Por Piero Trepiccione
Hace algún tiempo no muy
lejano, la representante de la política exterior de la Unión
Europea, Federica Mogherini, definió la situación particular que atraviesa
Venezuela como “problema global”; ante lo cual, algunos voceros diplomáticos
reaccionaron señalando que era una verdadera “exageración” el calificativo que
había utilizado. Apenas unos meses después el tiempo le ha dado la razón.
La crisis política y
económica que atraviesa Venezuela en la actualidad no solo tiene
repercusiones a nivel de su población e instituciones sino en toda
la región e inclusive, en el hemisferio occidental. El fenómeno
migratorio exacerbado en los últimos años más las afinidades ideológicas promovidas
por la revolución bolivariana en el continente y fuera de él, han sido factores
de desestabilización y retroceso en el ámbito de la calidad de la democracia y
el funcionamiento de las instituciones. Sin mucho que añadir sobre los
potenciales riesgos en materia de servicios públicos que los países receptores
de los migrantes venezolanos ya acumulan en su funcionamiento interno. Tal
situación nos ubica junto a Siria y la migración subsahariana a Europa, como
los grandes desafíos geopolíticos y geoestratégicos del siglo
veintiuno. Un problema global
No se ha quedado corta
entonces la definición aportada por Mogherini al contexto diplomático mundial.
No solo eso sino que los países de la Unión Europea más los Estados Unidos y el
denominado grupo de Lima, han asuposturas de alto nivel mido y atención
para viabilizar una salida digna al conflicto venezolano. El grupo de contacto
más las sanciones más la petición expresa al gobierno de Oslo para
intermediar, constituyen herramientas claves que dan respuesta a la definición
“mogheriana”.
El problema es que los más
de veinte años de polarización extrema en Venezuela han sembrado de
desconfianza la interrelación entre los actores del liderazgo político
nacional. Lo hemos visto en escenarios previos de negociación entre las partes.
El último y más emblemático ha sido el de República Dominicana. Ahora en Oslo
y Barbados, las cosas no han mejorado. Ha sido extremadamente difícil la
mediación entre actores que no guardan la mínima prudencia diplomática para
abordar conversaciones a ese nivel. Tanto así que la representación diplomática
de Nicolás Maduro se ha levantado de la mesa. Aunque no es definitiva
esa posición y Oslo se ha movido fuertemente esta semana para reactivar la
negociación, no existen garantías certeras para que pueda retomarse.
El problema sigue su curso
En paralelo, las crisis
económica y política siguen su curso. La primera, tumbando drásticamente
los indicadores sociales y deteriorando la calidad de vida de millones de
venezolanos obligándolos a buscar mejores rumbos por cualquier rincón del
continente que ya comienza a poner trabas burocráticas en aras de ralentizar el
fenómeno. Y la segunda, desconectando sentimentalmente a una población que
creyó a pies juntillas en un altísimo porcentaje, en un proyecto político que
no supo garantizar integralmente las respuestas necesarias a las demandas
ciudadanas, originando una seria crisis de representatividad y legitimidad del
liderazgo de la nación y del Estado.
Vale decir entonces, que el
tiempo social sigue siendo una especie de volcán a punto de erupción mientras
que el tiempo político solo recoge las inquietudes e intereses
geopolíticos más diversos que se mueven según su propio método o con
teoría de juegos o con teoría de dramas pero apuntalando sus propias dinámicas
y realidades. En suma, poner el “caldo morao” como se dice en Venezuela puede
salirle muy caro a las apuestas que el grupo en el poder y algunos países
extra-hemisféricos están haciendo para alargar la letanía.
18-08-19
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