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jueves, 22 de agosto de 2019

Venezuela: a un año del genocidio laboral por @froilanbarriosf



Por Froilán Barrios


Irónicamente quienes dirigen el país luego de 20 años de gestión se ungieron como redentores de los trabajadores, siendo en realidad sus sepultureros, de hecho, la Constitución consagró en 1999 un amplio articulado en reconocimiento de los derechos laborales, que a la postre quedaron solo en eso, en enunciados violados en forma contumaz tanto por el prócer de Sabaneta como por su pupilo, el «presidente obrero» que lo superó en grado superlativo.

Las felonías contra los trabajadores y el movimiento sindical y gremial no tardaron mucho en manifestarse, inicialmente en los paros cívico laborales de 2002 y 2003 al despedir a más de 23.000 trabajadores petroleros, a gerentes, empleados y obreros sin pago alguno de prestaciones sociales, imponiendo un apartheid contra estos trabajadores al prohibirles el derecho al trabajo; luego, en 2004, se refrendó esta política fascista con el referéndum revocatorio presidencial, al despedir a más de 10.000 trabajadores en el sector público por firmar la solicitud de revocarle el mandato, instaurando con la Lista Tascón una cacería de brujas inspirada en la Inquisición medieval.

Nicolás no perdió tiempo y profundizó desde 2013 la faena de destrucción del mundo del trabajo,  intensificada el 19 de agosto de 2018 con su pomposo “Programa de recuperación de la estabilidad monetaria, fiscal, de la estabilidad del sistema de precios, de la senda de la producción y del crecimiento sostenido, sustentable de las fuerzas productivas, con el que se recuperaría el poder adquisitivo”. Entonces implantó la reconversión monetaria del pulverizado bolívar fuerte al bolívar soberano, estableciendo un salario de 1.800 bolívares anclado al valor del petro.

Vendió una vez más espejismos a los trabajadores al anunciar que el salario mínimo equivaldría medio petro, es decir 30 dólares, lo que evolucionaría acorde a las condiciones del mercado y la rentabilidad petrolera. En las primeras de cambio, en septiembre de 2018, generó ilusiones que fueron trastocadas con la realidad del mercado al reconvertirse las prestaciones sociales en polvo cósmico, al trocarse 25 y 30 años de trabajo en cantidades irrisorias sin ningún poder adquisitivo con el nuevo bolívar soberano.


Peores suertes corrieron los contratos colectivos de empresas privadas, de empresas del Estado y de la administración pública nacional y descentralizada, pues el cambio al nuevo cono monetario aplanó todas las escalas salariales. Colocó el salario mínimo de 1.800 bolívares como referencia del mercado al establecer los topes entre el nivel mínimo y el máximo de la escala, de 1 a 3 salarios mínimos.

Del resto se encargó la inflación de 7 dígitos. A lo largo de un año el programa económico de Maduro resultó un fiasco y un rotundo fracaso, ya que ni estabilizó el sistema de precios ni aumentó la producción, ni estableció un equilibrio fiscal; por el contrario, pulverizó el salario, degeneró in extremis las condiciones de vida de la población ante la caída brutal de los servicios públicos, incentivó la estampida de millones de venezolanos y la pobreza de alrededor de 85% de los habitantes de este país. Es tal la saña del mandatario proletario que agregó a la miseria popular el aumento del IVA a los alimentos del 12% al 16%.

En resumen, los datos son lapidarios. Hoy el salario mínimo -de mantenerse su equivalencia a medio petro- debería ser 480.000 bolívares, el resultado de multiplicarlo por la cotización actual del dólar paralelo, y no la risible cantidad de 40.000 bolívares. Si se compara el salario mínimo actual con el monto de la canasta alimentaria según la Cámara de Comercio de Maracaibo, 3.300.000 bolívares, se desenmascara a tan solo un año la estafa del gobernante más repudiado de nuestra historia, por haber arruinado a un país y su gente.

El caradurismo del «presidente obrero” pretenderá justificar la peor gestión de cualquier mandatario de nuestra historia republicana con los rayados argumentos del bloqueo y las sanciones imperiales, cuando lo cierto del caso es que su paquete de muerte y destrucción convirtió a Venezuela en una tierra de zombis, de famélicos y depauperados, cuya única esperanza es irse del país antes de que este se hunda en su totalidad.

21-08-19




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