Paulina Gamus 23 de octubre de 2022
Tomo
prestado el título de la muy laureada
película (cuatro Oscar, dos Globos de Oro y tres Bafta) de los
hermanos Joel y Ethan Coen, cuyo argumento nada tiene que ver con lo que
escribiré a continuación. La única relación —además del título— es que se
trata de un western y es esa, en cierto modo, la
vida que hemos tenido los venezolanos en los últimos 23 años con la
particularidad de que en los western clásicos siempre ganan
los «muchachos» y en el venezolano ganaron los bandidos.
Comenzaré con una pregunta a la que trataré de encontrar respuestas: ¿quién es viejo? Depende del país y del sexo. La primera vez que un conductor, molesto por alguna maniobra que hice con mi vehículo, me gritó ¡Vieja! yo tendría unos 35 años de edad. Luego, en la actividad política, aspiré a la dirección nacional de mi partido Acción Democrática cuando tenía 45 años. Humberto Celli, de AD y Eduardo Fernández, de Copei eran dos años más jóvenes que yo. Para el común, ellos eran la generación de relevo, yo era «la vieja Gamus». Pero mi pregunta aún no tiene respuesta. ¿Quién es viejo?
El
expresidente uruguayo José Mujica, por ejemplo, se acaba de declarar no solo
anciano sino casi terminal. En el reciente foro «El reto social de América
latina», declaró: «No soy otra cosa que un anciano con consciencia
de que se va, pertenezco a un tiempo que se va». Mujica tiene 87 año, pero
tenía 80 cuando terminó su mandato en 2015.
Rafael
Caldera tenía 78 cuando comenzó su segunda presidencia en 1994 y estoy segura
de que en ningún momento sintió que su edad era un impedimento para ejercerla.
Otra cosa es lo que pensaran los demás y esa es quizá la respuesta a mi
pregunta: viejo es aquel que se siente viejo y no aquel a quien los demás ven
como tal. Por ejemplo, Joaquín Sabina, el extraordinario cantautor español al
cumplir 70 años ha dicho: «Yo no me veo con un corazón ni un cerebro de
70 años». En cambio, Charles de Gaulle debe haberse sentido muy aporreado por
el paso del tiempo cuando pronunció la frase que se le atribuye: «La vejez es
un naufragio».
Hay
países cuya población se va llenando de personas de la tercera y cuarta edad,
algunos gobernantes al manifestar lo que eso significa en los
presupuestos de sus naciones han sido duramente criticados por insinuar la
necesidad de practicar la eutanasia de esos ancianos que son una carga
financiera. También lo son en numerosos casos, para sus familias,
cuando padecen enfermedades irreversibles.
Pero
carga o no, en los países de Europa donde es mayor el envejecimiento de la
población, hay respeto por los ancianos y por hacerles la
vida más fácil y llevadera. Los autobuses tienen plataformas para que suban las
sillas de ruedas, en las calles y edificios hay rampas con el mismo
objeto. En los cines, museos y teatros hay descuentos especiales para
personas de edad avanzada.
En
Venezuela, país gobernado con ficciones, simulación y palabras
huecas, existe desde hace 11 años la Gran Misión en Amor Mayor (obsérvese que
no es una misión cualquiera sino una muy, pero muy grande). En el décimo
aniversario de la misma, Nicolás Maduro declaró: «La Gran Mision en Amor
Mayor cumple 10 años protegiendo y reivindicando la lucha de nuestros
adultos mayores. Como fiel defensor del legado del comandante Chávez, no
descansaré hasta recuperar el estado de bienestar de los abuelos y abuelas,
vulnerado por el bloqueo criminal». No podía faltar la culpa «del bloqueo
criminal» para justificar que los ancianos deban hacer colas
interminables para obtener una pensión miserable que apenas les alcanza para
comprar un pollo o un cartón de huevos. Pero allí no queda el
desprecio y humillación a los simplemente ancianos y nada de esa hipocresía de
«adultos mayores». Muchas de las oficinas públicas, por ejemplo las del Saime,
están ubicadas en locales a los que se solo se puede acceder por decenas de
escalones que los ancianos no soportan.
Como
desde los gobiernos municipales no se da el ejemplo de cumplir con las normas
urbanísticas, los más modernos y lujosos edificios carecen de rampas para el
acceso no solo de sillas de ruedas sino también de coches de bebés. Muchos
arquitectos consideran que colocar pasamanos en las escaleras de acceso a esos
edificios, afean el conjunto. Es decir que privilegian la estética frente a la
seguridad de las personas. No sé cuántos viejos gozan de la suerte de no tener
dolor de rodillas o de espalda y de esa manera no sufrir porque en las mejores
clínicas del país y en los más pomposos restaurantes, las pocetas o
inodoros sean tan bajitos y de tan molesto uso que parecieran diseñados para
jardines de infancia, y que no tengan barandas.
Uno,
una o unes (para hacerle una carantoña a la necedad del lenguaje inclusivo)
puede ser viejo por partes. Por ejemplo, en mi caso, de la cintura hacia arriba
(corazón y cerebro, como Joaquín Sabina) me siento de 40. De lo demás mejor no
entrar en detalles. Pero he leído algo que me ha provocado un fresquito: los
viejos de siempre lo seguimos siendo y cada año un poco más hasta que llega el
final. Pero hay nuevos viejos y son nada menos que los millenialls.
Según un artículo de Karelia Vásquez, en El País, los nacidos
entre 1980 y 1996 son los nuevos ancianos en las redes, ahora manda la
generación Z que será arrasada en unos años por la generación Alfa. Todos somos
viejos o lo seremos en el próximo minuto». ¡Que alivio!
Paulina
Gamus
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico