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domingo, 30 de octubre de 2022

Conciertos, banquetes y colaboracionismo. por @robertohungc


por Roberto Hung Cavalieri

Una vez hechos con el poder, superados los choques y generación de abyección que permitió identificar y clasificar a los incómodos disidentes y sacarlos del camino, se dedicaron a pesar de la existencia del continuo conflicto general a disfrutar las mieles y del poder, todo lo cual ocurría sin que pudieran faltar los fastuosos conciertos y exquisitos banquetes a los que asistían no solo los agentes del régimen sino toda clase de oportunistas.

Debió haber sido impresionante no obstante la absoluta situación de precariedad luego de los reveses sufridos por los intensos choques verlos por todas partes en grandes hoteles, teatros, salones de baile y de banquetes, reconociendo los lugares de moda sin que fuera necesario siquiera entrar, ya que desde la misma calle la cantidad de presuntuosos vehículos y la nutrida presencia de esbirros que suelen acompañar a déspotas y sus genuflexos seguidores, delataban que se estaba ante estos ágapes, en los que no podían faltar la presencia de damas de espectacular belleza y encanto, de esas cuya naturaleza trepadora y milenarias tácticas también pueden olfatearse desde la distancia.

Tampoco podía faltar una gran cantidad de rastreros personajes como lo son aquellos que bajo la excusa de estar ante situación de necesidad no tienen otra salida que la «colaboración» y «conexión», aunque al principio haya sido simplemente no ofreciendo la suficiente oposición al oprobio y que luego deviene conveniente complicidad en la siniestra pero muy lucrativa empresa del expolio y abyección en las que estas farsas de espectáculos pretenden mostrar como si todo se encontrase en absoluta normalidad, como si toda calamidad pasada se hubiese arreglado por obra de magia, aunque fuera de estos tan bien montados escenarios o otros contextos puramente cosméticos, la realidad no es otra que la de un país, una sociedad, en uno de los peores momentos de su historia.

Efectivamente repugnante y rastrero es ese ser colaborador que no solo por un vil precio vende su alma y consciencia, sino que prostituye su dignidad, situación que se agrava cuando estos colaboradores son aquellas personas naturalmente llamadas a oponerse y resistir al totalitarismo, quienes incluso en el reciente pasado contaban más que con el apoyo, con la admiración de toda una nación que como en el caso sobre el que hoy reflexionamos, fue el caso de un reconocido, más que como líder, literalmente como héroe de su nación.

Nada difícil es concluir que la ocupación de Francia entre 1940 y 1944, y principalmente la de la ciudad de París, fue una muy compleja situación para quienes ante la necesidad de supervivencia si se mostraban en abierta oposición o resistencia su destino era una muerte segura, por lo que el colaborar parecía una justificable salida, o literalmente un salvavidas, ¿Pero existe algún límite en los niveles de colaboración? Siempre el opresor ejercerá cada vez más presión para mantener a los colaboradores abyectamente a su lado institucionalizando el servilismo del colaboracionista, sea con mieles, el sometimiento con la fuerza, bajo chantaje o seducción.

Si bien cada caso es diferente y cada quien habría tenido sus particulares razones para mostrarse más o menos colaborador y sus justificaciones atenderán a tales circunstancias, ha de tomarse en cuenta si habría existido alguna otra actividad menos colaboracionista y entreguista, así como el nivel de voluntariedad y provecho obtenido.

¿Y por qué la columna de hoy, la de octubre de 2022 trata sobre la ocupación de Francia por el Nacional Socialismo?

Pues como he hecho referencia en múltiples ocasiones, suelo y me gusta conversar sobre temas relacionados con el mes corriente, y resulta que en octubre, pero de 1940 ocurrió uno de los hechos más infames que dieron lugar a que ese también infame síndrome del colaboracionismo llegara a niveles tales que no sería de extrañar que los propios colaboradores y conectados de entonces intentaran justificar su connivente actuación, nos referimos al discurso del 30 de octubre de 1940 de quien fuera líder y héroe militar, el Mariscal Philippe Pétain luego de la reunión y diálogos en Montoire y donde habría pronunciado la infame expresión «Hoy tomo la vía de la colaboración»[1], con lo que se diera inicio a una de las peores situaciones políticas en la sociedad francesa y que transcendiera hasta nuestros tiempos, claro está, con los correspondientes matices de cada sociedad.

