Trino Márquez 28 de agosto de 2019
@trinomarquezc
Fernando
Mires es uno de los intelectuales más respetados que han acompañado a la
oposición democrática venezolana durante las dos décadas de lucha contra la
hegemonía de Hugo Chávez y su fiduciario, Nicolás Maduro. Siempre polémico y
agudo, plantea observaciones críticas cuando lo considera conveniente.
Complacer o acomodarse en una zona de confort no es su estilo. Polis, su
revista digital, aunque aborda diversos temas y presenta procesos políticos en
diferentes regiones del planeta, constituye una referencia obligada para
entender lo que sucede en Venezuela.
En
su trabajo ¿Me permiten un par de objeciones?, Fernando comenta sendos
artículos escritos por Simón García, Barbados con corazón, y por este servidor,
Entre el centro político y la firmeza. Si bien coincide en lo fundamental con
lo planteado por Simón y por mí, señala en tono crítico una debilidad que le
encuentra a mi artículo. Dice Fernando, “¿Qué hacer si ese líder (se refiere a
Guaidó) deja en algún momento de representar los intereses e ideas de la
mayoría de sus seguidores? Márquez no da respuesta a esa pregunta: afirma
simplemente que hay que apoyar al líder sin cuestionar su política”.
Aunque
no creo que Guaidó haya dejado de “representar los intereses e ideas de la
mayoría de sus seguidores”, pues de haber ocurrido tal cosa, se habría
desplomado en las encuestas y sus giras por el país serían un fracaso, le
concedo la razón a Fernando: no cuestiono la política adoptada por Guaidó. Sus
observaciones me sirven para tratar, dentro de los límites de estos pocos
párrafos, el tema que coloca en la agenda.
Creo
que el punto más vulnerable de los dirigentes democráticos en la actualidad, se
halla en la inexistencia o fragilidad extrema de los partidos políticos en los
que militan. La destrucción de esas organizaciones se convirtió en una meta
deliberada del régimen a partir de 1999.
Lo
primero que hizo Chávez fue cortarles las fuentes de financiamiento público. Ya
las campañas electorales no serían costeadas con fondos del Estado, como había
sido la tradición durante décadas. Con esta medida las condujo al despeñadero,
en la forma de embudo: la oposición no recibiría fondos provenientes del
Tesoro, pero el Psuv tendría recursos ilimitados; podría disponer del
presupuesto nacional para sufragar todas sus actividades. Asimetría total.
De
allí, Chávez pasó a la demolición de lo que quedaba de AD y Copei. La tarea fue
sencilla. Ya Rafael Caldera y Luis Alfaro Ucero se habían encargado de minar
los cimientos de esas dos organizaciones. Luego se pasó a la persecución,
encarcelamiento, inhabilitación, asesinato y expulsión al exilio de los líderes
de los principales partidos emergentes. El ensañamiento fue contra Primero
Justicia, Voluntad Popular y Un Nuevo Tiempo. Toda organización que
representara un peligro era acorralada. En la actualidad los partidos políticos
son ficciones. De la actividad proselitista tan intensa que hubo en el pasado,
apenas quedan vestigios.
El
dato resulta crucial para entender lo que sucede en la actualidad. La política
a partir de la muerte de Juan Vicente Gómez, especialmente luego del
derrocamiento de Marcos Pérez Jiménez, estuvo asociada a organizaciones con un
fuerte sello leninista, aunque su orientación doctrinaria fuese socialdemócrata
o socialcristiana. Los partidos tenían una dirección nacional, direcciones
regionales y locales, comités de base. En toda la estructura organizativa se
debatían los lineamientos principales considerados en la dirección nacional.
Cuando era necesario, se convocaban asambleas nacionales o consejos
consultivos. La política económica, los planes de gobierno, las políticas
sectoriales, eran debatidos por esas agrupaciones. En sus mejores tiempos, los
partidos fueron organismos vivos muy dinámicos.
La
enorme complejidad de la sociedad estuvo vinculada, en gran medida, con el
ritmo frenético impuesto por los partidos políticos en numerosos planos. Hasta
líderes tan recios como Rómulo Betancourt tuvieron que acatar decisiones
acordadas por sus partidos, aunque ellos no las compartieran. Al mismísimo
Rafael Caldera, Copei le impuso la candidatura de Eduardo Fernández para las
elecciones de 1988. El programa de modernización de Carlos Andrés Pérez terminó
encallando, y el carismático Presidente al final salió del poder en 1993,
porque no logró convencer a su partido, AD, de las bondades de su propuesta.
Ahora,
esos partidos son un recuerdo del pasado. La antipolítica y el antipartidismo,
junto a los errores cometidos, los pulverizaron. A Guaidó y a los otros
dirigentes democráticos les toca actuar en medio de esta debilidad tan notoria.
La Política la diseñan y ejecutan esos dirigentes fuera de cuerpos
estructurados. Les da un gran peso a la intuición, a lo que indican las
encuestas, a lo que señalan las tendencias en tuiter y en el resto de las redes.
La debilidad organizativa les impone severas restricciones.
No
pretendo excusar a Guaidó de los errores que comete o pueda cometer. Solo
aspiro comprender el contexto en el que se mueve un líder surgido de forma
sorpresiva, que trata de eludir los obstáculos colocados por el régimen y por
núcleos recalcitrantes de un sector al que cuesta considerar opositor. La
Política tendrá que diseñarla y ejecutarla sin partidos sólidos. Ese es su gran
reto.
Trino
Márquez
@trinomarquezc
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