Opus Dei 29 de octubre de 2022
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Comentario
del 31.º domingo del Tiempo ordinario (Ciclo C). “Zaqueo, baja pronto, porque
conviene que hoy me quede en tu casa. Bajó rápido y lo recibió con alegría”.
Jesús es misericordioso y jamás se cansa de buscarnos y llamarnos.
Evangelio
(Lc 19,1-10)
Entró
en Jericó y atravesaba la ciudad. Había un hombre llamado Zaqueo, que era jefe
de publicanos y rico. Intentaba ver a Jesús para conocerle, pero no podía a
causa de la muchedumbre, porque era pequeño de estatura. Se adelantó corriendo
y se subió a un sicómoro para verle, porque iba a pasar por allí. Cuando Jesús
llegó al lugar, levantando la vista, le dijo:
—
Zaqueo, baja pronto, porque conviene que hoy me quede en tu casa.
Bajó
rápido y lo recibió con alegría. Al ver esto, todos murmuraban diciendo que
había entrado a hospedarse en casa de un pecador. Pero Zaqueo, de pie, le dijo
al Señor:
—
Señor, doy la mitad de mis bienes a los pobres, y si he defraudado en algo a
alguien le devuelvo cuatro veces más.
Jesús
le dijo:
— Hoy
ha llegado la salvación a esta casa, pues también éste es hijo de Abrahán;
porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido.
Comentario
Jesús
se dirige a Jerusalén. Lucas ha dedicado mucha extensión en su evangelio a
hablar de este camino recorrido por Jesús que culminaría en su muerte salvadora
y su resurrección gloriosa. Esta escena, que subraya el carácter salvador de
Jesús, está situada casi al final de ese largo relato, cuando ya le falta poco
al Maestro para llegar a la Ciudad Santa.
Jesús
va de viaje, pero no pasa de largo por aquella población, saludando tal vez a
alguno que otro que se cruce en su camino. Dice el evangelio que “entró en
Jericó y atravesaba la ciudad” (v. 1), como deseoso de acercarse a la vida de
quienes vivían allí, dando facilidades para que quien lo deseara pudiera
encontrarse personalmente con él.
Uno de
aquellos que querían conocerlo era Zaqueo, el “jefe de publicanos”, es decir,
de los recaudadores de impuestos para los romanos. Este hombre tuvo que superar
algunos obstáculos para ver a Jesús. El primero, su baja estatura que le
impedía ver al Maestro cuando estaba en medio de la multitud, rodeado de gente
más alta que él. Podría haberlo considerado imposible de superar y haberse
resignado. Como también nosotros a veces podemos experimentar la tentación de
renunciar a acercarnos a Jesús al constatar nuestra bajeza, que puede no ser
física pero sí moral o anímica. Pero no desistió.
Luego
tuvo que superar la vergüenza de sentirse blanco de todos los comentarios y
críticas de tanta gente que le odiaba ya que colaboraba con los romanos. Pero
no le importó hacer el ridículo subiéndose a un árbol, porque quería intensamente
ver a Jesús. Cuando uno se propone algo en serio es capaz de hacer pequeñas
locuras, y Zaqueo sentía latir con fuerza su corazón ante el único que podía
quitarle de encima el peso que lo agobiaba y transformar su vida, así que “se
adelantó corriendo y se subió a un sicómoro” (v. 4) y cuando Jesús le habló,
“bajó rápido y lo recibió con alegría” (v. 6). No tuvo miedo ni vergüenza, y se
salió con la suya.
“Miremos
hoy a Zaqueo en el árbol –decía el Papa Francisco-: su gesto es un gesto
ridículo, pero es un gesto de salvación. Y yo te digo a ti: si tienes un peso
en tu conciencia, si tienes vergüenza por tantas cosas que has cometido,
detente un poco, no te asustes. Piensa que alguien te espera porque nunca dejó
de recordarte; y este alguien es tu Padre, es Dios quien te espera. Trépate,
como hizo Zaqueo, sube al árbol del deseo de ser perdonado; yo te aseguro que
no quedarás decepcionado. Jesús es misericordioso y jamás se cansa de perdonar”[1].
Mientras
la gente miraba entre burlas, chismes y comentarios despectivos, Jesús lo miró
de un modo muy distinto. Para el pueblo llano era un personaje despreciable,
que se había enriquecido a costa de los demás. Pero Jesús, lo contemplaba con
una mirada misericordiosa, y tenía ganas de encontrarse con él. “La mirada de
Jesús –son palabras del Papa Francisco- va más allá de los pecados y los prejuicios;
mira a la persona con los ojos de Dios, que no se queda en el mal pasado, sino
que vislumbra el bien futuro”[2]. Por eso,
cuando Jesús entra en casa de Zaqueo, puede exclamar con alegría: “Hoy ha
llegado la salvación a esta casa, pues también éste es hijo de Abrahán; porque
el Hijo del Hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido” (vv.
9-10).
San
Josemaría meditaba esta escena del evangelio, junto con otras análogas, e invitaba
a cada uno a sacar sus propias consecuencias: “Zaqueo, Simón de Cirene, Dimas,
el centurión... Ahora ya sabes por qué te ha buscado el Señor.
¡Agradéceselo!... Pero ‘opere et veritate’, con obras y de verdad”[3].
[1] Papa
Francisco, Ángelus 3 de noviembre de 2013.
[2] Papa
Francisco, Ángelus 30 de octubre de 2016.
[3] S.
Josemaría, Via crucis, 5ª estación, 4º punto de meditación.
Tomado
de: https://opusdei.org/es-ve/gospel/2022-10-30/
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