Por Ramón Guillermo Aveledo
Que la democracia haya
triunfado en el mundo, principalmente por el fracaso de sus competidores, no
quiere decir que esté libre de amenazas. Se la reta desde dentro y desde fuera.
Cada día se le exige revalidar su vigencia, renovar su legitimidad
En los climas de
polarización y crispación, el centro, donde se mueve la mayoría de la sociedad
y sus opiniones, se difumina y a pesar de su condición mayoritaria en la
sociedad, retrocede en eficacia política. Es de reciente publicación el libro
de William Davies Nervous States, acerca de la democracia cuando declina
la razón, en cuya reseña para el diario londinense The Guardian David
Runciman, subraya que vivimos en un tiempo cada vez más emocional. Ruciman a su
vez, es autor de un provocativo texto titulado “Cómo terminan las democracias”,
escrito según el análisis de la London School of Economics en tono
“escéptico, pero no pesimista”. Escepticismo sin pesimismo es siempre una
saludable combinación.
La democracia es retada,
sobre todo desde dentro. Unos porque no la comprenden y ponen a prueba
insensatamente la resistencia de sus materiales y sus estructuras, o por
quienes no renuncian a sustituirla por alguna forma de autoridad antipolítica.
Pero también por la necesidad de corregirse, por su relativa lentitud para
adaptarse y sus dificultades para anticiparse.
Otra fuente de retos, acaso
más potente y más compleja, proviene de los cambios sociales y la velocidad con
que se desencadenan, así como la fuerza con la cual pueden insurgir. Estos
desafíos, la verdad, lo son para toda forma de gobierno y, en último caso, de
autoridad, pero la democracia es susceptible de ser más afectada porque está
más expuesta, dado que su condición natural y, podríamos decir, su ecosistema
es la libertad.
Quienes se apresuran a
anunciar su deceso y proponen nuevas formas de organización del poder
inacabadas en su diseño, pasan por alto datos esenciales. El “Demos”, el
pueblo, ya no es lo que solía ser, es más complejo. Constantemente (in)surgen
expresiones del pluralismo social que exigen reconocimiento. El “cratos”
tampoco y cada vez exige cambios nuevos, o nuevos modos de enfrentar con
creatividad y eficacia, los mismos retos de siempre. Las pruebas clásicas
de Il bene di tutti, el bien común del mural de Ambroggio Lorenzetti en
el Palazzo Pubblico de Siena: prudencia, fortaleza, paz en un
buen gobierno de magnanimidad, templanza y justicia que resultan para la
sociedad en oportunidades de trabajo, prosperidad, felicidad.
27-08-19
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