Gonzalo González 21 de agosto de 2019
En los
veinte años de régimen chavista, los venezolanos hemos experimentado
situaciones y problemas que creíamos de improbable ocurrencia o repetición, a
tal punto que pocas cosas sorprenden y la conseja de que “cualquier cosa puede
ocurrir” es de amplia aceptación; ello pasa con las sanciones impuestas por los
Estados Unidos y otros Estados a la nomenclatura chavista y al Gobierno.
Cómo
venezolano deploro la existencia de las sanciones; pero algo inconveniente,
para otros, hemos debido hacer para que un expediente de tal magnitud y
gravedad se esté aplicando y por los vientos que soplan se incrementarán las
mismas de no mediar un cambio político significativo en el corto plazo.
El
problema de fondo para los venezolanos no es si estamos o no de acuerdo con las
sanciones. Su existencia no depende, o lo hace poco, de nuestra voluntad porque
hemos venido cediendo a otros, más allá de lo que obliga la globalización y
nuestra conveniencia, cuotas importantes de soberanía; en otras palabras, la
capacidad endógena de afrontar y resolver nuestros problemas como Estado y
sociedad.
Hipotecamos
parte sustancial de nuestro destino a los intereses de otros Estados cuando
nuestros conflictos entran en el terreno de la confrontación geopolítica
internacional
Hay
que remontarse más de cien años, a los tiempos del dictador Cipriano Castro
(personaje celebrado por el chavismo), para encontrar una situación en la cual
los destinos de la nación estuvieron en manos de otros Estados.
La
situación descrita es consecuencia de la intención, bastante avanzada por
demás, de instaurar un proyecto político demostradamente atrasado, fracasado y
claramente contrario a los intereses nacionales de Venezuela en su conjunto y
de sus ciudadanos tal y como lo demuestra la crisis en progreso y el retroceso
colosal en todos los índices civilizatorios que padece el país.
El
chavismo, desde sus inicios en el poder, se dedicó a construir alianzas, que
denominó estratégicas, con Estados autoritarios o francamente dictatoriales o
forajidos en donde la democracia es un remedo y los Derechos Humanos no se
observan; también con organizaciones señaladas como terroristas y/o incursas en
el crimen organizado.
Esa
política, hija de la desmesura del chavismo, tarde o temprano iba a tener
repercusiones porque afectaban los intereses nacionales y de seguridad de la
comunidad internacional democrática
Hay
quienes cuestionan la eficacia de las sanciones para generar cambios positivos
y acuden a diversos casos para sustentar su posición. La experiencia
internacional demuestra que el asunto es más complejo y diverso: en algunos
casos no han funcionado, pero en otros sí.
Algo
debe estar ocurriendo con las sanciones dentro de la nomenclatura roja que los
hace anteponer el levantamiento de las mismas para avanzar en cualquier
acuerdo. Predicamento que es público y también –según algunos, supuestamente
bien informados– esgrimido en las actuales conversaciones facilitadas por
Noruega.
Según
diferentes y recientes mediciones de opinión el uso del tema de las sanciones
responsables de las penurias socio-económicas de la población, que enarbola el
discurso chavista carece de eficacia en la opinión y el sentimiento de la
mayoría de la población.
No
puedo concluir estas notas sin referirme a las consecuencias para nosotros de
la muy probable victoria del peronismo en las elecciones generales en Argentina
a celebrarse en octubre de este año. La principal de ellas es que, en el mejor
de los casos, el Estado Argentino cambiará su activa y militante actitud y
acción a favor de la restitución del orden constitucional en Venezuela por la
de no injerencia, actitud similar a la postura mexicana y con los matices del
caso a la uruguaya.
Gonzalo
González
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico