RAFA DE MIGUEL 20 de octubre de 2022
@demiguelr
El prestigioso columnista del ‘Financial
Times’, cuyos análisis se leen en gobiernos de todo el mundo, dice que a más
polarización, más peligro de autoritarismos
Gideon
Rachman (Reino Unido, 1963) recibe a EL PAÍS en su acogedora casa del barrio
londinense de Ealing, donde los libros se acumulan por las esquinas y un gato
persa gris remolonea por nuestras piernas durante la entrevista. La noche anterior
Rachman llegó a su casa a las dos de la madrugada de su enésima visita a
Turquía. Desde 2006, es el columnista jefe de Asuntos Internacionales del
diario Financial Times, y tiene el privilegio de recorrer el mundo para
observar las corrientes políticas y económicas de cada momento. Trump, Xi
Jinping, Orbán, Bolsonaro, Johnson, Modi… y, sobre todo, Putin. Vivimos la era
del hombre fuerte, asegura Rachman, y lo ha expresado de un modo completo
exhaustivo en su libro La era de los líderes autoritarios. Cómo el culto a la
personalidad amenaza la democracia (editorial Crítica). Rachman, que trabajó
antes en el semanario The Economist y ha estado al frente de corresponsalías
como la de Bruselas, Washington o Bangkok, pertenece a esa estirpe de corresponsales
diplomáticos, como Thomas Friedman, cuyos análisis se leen en gobiernos de todo
el mundo y pueden cambiar estrategias políticas.
PREGUNTA. ¿En qué consiste el liderazgo autoritario, la era de los hombres fuertes?
RESPUESTA.
Es una forma muy personalizada de liderazgo, en la que el culto a la
personalidad es muy importante. Es la idea de que el Gobierno debería consistir
en el poder de un solo individuo, nada de instituciones o partidos políticos. Y
es un fenómeno que surge en democracias y en autocracias. Por eso, aunque
sorprenda a algunos, incluyo en el libro a Putin y a Xi Jinping, junto a Trump
o Bolsonaro.
P. O Boris Johnson.
R. Sí,
también. Todos ellos tienen un estilo mesiánico de liderazgo. Alimentan la idea
de que hay una crisis nacional, que requiere de un hombre fuerte que dé una
patada al sistema, que se salte las reglas.
P. El sueño de un pasado mejor.
R.
Todos echan mano de lo que yo llamo un nacionalismo estático. Utilizan
versiones distintas del Make America Great Again (logremos que Estados Unidos
vuelva a ser grande) de Trump. Xi Jinping habla del rejuvenecimiento del pueblo
chino. Modi quiere reparar todo el daño que se ha causado a la India, no solo
por parte del Imperio Británico. Incluso por el Imperio Mongol. Orbán habla en
Hungría de un resurgimiento nacional.
P. Pero, sobre todo, la convicción de que
existe una conexión especial entre ellos y el pueblo.
R. Sí,
porque el fenómeno de los hombres fuertes, de los líderes autoritarios, siempre
ha estado muy asociado en nuestra era con el populismo. Todos afirman que
tienen una conexión directa con el pueblo. Su argumento compartido es que el sistema
ha sido secuestrado por unas élites que velan por sus propios intereses. Son
élites, según ellos, que no tienen el menor interés por su país, y que
comparten más afinidades con los extranjeros.
“La UE debe prepararse para ser un
sustituto de Estados Unidos. Me gusta la idea de autonomía estratégica de Macron”
P. Asegura que cada era tiene su ciclo. Treinta
años gloriosos de crecimiento, después de la Segunda Guerra Mundial, otros 30
de neoliberalismo y caída del comunismo. Y ahora, la era del hombre fuerte.
