Ángel Lombardi Lombardi 30 de octubre de 2022
Nuestra
memoria histórica colectiva es tan precaria que estoy seguro de que si nuestros
docentes en historia hoy le preguntaran a sus alumnos sobre la fecha indicada
arriba, poco o nada podrían contestar la mayoría de nuestros jóvenes. Y me
atrevería a pensar que lo mismo pasaría con la mayoría de nuestra población.
El 18 de octubre fué un «golpe de Estado», uno más en un país donde los «golpes de Estado» son una costumbre nacional. Pero este es diferente, por la novedad contradictoria de que este acto político posibilita formalmente en nuestro país el sufragio universal y la democracia de masas y partidos políticos modernos y la elección del primer presidente electo democráticamente, Rómulo Gallegos, con un aplastante triunfo del 70% de los votos. La paradoja es que menos de un año después es derrocado. Y esto constituye, a mi juicio, un buen ejemplo de nuestro recurrente drama político de avanzar retrocediendo.
El
«golpe de Estado» a Isaías Medina Angarita es bastante particular. A Medina le
faltaban pocos meses para terminar su mandato. Había sido un buen gobernante y
un hombre de conciliación. No había perseguidos ni presos políticos —primera
vez en nuestra historia— por la circunstancia que por la guerra mundial en
curso, Estados Unidos y la Unión Soviética eran aliados y eso le quitó
beligerancia a la política interna. Había creado las condiciones para un
candidato único para las próximas elecciones presidenciales e inclusive se hizo
el acuerdo formal en torno a la figura de Diógenes Escalante.
Por el
azar de la enfermedad imprevista del candidato, todo retrocedió a una confusión
y confrontación de intereses y pasiones que terminaron creando las condiciones
para el «golpe de Estado»; una nueva generación de militares y políticos se
abría paso al protagonismo para el próximo medio siglo.
En
Venezuela, en dos siglos como república hemos tenido dos grandes proyectos
históricos; el de la EMANCIPACIÓN y el DEMOCRÁTICO.
El
proyecto democrático no empezó en 1945, tiene antecedentes importantes en el
propio siglo XIX, pero su instauración formal y consolidación fue en el siglo
XX. Fecha importante es 1936 y los gobiernos consecutivos y moderadamente
reformistas de Eleazar López Contreras e Isaías Medina Angarita; un impulso
decisivo se da entre 1945-1948 con las presidencias de Rómulo Betancourt y
Rómulo Gallegos y los partidos de masas y el sindicalismo organizado y la
consolidación de la democracia electoral y partidista entre 1958 y 1998, con la
observación necesaria de distinguir dos períodos marcadamente diferentes en
términos cualitativos. 1958-1973, 1973-1998. En este segundo periodo
democrático ya emerge un clima de crisis no atendida ni resuelta cuyas
manifestaciones más visibles y publicitadas fueron el «viernes negro» de
1983, el «Caracazo» de 1989 y las dos intentonas golpistas de 1992, el 4F
y el 27N.
La
democracia sigue siendo una tarea pendiente en nuestro país, empezando el siglo
XXI, pero no se puede ignorar el camino avanzado. Conquistamos el voto y
mantenemos la liturgia electoral, con pérdida de confianza evidente, pero
nuestro gran fracaso han sido y son las insuficiencias de ciudadanía que
ostentamos la mayoría en nuestros hábitos y conductas civiles.
En
nuestras familias, escuelas y liceos no terminamos de entender la importancia
de «formar ciudadanos», solo así podrá consolidarse la democracia de la
consciencia y la participación.
Ángel
Lombardi Lombardi
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