DW 27 de agosto de 2019
@dw_espanol
35
mil venezolanos cruzan la frontera con Colombia cada día. La mayoría, en busca
alimentos, y otros en busca de atención médica. A menudo con enfermedades
avanzadas y en estado de desnutrición.
Una
instantánea del Puente Simón Bolívar, en la frontera entre Venezuela y
Colombia, resume fielmente la desproporción de la crisis que atraviesa la
otrora potencia petrolera. Por ese lugar transitan a diario unas 35 mil
personas, según cifras oficiales. La gran mayoría va a Colombia en busca de
aquello que no logra conseguir en su país: principalmente, alimentos y
medicinas. De hecho, en La Parada, una suerte de mercado popular fronterizo, es
posible comprar medicamentos ilegalmente sin prescripción médica. Pero lo
cierto es que algunas enfermedades requieren mucho más que unas pastillas de
contrabando.
Por
esa razón, el hospital Erasmo Meoz, el principal centro de salud de Cúcuta, ha
visto crecer de manera exponencial la llegada de pacientes venezolanos desde
2015, cuando, por diferencias políticas con Bogotá, Nicolás Maduro ordenó por
primera vez el cierre de la frontera. En ese año, por ejemplo, el hospital
atendió a 556 enfermos venezolanos. En 2016, la cifra ascendió a 2.294, y en
2017 se duplicó hasta alcanzar los 5.856 casos. Las cifras de los últimos dos
años evidencian el deterioro acelerado de la crisis: en 2018 llegaron 14.349
pacientes, y tan solo en los primeros seis meses de 2019, ya se han registrado
8.834. Números que se traducen en un gasto adicional que ronda los veinte
millones de dólares para el Estado colombiano, y que en la ciudad de Cúcuta se
refleja también en la sobresaturación de los centros de salud.
"No hay colapso"
"La migración masiva de venezolanos es un
agravante para la sobreocupación de un hospital con las características de éste”,
afirma Juan Agustín Ramírez, gerente del hospital Erasmo Meoz. "Este es el
único hospital público de tercer nivel que hay en el departamento, es decir un
centro de salud de alta complejidad, y además es el único de segundo nivel que
hay en la ciudad de Cúcuta y en el área metropolitana. Entonces la causa de la
sobreocupación no solo es la migración, aunque ese es un agravante”, señala.
Pero a pesar de los números que su propio equipo ha
recabado, y que demuestran que el hospital trabaja al doble de su capacidad,
Ramírez afirma que la institución no está en situación de colapso.
"Si estuviéramos colapsados, como dicen algunos
medios, no podríamos seguir trabajando”, señala. Lo cierto es que el hospital
tiene una capacidad de 75 camillas, y sin embargo, actualmente en el centro
están recluidos unos ciento cincuenta pacientes. Condiciones que obligan al
personal médico a redoblar esfuerzos. En algunos casos, una sola enfermera debe
ocuparse de hasta 16 pacientes.
"Son unos apóstoles. Porque ellos, a pesar de esa
alta carga laboral, siguen poniendo un granito de arena para ser una válvula de
escape a esta bomba social que se le vino al departamento con la llegada de
nuestros hermanos venezolanos”, señala Ramírez.
Desnutrición, el otro flagelo
Cada mes, el hospital atiende a unos dos mil
venezolanos, lo cual representa un 30% del total de pacientes que llegan al
centro. Para atender la contingencia, y contando con el financiamiento de
USAID, en los espacios aledaños al Erasmo Meoz se instaló una carpa de
emergencia. Tiene capacidad para veinte personas, y aunque está concebida para
atender casos puntuales de urgencias, aquí los migrantes llegan con cáncer
avanzado, tuberculosis, VIH e insuficiencias renales. Pero más allá de los
distintos cuadros de salud, la mayoría presenta condiciones de desnutrición.
"Desafortunadamente, el problema económico viene
unido al problema de salud”, dice Jenny Peña, jefa del Servicio de Urgencias.
"Eso aumenta la problemática. Las condiciones nutricionales de la población
migrante están muy afectadas, y eso hace que tengan pocas posibilidades de
defenderse contra las enfermedades”, agrega.
Un claro ejemplo es Francisca Isabel Aponte, quien
llegó a Cúcuta hace dos meses. Atravesó Venezuela desde Villa de Cura, una ciudad
ubicada en el centro del país, a más de diez horas de distancia de la frontera
en ómnibus. Un largo trayecto en busca de la atención médica que no logró
conseguir en su ciudad. Padece de una hernia inguinal y luce notablemente
delgada. En Venezuela ofrecían operarla por 30 mil dólares en clínicas
privadas. Una suma absurda en un país donde el salario mínimo mensual ronda
apenas los tres dólares.
¿Por qué se vino? "Porque allá no hay nada",
dice Francisca. "No hay medicinas, no hay nada, y todo está muy caro. Y
las cosas que a uno le piden allá no se consiguen”, añade. Afirma que en el
Erasmo Meoz la han tratado muy bien. Sin embargo, no pierde la esperanza de
regresar a Venezuela algún día. "La situación se va a enderezar, y todos
podremos volver”, afirma.
Pero lejos del optimismo, lo real es que Cúcuta ha
terminado convertida en el hospital más cercano para miles de venezolanos. Un
drama que trasciende fronteras y que está lejos de llegar a su fin, pues
mientras en Caracas el juego político entre Maduro y la oposición permanezca
trancado, ellos estarán obligados a seguir cruzando este puente, no solo en
busca de alimentos, medicinas o trabajo, sino en líneas generales: en busca de
un futuro.
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