R. A
partir de la crisis financiera de 2008, comenzó a extenderse la percepción de
que las democracias no habían sabido hacerlo bien. En los 10 o 15 años
posteriores, hemos ido siendo conscientes de las patologías de nuestro sistema:
inestabilidad financiera, desigualdad creciente, sistemas de salud y de
pensiones cada vez menos sostenibles. Y la sensación general de que el sistema
está en manos de unas élites. En el libro hablo de Steve Bannon [estratega político
estadounidense asociado con Trump y con gran parte de la derecha popuista europea]. Bannon es un mal tipo,
pero fue bastante agudo a la hora de señalar que la crisis financiera
provocaría populismo de derechas y de izquierdas. Los dos comparten su
desprecio por el sistema, y se dirigen a todos aquellos que no están contentos
con ese sistema, precisamente con el argumento de que ha sido capturado por
unas élites. En España tienes a Vox y a Podemos, dos modos diferentes de decir
que la receta liberal centrista ha fracasado y hay que ensayar algo distinto.
P. En el ámbito de la izquierda, son muchos
los que rechazan esa equiparación.
R.
Bueno, imagino que los lectores españoles sabrán más de Podemos que yo, pero no
creo que el populismo de izquierdas sea siempre autoritario. No lo era Bernie
Sanders, por ejemplo, en contraposición a Donald Trump. No sé cómo habría sido,
de haber gobernado, pero no mostraba trazas autoritarias. Pero piense en AMLO
[Andrés Manuel López Obrador, presidente de México]. Cada vez está más claro
que presenta rasgos autoritarios. Propicia un culto a la personalidad. Ataca a
las instituciones independientes que pueden frenar su proyecto. También la
izquierda puede acusar al poder judicial de estar sesgado en su contra, y
afirmar que el sistema le impide hacer lo que considera necesario para el
pueblo.
P. Los líderes autoritarios erosionan la
democracia, pero es la población, a veces, la que no lo percibe. O no lo detiene.
R.
Porque todo esto tiene algo de abstracto. Los líderes autoritarios prosperan
siempre en sociedades con polarización extrema. Siempre tendrán un grupo de
partidarios que los animarán en sus ataques a las instituciones. Tome el caso
del Reino Unido, cuando Johnson decidió suspender el Parlamento para sacar adelante
el Brexit. Sus seguidores eran los primeros en afirmar que el Parlamento era
una institución inútil, y que debía hacerse algo para impedir que siguiera
bloqueando el Brexit. En sociedades como la estadounidense o la británica, la gente
suele ser muy complaciente. No se le ocurre sospechar, hasta que ya es muy
tarde, que la democracia puede desviarse. Nos gusta pensar que gozamos de
instituciones muy sólidas.
“No creo que sea una casualidad que la era
de las redes haya coincidido con la de los líderes autoritarios”
P. Y no vemos el autoritarismo, aunque lo
tengamos delante.
R. Ya
sé que el capítulo que le dedico a Johnson fue muy polémico. Mucha gente lo
tachó de ridículo, y aseguró que el Reino Unido no se parecía en nada a esos
otros países. Puedo ver que, en comparación con Trump, Xi Jinping, Orbán o
Modi, su caso tiene un punto marginal, pero sigo pensando que existen
argumentos para incluirlo en el libro.
P. Resulta llamativo, señala en su libro,
que los líderes autoritarios han abrazado a Carl Schmitt, el jurista y teórico
alemán que contribuyó a levantar la arquitectura nazi.
R.
Cuando yo estudiaba Filosofía Política, no entraba dentro de la agenda
curricular, estaba condenado por sus ideas. Pero hoy, en la actualidad, las
universidades occidentales han vuelto a estudiar su pensamiento. En China es especialmente
apreciado, y muchos de los intelectuales que intentan justificar la
centralización del poder en el Partido Comunista Chino, o la supresión de las
libertades políticas en Hong Kong, acuden a Schmitt. Creía que la política
consiste en dividir el mundo en amigos y enemigos, creía en la política de la autoridad,
y despreciaba profundamente la democracia liberal, que consideraba una
hipocresía y un montón de mentiras.
P. ¿Hemos perdido la fe en la democracia
liberal?
