretario general de la
OEA.
@Almagro_OEA2015
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