Cuanta indignación para la población francesa no solo el revés militar sufrido en junio de 1940 al ver reducido su ejército y militares históricamente reconocidos por su experiencia en numerosas batallas, no precisamente militares eunucos como los de otras sociedades y entre los que vale destacar a Narsés, quien no obstante dicha condición que pudiera considerar una minusvalía en su valor, se destacó como estratega militar, sino que al poco tiempo hayan tenido que presenciar a los invasores en abierta connivencia con colaboradores y conectados compartiendo en festines, celebraciones y óperas sin importarles en lo más mínimo las muertes de sus nacionales y la destrucción de su país.

La colaboración, y el colaboracionismo, no solo se desarrolló en niveles que llamaremos «oficial», «de estado» o «público», lo que era ya bastante grave, como eran los casos del colaboracionismo político, ideológico o económico, sino que se extendió y manifestó en muchas formas de colaboracionismo privado como lo era el proveniente de empresarios, escritores y prensa y por parte de artistas de toda clase, incluso hasta se hablaba de «colaboracionismo artístico» así como de otro muy particular como el de «colaboracionismo horizontal»[2], expresión utilizada para hacer referencia a aquellos casos del acercamiento con vocación de intimidad que podía considerarse oportunista por parte de damas francesas hacia sus invasores, actitud trepadora que no sería exclusiva de esta clase de colaboracionistas ya que la historia nos ha demostrado que la prostitución de la dignidad, universalmente condenable, puede verificarse en cualquier contexto.

Mientras se escriben estas líneas llega a nuestra memoria entre tantos casos el de la cantante, modelo y actriz Arletty, acusada de «colaboracionismo horizontal» quien luego de la liberación de Francia en la que a muchos colaboracionistas fueron llevados a juicio y algunos incluso condenados a muerte, expresó: «Mon coeur est français mais mon cul est international» (Mi corazón es francés pero mi culo es internacional.)

El tiempo ha transcurrido desde esos graves días de ocupación, oprobio y colaboracionismo particular entre 1940 y 1944, sin embargo siguen ocurriendo en muchos otros planos, nuevas formas de invasión y abyección, donde evidentemente la siempre presente invitación y tentación a los colaboracionistas que ven una oportunidad de conectarse y sacar provecho, en las que estamos conscientes que existe un gran abanico de situaciones fácticas que incidirán en tomar tal o cual decisión, la cual es absolutamente interna y personal, así como sus consecuencias.

¿Era o es colaboracionismo ir al festín, banquete o concierto? son muchas las respuestas y las razones, las consecuencias también, ¿se está hablando de la artista como el caso de Arletty o de sus espectadores? ¿El promotor u organizador o el agasajado? ¿Es necesario u obligatorio retratarse como colaborador (tanto literal como metafóricamente)? ¿Cuál es el precio (en dinero o en dignidad)?

Las respuestas a esas interrogantes y otras similares son de las más variadas desde las más banales como que todo el mundo lo hace y es por simple sobrevivencia, hasta las de achacarle toda responsabilidad a agentes externos. Lo cierto en todo caso que cualquiera sea la justificación para cualquier decisión, todo empieza por la reflexión y evaluación individual interna y es hacia allá que quiero dirigir la reflexión de hoy y que como siempre, será el propio lector quien ha de arribar a la conclusión particular.

(*) La intención de escribir este artículo resultó de la lectura en abril de 2022 en París de la obra de Philippe Burrin, y luego conocer la fecha del infame discurso de Pétain el mes de octubre de 1940, sabía que era en octubre que debía de hacer lo propio, aunque inicialmente tenía pensado el título de «Entre fastuosos conciertos y exquisitos banquetes en tiempos de totalitarismo. La doble moral entre el colaboracionismo y la resistencia.» el cual cambié ante la opinión de que era muy extenso. ¿Tú qué nombre le hubieras puesto?

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