R. Si
uno observa las encuestas por todo el mundo, son los jóvenes los que más fe han
perdido en la democracia liberal. El mes pasado, publicaron una en el Reino
Unido en la que solo un 19% de los menores de 24 años creía que la democracia funcionaba.
Los jóvenes, no solo de Occidente, sino de todo el mundo, están frustrados con
el sistema. No pueden permitirse la compra de una vivienda. Salen de la
Universidad con títulos y grados relevantes y no pueden lograr el trabajo que
desean. El sistema no les da el sentido de oportunidad y de progreso que debiera
darles. Y luego resulta, por supuesto, que vivimos en la era de las redes
sociales. A usted y a mí nos encantaría que la gente solo leyera EL PAÍS y el
Financial Times, y que se enteraran de un modo correcto de la realidad [risas],
pero lo cierto es que no es así. Y las redes refuerzan los prejuicios,
encierran en burbujas, no se comprueban los datos. No creo que sea una
casualidad que la era de las redes haya coincidido con la de los líderes
autoritarios.
“El
Reino Unido no entendió que hay que renunciar a parte de tu marca nacional para
contribuir a un proyecto común”
P. ¿Hay modo de reaccionar?
R.
Paradójicamente, creo que el mejor modo de lograr que la gente desee de nuevo
la vuelta de la democracia liberal es pasar por un periodo de gobiernos
autoritarios. No bromeo. No hay más que ver lo que está pasando en Irán. Es muy
fácil idealizar las opciones alternativas o renunciar a la democracia, hasta
que de verdad compruebas en qué consiste lo contrario.
P. ¿Cómo recuperar la confianza de los
ciudadanos en el Estado de derecho, la democracia representativa?
R. No
tengo una respuesta concreta para eso. Por eso quizá no me dedico a la
política. Pero sí creo que a veces recibes una llamada de atención que te hace
despertar. En ese sentido, creo que Putin ha sido esa llamada de atención.
Hemos visto mucha unidad frente a él en Occidente. Retiene algo de simpatía
entre la extrema izquierda o entre la derecha de Trump, y quizá veamos más de
eso a medida que se agudice la crisis energética, pero creo que la respuesta ha
sido, en general, de bastante unidad.
P. ¿Le ha sorprendido la reacción de Occidente
ante su ofensiva?
R.
Creo que ha sido sorprendente de un modo positivo, mientras no acabe en una
guerra nuclear. Ahora estoy revisando las nuevas ediciones del libro, y
entiendo que un aspecto en el que debería haber incidido más es el del recurso
habitual de los líderes autoritarios a la violencia. Hablamos del ataque a la
democracia, a sus instituciones, a la verdad…, y todo eso está ahí. Pero la
retórica de la violencia es parte fundamental. Y en ocasiones se convierte en
violencia de verdad, y eso sí que es fascismo real, ¿no? Esa creencia de que la
guerra es algo glorioso, y la prueba definitiva de un liderazgo. La versión de
la política del hombre fuerte, del nacionalismo nostálgico, que aparece en
Putin se concentra en lo que ha supuesto la guerra de Ucrania.
P. ¿Prevé cuál será el final de esta crisis?
R. Estamos
en mitad de la historia. No sabemos cómo concluirá. Pero, de manera potencial,
ya nos dice mucho sobre el modo en que el péndulo se ha movido desde el éxito y
los valores de la democracia liberal al sistema de los líderes autoritarios.
Putin ha tenido en Occidente un amplio club de fans: Trump, Salvini, Duterte, Mohamed
Bin Salmán… Para ellos, simbolizaba el rechazo del hombre fuerte a la
democracia liberal. Si hubiera ganado la guerra con la facilidad con la que se
esperó en un principio que la ganara, toda esa narrativa que acusa de corruptas
y débiles a las democracias liberales habría ganado fuerza. Xi Jinping se habría
visto más tentado de invadir Taiwán, la era del hombre fuerte, del líder
autoritario, habría subido a otro nivel.
