Juan Pablo Espinosa Arce 17 de agosto de 2019
@juanpirancagua
Francisco
habla situadamente. Hay un lugar vital desde el cual actúa,
piensa, articula su pensamiento teológico y pastoral. Hay una situación desde
la cual hace experiencia de Dios y vive la fe en el mundo. Francisco es hijo de
un entrecruces de teologías, de formas de pensar y de anunciar a Dios, de ser
creyentes en comunión con la Iglesia.
A
propósito de esto, Walter Kasper[1] en una obra que presenta a Francisco
como el signo de la revolución de la ternura y el amor, habla de
que en él acontece un “encuadramiento en la historia de la teología”, la cual
aparece como la suma de su procedencia geográfica, cultural y teológica. Kasper
recuerda que Francisco proviene de una gran ciudad latinoamericana (Buenos
Aires), que está encarnado en la cultura de los pobladores, de los gauchos y
del cruce con emigrantes europeos, sobre todo italianos. Que sabe y conoce de
las periferias, de las “villas miseria” y de los sufrimientos, alegrías y
esperanzas de los pobladores. Y, comenta Kasper que “solo sobre este trasfondo
puede entenderse la teología que ha dejado su impronta en el papa Francisco”[2].
El
principal maestro teológico de Bergoglio – Francisco fue el sacerdote argentino
Lucio Gera (1914-2012), quien se conoce como el padre de la teología argentina,
la llamada teología del pueblo. Virginia Azcuy considera que
Gera “antes que el iniciador de una corriente o línea de teología
latinoamericana, fue un teólogo pionero”[3]. Gera, a lo largo de su
quehacer teológico, tiene como eje transversal el contexto de pobreza y de
opresión que aflige al continente latinoamericano. Con ello, la teología
argentina del pueblo está emparentada con la reflexión operada por la teología
de la liberación en América Latina.
Pero,
¿qué es lo propio de la teología argentina del pueblo? Azcuy comenta
que “la teología del pueblo nació en un contexto determinado, como
teología situada que brota de una realidad histórica concreta, como reflexión
que busca discernir los signos de Dios en los tiempos del país. En efecto, la
experiencia histórica argentina y sus movimientos populares se encuentran en
primer lugar entre los grandes cauces que inspiran el interés por el pueblo, su
cultura y su religiosidad en esta teología”[4].
Los
elementos que asume la teología del pueblo como mediaciones para pensar la fe,
son la historia y la cultura del pueblo, el éthos que une a los habitantes de
un país. Por ello, la teología del pueblo puede comprenderse como una teología
contextual de la cultura propia de la nación argentina en particular y de los
pueblos latinoamericanos en general. En ella, el concepto de pueblo y cultura
son elementos decisivos, y son asumidos contantemente por Francisco. Así por
ejemplo en Evangelii Gaudium dedica un largo apartado a pensar
cómo el anuncio del Evangelio lo debe realizar todo el Pueblo de Dios. Este
pueblo “es para todos” (EG 112-114), tiene “muchos rostros” (EG 115-118), en él
somos “todos discípulos misioneros” (EG 119-121) y este discipulado misionero
posee a la piedad popular como “fuerza evangelizadora” (EG 122-126).
Por
ello, y como comenta Kasper, lo que busca la teología argentina “más que
adoctrinar al pueblo, lo que quiere es escuchar la sabiduría del pueblo”[5]. A nuestro entender esto es clave para
pensar el cómo de la teología que Francisco realiza y cuál es la teología que
él invita a realizar: una teología de la escucha de la cultura, una reflexión
de fe que, naciendo en una situación determinada, pueda provocar una síntesis
de la fe, la vida y la cultura propia para desde dicha síntesis recrear
vivamente el Evangelio. La teología no puede desconocer la sabiduría del
pueblo, ya que terminaría afincándose en una reflexión de manuales y no en un
pensamiento que se hace vida, espiritualidad y compromiso histórico.
