Por Fernando Pereira
El día del Padre fue el
espacio para tener contacto con el hijo adolescente de una prima a
quien no veía hace tiempo. “Un estudiante de mi colegio se suicidó hace unos
meses” me espetó sabiendo de qué va mi trabajo. La conversación con él y su
mamá me evidenció que los centros educativos no saben qué hacer cuando se
presentan estos hechos.
Cuando
el suicidio nos muestra el rostro nos quedamos sin palabras, reina la
confusión, muchas veces paralizados, en las familias, instituciones, sociedad.
El estigma rodea a las personas involucradas en el fenómeno constituyéndose en
una barrera para prevenir y abordar la situación.
No tenemos
cifras actualizadas de este fenómeno en Venezuela (como de ningún otro);
pero es un hecho que la Organización Mundial de la Salud viene
alertando sobre el aumento de adolescentes y jóvenes víctimas. La tasa promedio
mundial de suicidio es de 11,4 por 100 mil habitantes, siendo el doble en hombres
que en mujeres. A nivel mundial el suicidio es la segunda causa de
muerte en personas de 15 a 29 años. Se estima que por cada muerte por
lesiones autoinfligidas hay 20 intentos de suicidio y unas 50 personas con
ideación suicida.
El silencio se ha
planteado como estrategia ante la idea de que al hablar se le está dando ideas
a los muchachos; sin embargo, cada vez más los muchachos tienen acceso a una
gama de información en redes o series como “Por 13 Razones” en Netflix
Por causalidades me llegó la Guía “Recomendaciones
para la prevención de conductas suicidas en establecimientos educativos”
del Ministerio de Salud de Chile. Excelente documento para esclarecer mis
propias dudas, temores y prejuicios.
Parte de develar
los mitos imperantes: “Si realmente quiere hacerlo no lo dice” “Es
mejor mantener en secreto los deseos suicidas de alguien” “Quien dice que lo va
a hacer no lo hace” “Lo que intentan es llamar la atención” “Si de verdad se
quisiera morir hubiera elegido un método más letal” “Solo especialistas pueden
ayudar en esos momentos” “Si le preguntas le puedes dar la idea” “Toda persona
que se suicida está deprimida” “Si mejoró de una crisis suicida no corre el
riesgo de recaer” “Si intentó una vez querrá intentarlo siempre”
Desentrañar los mitos para
que devengan en realidades implica conversar, analizar, comunicarse. Parten de
la idea de que es mejor no hablar de ese tema para no abrir “la caja de
Pandora” solo nos lleva a prolongar el sufrimiento que padece el adolescente
con ideas suicidas. De ahí que en el país austral consideren a los centros
educativos como claves:
“Los establecimientos
educacionales son uno de los contextos más importantes durante la niñez y
adolescencia, ya que es ahí donde se llevan a cabo la mayor parte de las
interacciones sociales y cotidianas. Así, son un ámbito propicio y estratégico
para promover la salud mental, fomentar estilos de vida saludables, y aprender
a convivir sanamente con otros, como también para propiciar estrategias para
sobrellevar el estrés y prevenir conductas de riesgo para la salud”.
Suicidio y factores de
riesgo
No se trata de hablarlo por
hablarlo o como sea. Implica un esfuerzo de prepararse con especialistas en la
materia. La guía en cuestión muestra la ruta y los protocolos a aplicar:
conocer las conductas suicidas, los mitos instalados, identificar factores
de riesgo ambientales, familiares, individuales (estudiantes pertenecientes
a minorías, migrantes, víctimas de acoso, discriminación, LGBTI); factores de
protección a potenciar; las alertas directas (búsqueda en internet de
información sobre el tema, formas de quitarse la vida; manifestar deseo de
hacerlo; enviar cartas de despedida, videos…); alertas indirectas (aislamiento,
retraimiento, cambio marcado de hábitos sociales, patrones de alimentación,
sueño, bajo rendimiento escolar…) y qué hacer, cuáles son los componentes
fundamentales para poner en marcha un plan de prevención de conductas suicidas.
Luce fundamental la creación
de un clima escolar protector donde los estudiantes se sientan
aceptados. La prevención del acoso escolar y discriminación. El fortalecimiento
de espacios para la participación estudiantil. La alfabetización en salud
mental y en el desarrollo de habilidades sociales. La identificación de
estudiantes en riesgo y la preparación del personal docente para saber qué
hacer al hablar con el estudiante, su familia, compañeros de clases. El trabajo
coordinado con personal de salud mental en la zona es fundamental.
Hay que remitir los casos para ser atendidos por los especialistas.
Igualmente hay que anticipar qué hacer si en el centro educativo se
presenta un intento fallido o un caso consumado (durante y después del evento)
teniendo presente el evitar un efecto contagio entre los estudiantes.
Las comunidades educativas
que han sufrido un suicidio dan cuenta del gran dolor que produce. Dolor
proporcional al que sufrió ese estudiante que sintió no valía la pena seguir
viviendo. Dolor que nos debe inspirar a prepararnos a apoyar y no dejar que el
silencio y aislamiento se sigan imponiendo.
29-08-19
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