P. Oigo a analistas decir que el siguiente
cisne negro [el acontecimiento que nadie espera] puede ser la invasión de
Taiwán por parte de China.
R. Yo
también creo que es posible. Hablo con personas en Washington que siguen mucho
más de cerca que yo esta situación, y creen que la conclusión que Xi Jinping ha
sacado de la crisis de Ucrania no es que sería un error invadir Taiwán. La
lección que ha extraído es que la estrategia de Rusia ha sido una chapuza. Y
que, a partir de ahí, debes aprender a invadir un país. Y que lo que debes hacer
es entrar con toda tu potencia militar de modo inmediato y capturar o asesinar
a los líderes desde el primer día. Esa idea no la han abandonando en absoluto.
P. Todos los líderes autoritarios han jugado
con la nostalgia. También en el Reino Unido.
R.
También tengo muchos amigos que han defendido el Brexit, y que descartan esa
nostalgia imperial y pretenden convencerme de que todo el proyecto está
relacionado con una reconquista de la libertad. Pero a mí me resulta bastante
obvia esa nostalgia. Piensan: fuimos un imperio magnífico, y ahora solo somos
parte de un club de 28 países. Incluso Luxemburgo puede vetar nuestras decisiones.
Lo que no entienden es que la UE está llena de antiguos imperios decepcionados,
pero la mayoría ha sido capaz de reconciliarse con su pasado. España perdió un
imperio. Y Portugal. Y Holanda. Y Austria. El problema del Reino Unido es que
nunca fue humillado, con lo que no llegó a entender que debes renunciar a cierta
parte de tu marca nacional para contribuir a ese proyecto común.
P. ¿Está preparada la UE para jugar un
papel más relevante?
R.
Creo que debe comenzar a prepararse para ser un sustituto. Me resulta
atractiva, por ejemplo, la idea de la autonomía estratégica que propone el
presidente Macron. Porque está claro que, si Trump regresa, tenemos un
problema. Una de las cosas más llamativas de esta crisis es el modo tan
tradicional en que se ha desarrollado. De nuevo, EEUU ha asumido el liderazgo.
No ha habido una respuesta europea coherente. Los rusos ven a los
estadounidenses como sus verdaderos interlocutores. Y son los estadounidenses
quienes están proporcionando la mayor parte del material militar. Si ya en los
noventa, con la crisis serbo-bosnia, Europa se planteó mayor autonomía, 30 años
después seguimos igual. Quizá necesitemos una gran crisis internacional para
que finalmente respondamos de modo coordinado.
P. La era de los líderes autoritarios tiene
mucho que ver con la superación del conflicto izquierdaderecha por el de
nacionalismoglobalización.
R.
Durante mucho tiempo, seguirá siendo nacionalismo frente a globalización. Las
divisiones entre izquierda y derecha reflejan estructuras económicas de otra
era, cuando había una gran clase proletaria y otra empresarial. Incluso era
algo que se reflejaba internacionalmente, con esa fractura entre el mundo
comunista y el capitalista. Hoy nos movemos cada vez más hacia la política de
identidad, porque vivimos en sociedades más diversas, donde la clase ya no es
lo que más polariza. Es más bien la raza, la inmigración, las actitudes hacia cuestiones
sociales como el aborto o los derechos de los gais. Putin no ha dejado de
repetir que el problema de Occidente no es que lo dirijan capitalistas, sino
que esté dirigido por gais. La sociedad china es lo menos diverso que existe.
Echa un vistazo al Congreso del Partido Comunista Chino, lleno de hombres
mayores. O a su represión en el Tíbet, o contra la minoría uigur. Xi Jinping ha
ordenado que eliminen de la televisión a los presentadores que consideraba
afeminados. Tucker Carlson, uno de los periodistas de la cadena estadounidense
Fox que más ha defendido a Trump, admira a Putin, lo ve como un conservador con
valores cristianos tradicionales. La política identitaria es el gran motor de
estos contrastes.
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