A
propósito de ello, y con ocasión del Centenario de la Facultad de Teología de
la Universidad Católica de Argentina (UCA), el Papa Francisco escribe una carta
al Cardenal Mario Aurelio Poli, Gran Canciller de la (UCA) en la cual sostiene:
“enseñar
y estudiar teología significa vivir en una frontera, esa en la que el Evangelio
encuentra las necesidades de las personas a las que se anuncia, de manera
comprensible y significativa. Debemos guardamos de una teología que se agota en
la disputa académica o que contempla la humanidad desde un castillo de cristal.
Se aprende para vivir: teología y santidad son un binomio inseparable”[6].
Aparece
con fuerza la idea de que la teología, tal como la comprende Francisco en
sintonía con los planteamientos de la teología del pueblo y con la teología
latinoamericana que lo ha inspirado, es una que se entiende como una
experiencia de vida realizada en la frontera, en las periferias, en la calle y
en medio del pueblo y su cultura. Hacer teología exige que el y la creyente que
han acogido esta vocación y carisma puedan tener “un oído en el pueblo” (Cf. EG
154). Una teología auténticamente cristiana es aquella que es capaz de
reconocer cómo Dios está actuando salvíficamente en medio de las culturas y de
las dinámicas propias del pueblo.
Francisco,
comenta Juan Carlos Scannone, “no sólo se basa en muchos planteos en la
teología del pueblo, sino que ahonda por su cuenta, avanzando sistemáticamente
en algunos puntos clave”[7]. Las claves que Francisco asume de la
teología argentina del pueblo y que Scannone reconoce son: el pueblo como
categoría fundamental la cual ha sido fundamental en la historia
latinoamericana como fruto de la recepción de la sociología liberal y marxista;
en segundo lugar la evangelización como inculturación, temática presente tanto
en el Evangelii Nuntiandi de Pablo VI (1975) como en el
Documento de Puebla (1979), la opción preferencial por los pobres y la piedad
popular entendida como lugar teológico.
Junto
con la teología argentina del pueblo, un dato no menor es señalar que Francisco
es el primer Papa que no participó del Concilio Vaticano II. En él acontece lo
que se conoce como la recepción de la palabra del Concilio. Él
es hijo de toda la renovación eclesial que se produjo gracias a este
acontecimiento eclesial y creemos que la recepción es actualizada creativamente
en su praxis pastoral, eclesial y en la forma de comprender la teología.
Francisco, a propósito del Concilio, sostiene en Misericordiae Vultus que
la Iglesia debe mantener vivo el espíritu de este evento ya que “con aquel
se iniciaba un nuevo periodo de su historia. Los Padres reunidos en el Concilio
habían percibido intensamente, como un verdadero soplo del Espíritu, la
exigencia de hablar de Dios a los hombres de su tiempo en un modo más comprensible.
Derrumbadas las murallas que por mucho tiempo habían recluido a la Iglesia en
una ciudadela privilegiada, había llegado el tiempo de anunciar el Evangelio de
un modo nuevo” (MV 4).
Creemos
que la mención de la exigencia de articular un nuevo lenguaje teológico, de
provocar una renovación en el testimonio de la fe y de la Tradición de la
Iglesia, constituye un desafío siempre nuevo para quienes hemos acogido la
vocación teológica. Nuestra enseñanza que es la enseñanza del Evangelio
transmitida por la Iglesia, debe provocar que nuestros nuevos interlocutores
puedan reconocer en ella un motivo de esperanza, una fuente de alegría.
Por
ello, Francisco en su diálogo con el Comité de Coordinación del CELAM en Río de
Janeiro comenta, a propósito del Concilio, que es necesario renovar la praxis
eclesial asumiendo que en una misma comunidad cohabitan múltiples imaginarios
colectivos que van conformando las ciudades. Es por esta pluralidad y por esta
apertura verdaderamente universal provocada Concilio que no podemos mantenernos
en el paradigma de la misma cultura de siempre. Si la cultura es plural hay que
reconocer que dicha pluralidad constituye el espacio en el que Dios actúa y que
por ende la pluralidad no es una amenaza para la teología, sino una oportunidad
que se ha de aprovechar y discernir[8]. Por ello sostiene Francisco que “Dios
está en todas partes: hay que saber descubrirlo para poder anunciarlo en el
idioma de esa cultura; y cada realidad, cada idioma, tiene un ritmo diverso”[9].
