Por Mario Villegas, 11/08/2017
Si usted quiere saber a ciencia
cierta lo que es el odio, basta que asome la cabeza por las redes sociales y
exponga puntos de vista distintos a los que sustentan los ultrarradicales de
todo signo. Una andanada de agresiones, descalificaciones, insultos, vulgaridades
y amenazas en su contra le permitirán experimentar el odio en su grado
superlativo.
No importa su condición. Ya sea
usted hombre o mujer; bien que sea niño, adolescente, adulto o anciano; da
igual si es religioso o ateo; esté ubicado en la categoría de pobre, de rico o
de clase media; haya tenido formación académica o no; sea cual fuere su color
de piel, el deporte y equipos de su preferencia, tenga o no militancia política
y gremial, o cualquiera otro etcétera que se le ocurra, si usted no es
parte de los sectores radicales se hará acreedor a la máxima pena.
¿Y qué significa la máxima pena?
Lo explico: si usted es parte de uno de los extremos radicales, concentrará en
sí los ataques del extremo contrario al suyo. Pero si usted osa no ser parte de
ninguno de los dos, disfrutará de las consecuencias y será el blanco simultáneo
de ambos extremismos. Con un añadido: será usted sospechoso de traición o de
las más abyectas perversiones, incluso peores que las atribuibles a cualquiera
que integre el extremo enemigo.
A esto, queridos amigos, nos ha
traído la siembra de odios alimentada a lo largo de dieciocho años de
“revolución”. Por supuesto, los derechos autorales no tienen competidor alguno.
El autor intelectual y ejecutor se llamó Hugo Rafael Chávez Frías, quien su
momento estelar tuvo en esa faena muy buenos y efectivos socios en la
administración y dirección de importantes medios de comunicación social
privados, que no solo reprodujeron sino que multiplicaron a placer semejante
despropósito antinacional.
Hoy nos enfrentamos a una
Venezuela ultradividida y enfrentada, en el mero borde de una indeseable
conflagración interna total. De personas asesinadas ya pasamos de largo el
centenar, miles de heridos y cientos de nuevos presos políticos, todo producto
de la represión policial-militar-paramilitar y de la violencia callejera. El
odio acumulado y extendido no permite reconocer al otro y, mucho menos, aceptar
una negociación política con el adversario que posibilite la convivencia
democrática y una consulta a la voluntad popular que conduzca a definir si
seguimos como estamos o transitamos en paz hacia un cambio progresista e
inclusivo.
Quienes del lado oficialista han
apostado y justificado la exacerbada confrontación afirman que la división y el
odio social ya existían en los tiempos de la llamada cuarta república pero
estaban escondidos bajo una falsa paz. Cierto o no, la verdad es que haber
desatado y alimentado el resentimiento y el odio social nos ha traído a esta
vorágine que ha encrespado la conflictividad y amenaza con arrasar la identidad
pacifista, respetuosa, amigable y solidaria de los venezolanos. Habría sido
infinitamente mejor desplegar políticas destinadas a la verdadera inclusión y
reducción de la brecha social, capaces de convocar a toda la sociedad a
construir una Venezuela productiva y de oportunidades para todos por igual. De
este modo, los naturales odios y resentimientos que subyacen en cualquier
sociedad se habrían mantenido bajo control y encauzadas sus energías hacia
objetivos afirmativos, sublimes.
Lástima que quienes terminan
siendo presas del odio y el resentimiento no se juzgan con objetividad a sí
mismos, ni tampoco a sus correligionarios. Una capucha que cubra la cara de
alguien no significará lo mismo para un ultrarradical oficialista que para uno
opositor. La capucha será buena o mala, signo de cobardía o de heroísmo,
dependiendo de quién la porte. Si es uno de los míos es buena, si es de los
tuyos es mala. El llamado “escrache” es entonces un acto de justicia o de
terrorismo según lo aplique una turba mía o tuya, a uno de los míos o de los
tuyos.
El odio desatado termina por ser
irreflexivo y hacer irreflexivo a quien se contamina. Frente al odio no caben
argumentos ni razones, solo meras y primitivas pasiones.
Y tal es el odio promovido e
irradiado en Venezuela que ya no solo se practica de unos hacia otros, sino que
también prolifera en el seno de unos y de otros.
Una sociedad dividida por quienes
la gobiernan entre “patriotas” y “apátridas”, virtuosos y pecadores, honrados y
deshonestos, en fin, entre buenos y malos, es el terreno perfecto para la
eterna confrontación. El espacio ideal para el inexorable e infinito ojo por
ojo y diente por diente. Y para mayor desgracia, no solo en el escenario
virtual de las redes sociales.
@mario_villegas
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