Carlos Alberto Montaner 27 de agosto de 2019
@CarlosAMontane
Todo
sucedió el jueves pasado. Es sólo cuestión de unir los datos y extraer las
conclusiones. Los gringos, en su envidiable lenguaje de síntesis, le llaman
“connect the dots” .
The
Wall Street Journal publicó en su primera página que el gobierno de EEUU
hablaba con las facciones antimaduristas del régimen venezolano. Se refería, en
primer término, a Diosdado Cabello. El principal autor de la información fue
Jose de Córdoba, un notable periodista que no empeñaría su nombre en una
patraña sensacionalista.
Cabello
es un consumado negociante dispuesto a venderle el cadáver de su abuela a la
McDonald’s. Eso lo saben perfectamente los estrategas de Washington,
especialmente Mauricio Claver-Carone, el principal asesor de la Casa Blanca
para América Latina, o Comeniños, como lo designan los maduristas en su
paranoica jerga clandestina.
Simultáneamente,
la agencia Reuters publicó un extenso análisis de las relaciones militares entre
Cuba y Venezuela. Los papeles estaban basados en dos documentos firmados entre
Caracas y La Habana que demuestran algo que la académica María Werlau ha dicho,
explicado y sostenido mil veces: la Venezuela de Nicolás Maduro sólo se
sostiene gracias a la siniestra ayuda de la inteligencia y contrainteligencia
de la metrópolis cubana.
Esa
noche del jueves 22 de agosto se presentó en Miami, en la sede del
Interamerican Institute for Democracy, un libro escrito por su director
ejecutivo, Carlos Sánchez Berzaín, titulado Castrochavismo, cuyo subtítulo
revela y resume el contenido de la obra: “Crimen organizado en las Américas”.
Lo que, al mismo tiempo, sugiere la forma de enfrentarse a ese fenómeno
delictivo: recurrir a la Convención de Palermo para combatir las mafias.
CSB
sostiene que la cuestión ideológica ha pasado a un segundo plano y los países
del Socialismo del siglo XXI –Cuba, Venezuela, Nicaragua y Bolivia, puesto que
Ecuador se dio de baja del cártel tras la elección de Lenin Moreno– se dedican
al narcotráfico, la extorsión, el asesinato, la tortura y el apresamiento o
exilio de opositores.
Esas
actividades, que incluyen, si es necesario, la creación de “oposiciones
funcionales”, las ocultan tras un falso manto democrático creando las primeras
“dictaduras electorales con lenguaje de izquierda” que recuerda la historia del
continente.
Bruno
Rodríguez, el canciller cubano, niega (inútilmente) que Cuba se haya fagocitado
a Venezuela. ¿Cómo Cuba puede ser la cabeza de ese tinglado si se trata de una nación
muy pobre, totalmente improductiva, ocho veces más pequeña, de la que huyen
todos los que pueden, que ha vivido adosada a la URSS, a Venezuela, y que
sobrevive alquilando profesionales en el extranjero o de las migajas de las
remesas de sus cientos de miles de emigrantes?
Muy
sencillo. Cuba aprendió de la URSS cómo sujetar a un país por medio de sus
servicios militares. Entre 1960 y 1963 unos 40.000 interventores soviéticos
montaron en Cuba el satélite de Moscú. Cuba, además, cuando desapareció el subsidio
soviético, a partir de 1991, desarrolló un sistema de gobierno que
principalmente beneficia a los mandos uniformados: el Capitalismo Militar de
Estado.
Cuba
lo tenía todo: el salivero ideológico, el sistema económico y los operadores
satisfechos (los mandos militares), que garantizaban que el poder seguiría
siendo detentado por la cúpula dirigente permanentemente. No sólo vendían la
dictadura llave en mano: agregaban la asesoría militar para impedir que el
gobierno se escapara de las manos.
Naturalmente,
el “modelo cubano” significaba el empobrecimiento progresivo del país y la
“tugurización” o “haitinización” de la base de sustentación material, pero esas
circunstancias carecían de importancia para los que mandaban. Ellos podían
vivir en una burbuja artificial de comodidades y recursos.
Pero
lo más grave de esa pesadilla de pobreza y brutalidad es que el “modelo cubano”
tiene que crecer a expensas de otras sociedades. Cuba necesita exportar su
revolución para poder sobrevivir. Ese era el objetivo cubano del Foro de Sao
Paulo. La mercancía que ofrece a cambio es su propio ejemplo: 60 años de férreo
control de una pobre gente que ha perdido cualquier vestigio de libertad.
Ojalá
América Latina reaccione y sea capaz de “connect the dots”. En ello les va la
vida.
Carlos
Alberto Montaner
@CarlosAMontane
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