Francisco,
con su palabra profética y su praxis teológico-pastoral, está marcando pautas
de acción claves en esta hora de la Iglesia. Pero como sosteníamos al comienzo
de ésta contribución, dichas pistas no están “en el aire”, sino que está
contextualizadas, situadas eclesial, social, teológicas y culturalmente.
Francisco habla desde la Diócesis de Roma en sintonía con su tierra
latinoamericana. Habla con su acento argentino, con los modismos coloquiales
del pastor de la villa miseria, con los acentos de la Iglesia y su tradición,
con la ternura del padre que se preocupa de los hijos que se le confían. El
entrecruce de teologías nos ayuda a percibir cómo la misma reflexión de la fe
debe constituir un proceso intercultural e intereclesial que tenga como
objetivo último el servicio al mundo.
[1] Walter
Kasper, El Papa Francisco: revolución de la ternura y el amor. Raíces
teológicas y perspectivas pastorales (Sal Terrae, Argentina: 2015),
31.
[3] Virginia
Azcuy, “Introducción”, en Lucio Gera, La teología argentina del pueblo
(Edición de Virginia Azcuy), (Editorial Universidad Alberto Hurtado,
Chile: 2015), 9.
[6] Papa
Francisco (2015), Carta al Gran Canciller de la Pontificia Universidad
Católica Argentina en el Centenario de la Facultad de Teología,
(03-03-2015). Recuperada el 19 de Octubre de 2016 de
https://w2.vatican.va/content/francesco/es/letters/2015/documents/papa-francesco_20150303_lettera-universita-cattolica-argentina.html
[7] Juan
Carlos Scannone, “El papa Francisco ¿teólogo del pueblo?”, en Criterio 2414
(2015), 44-47, 44.
[8] A
propósito del pluralismo, Jorge Mario Bergoglio escribe en 1984 el
artículo “Sobre pluralismo teológico y eclesiología latinoamericana”
aparecido originalmente en la Revista Stromata 40 (1984), y
reeditado por la Revista Humanitas con el título “El
pluralismo teológico” 79 (2015) 458-475. En este artículo Bergoglio
reconoce cómo los múltiples métodos teológicos, que deben ser discernidos a la
luz de la Palabra de Dios y de la Tradición de la Iglesia, deben provocar un
camino pedagógico de fe. En ella “hay una reserva, una renuncia, un dejar hacer
al Dios que habla. A través de este “dar-cabida” a la pluralidad de la Palabra,
el creyente comienza a vislumbrar el sentido de las palabras que Dios
pronuncia” (p.461). Además comenta que el legítimo pluralismo y la necesaria
unidad de la fe se juegan en la pertenencia a la Iglesia, que se viva en
comunión con ella. Por ello, una teología que responda por la pluralidad de
métodos y por la conciencia de la única fe debe considerar tres elementos: la
referencia constante a la Sagrada Escritura como fundamento de toda teología
(Cf. DV 22), en segundo lugar, el conocimiento de las grandes tradiciones
cristianas y, en tercer lugar, la comprensión actual del hombre y del mundo. En
vistas a ello se proyectará un sano “proceso de actualización y traducción de
la fe” (p.466), el cual debe tener en cuenta las mediaciones históricas y de
lograr un sano equilibrio entre la tradición de ayer y el hoy. Esto se genera
solamente mediante el diálogo y el sentido de pertenencia a la comunidad
creyente. Con ello, la teología adquiere un profundo sentido eclesial.
[9] Papa
Francisco (2014a), “Encuentro con el Comité de Coordinación del CELAM. Viaje
apostólico a Río de Janeiro con ocasión de la XXVIII Jornada Mundial de la
Juventud. Centro de Estudios de Sumaré, Río de Janeiro. Domingo, 28 de julio de
2013”, en Papa Francisco: Una Iglesia de todos. Mis reflexiones para un
tiempo nuevo, (Espasa-Planeta: Argentina, 2014) 416-422, 418.
Tomado
de: http://www.teologiahoy.com/secciones/iglesia-en-salida/entrecruces-de-teologias-en-el-papa-francisco
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