Tulio Ramírez 19 de agosto de 2019
El
chavismo es como aquellos juegos de ferias de pueblo que exigen del
participante estar atento ante una consola con ocho huecos de donde salen
aleatoriamente cabezas de muñecos. Al saltar una hay que darle un certero
batazo para obtener los puntos necesarios y ganarse el osito de peluche. Cada
cierto tiempo, el chavismo nos enseña una de esas cabezas. Si no estamos
alertas para golpearlas donde Dios manda, se nos instala en nuestra vida
cotidiana y hasta normalizamos su presencia.
Esas
cabezas pueden tener variadas formas. Una de ellas se expresa a través de los
miles de decretos, resoluciones, instructivos y normas que surgen como conejos
de la chistera de los magos. Mientras estamos tratando de comprender una,
aparece la otra contradiciéndola, ampliándola o todo lo contrario. Otras son
las frases o eslóganes que se acuñan para generar una semántica institucional
que se enreda como telaraña en el inconsciente colectivo. Su objetivo,
sustituir el sentido común y el pensamiento racional. Sobre esto quiero
aburrirlos con algunas reflexiones.
Siempre
me ha llamado la atención la manera como el chavismo utiliza los códigos para
comunicarse. Desde los primeros momentos Chávez se encargó de hacer repetir
entre sus seguidores, frases que inventaba o que importaba de otras realidades
y situaciones. Con el tiempo se convirtieron en slogan publicitarios que a
fuerza de repetirse se adhirieron al vocabulario chavista.
Una de
las primeras fueron las infortunadas “con hambre y sin empleo con Chávez me
resteo” y “ser rico es malo”. Fue una manera inteligente de convertir uno
pésimos resultados de política económica en un grito de guerra victorioso.
Vender la idea de que más puede la ideología que la vida misma, allanó el
camino para las adhesiones viscerales, acríticas y hasta sadomasoquistas. Así
fue como, de movimiento libertario, el chavismo se fue convirtiendo en una
secta fanatizada en torno a un líder carismático con altos niveles de
hipocresía. Pedía a los demás, sacrificios que nunca estuvo dispuesto a hacer.
Históricamente
estos mantras semánticos fueron recursos para la manipulación política de masas
obnubiladas por liderazgos mesiánicos. Estas frases persuasivas y motivadoras
tienden a sustituir el pensamiento propio por recetas verbales que justifican
todo pero no explican nada. Ellas se instalan en el inconsciente de las mentes
frágiles y sirven para explicar y justificar los fracasos de estos regímenes.
Son
una suerte de gríngolas ideológicas que impiden ver a los lados y mucho menos
el lado del otro. Lo grave es cuando estas fórmulas exitosas que economizan
pensamiento, prenden en sectores ciertos opositores. Esto se verifica cuando
nuestro lenguaje se confunde con el del liderazgo opresor y comenzamos a hablar
con sus mismos códigos.
Estaba
en medio de estas reflexiones cuando me llega al buzón de mi computadora un
correo de un colega de la universidad. En el mismo me pregunta que ando
haciendo en estas vacaciones. Le respondo “Aquí, pensando y escribiendo
pendejadas”. Me pidió que al terminarlas de escribir se las enviara porque
estaba aburrido de tanto pelear con la mujer.
Una
vez escritas se las envié. Me interesaba su ojo crítico y filosófico. Al rato
me responde afirmando que tengo toda la razón, que “el lenguaje del régimen ha
permeado aguas abajo y se está utilizando de manera masiva”. El ejemplo que me
da es que llegando en la madrugada y con unos palos encima, su mujer lo recibió
gritándole “¡otra vez la misma vaina!, esto no es vida, anda a dormir tu
borrachera lejos de mí. Mamá siempre lo dijo, ¡eres un gusano despreciable!”.
Remata con esta perla, “fíjate, estoy seguro que eso nunca se lo dijo mi
suegra, eso se lo copió de Maduro”. La verdad, así no se puede.
Tulio
Ramírez
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